lunes, febrero 28

Lunes

La Mujer Loba me observa mientras parto la cebolla. El sol entra por la ventana, ilumina los pequeños quehaceres cotidianos y quizá por eso ella sonríe, feliz por sus aventuras de anoche, el desvelo, las horas noctámbulas en internet. Por la mañana leyó una carta hermosa y eso le permite entender que también esto puede ser reconfortante. “Es el mundo”, me dice, “¿te das cuenta?”

A mediodía es la transparencia del sol en las plantas.

viernes, febrero 25

Una moneda en la fuente: el deseo

Me contaba un amigo que su familia se reunió en el jardín a celebrar el cumpleaños de su abuela. En cierto momento de la celebración la anciana abrió los brazos y dijo: ¡Ah, qué hermosa noche!

Para quienes sostenerse en la vida significa un esfuerzo, la actitud de esta mujer es sorprendente.

Hace tiempo escuché decir a una conocida esta frase: Desearía dejarme caer.
Pensé: está deseando algo.
Desear es permanecer en la vida.
Quedarse.

Hoy desperté deseando desear y eso parece ser suficiente.

Fin de jornada


Felicidades a Gabriela Torres (novela), Verónica Zapata (ensayo), Luis Aguilar (novela), Luis Valdez (crónica) e Iván Trejo (poesí­a) por el trabajo realizado en el Centro de Escritores a lo largo del año.

martes, febrero 22

Lectura del Centro de Escritores (al ratito)

Invitación enviada por la Vero Zapata

A todos los disidentes de los gremios, a los intelectuales, a los que les vale madre, a los que les gustan las lecturas y a los que no, a los que no les laten los espacios ni el discurso hegemónico, a los que les molestan estas etiquetas y a los que ya les empezó a cansar este tonito de anuncio de Coca-Cola.

Los invito a la lectura final del Centro de Escritores, en el cual estuve durante un año. Voy a leer uno de mis ensayos, mis compañeros también harán lo propio. Habrá para todos los gustos: Cuento, novela, poesía, ensayo, vinito rico y tal vez unos canapés.

Es hoy 22 de febrero, a las 8pm
En la Casa de la Cultura, entre Escobedo y Emilio Carranza, antigua estación del ferrocarril.

No falten

lunes, febrero 21

Felt angel

La imagen de Lefty me recordó la película "Faraway so close", de Wim Wenders. Ahí el fuego es el entusiasmo que los lanza a los trapecios: un intento para los caídos de recordar el vuelo. Muchos tenquius por la dedicatoria. Smuack.

Y en el regreso encuentro que Lukas y Julio enriquecieron las reflexiones sobre el sentido de realidad y las referencias. Gracias a ambos por el diálogo.

Blanco lunes el que se extiende en la página.

domingo, febrero 20

Des-apariciones

a) Me llamó Eliot al celular preguntando el motivo de mi “desaparición”. En ese momento me di cuenta que Dulce, la “Persona” que vive para escribir (posts, artículos, capítulos de novela, largas cartas a sus amigos) había “desaparecido”. Calderón de la Barca no incluye esa opción en “El gran teatro del mundo”, nadie deja la propia Persona abandonada por motivos de flojera o desgano. Escribir el artículo de ayer fue una experiencia singular: decir la ambigüedad desde la ambigüedad. Decir algo cuando no se es nadie. El hecho es que, de alguna manera, la llamada desde Tijuana me hizo consciente de que había dejado la máscara tirada y, aún sin preguntarme si deseaba hacerlo, la recogí del piso y la coloqué en mi cara: heme aquí.

b) Ahora que ando con lo de los escenarios y las máscaras invité a Marijose al teatro, quizá porque, al abandonar la escena del mundo, a una le da por asomarse a otros mundos, otros escenarios, digamos, menos metafóricos. Nos fuimos a ver “Hamlet”, que le interesa mucho por aquello de los fantasmas. “¿Cómo le van a hacer para que aparezca un fantasma?”, preguntó. “Pues vamos a investigar”, le dije, pero cuando llegamos ya no había lugar para ver la obra ni siquiera de pie.

Argumenté que soy amiga de Sergio García, director de la puesta. No funcionó. Dije que escribo en el periódico. Funcionó de inmediato. Nos llevaron a través del patio del Aula Magna hasta dar con una puerta de metal, subimos 3 o 4 pisos por una escalera totalmente a oscuras, y fuimos a dar a un lugar altísimo, cerca de las lámparas, desde donde podíamos ver la obra como si fuéramos aves. A los 5 minutos me entró el pánico.

Bajé en la oscuridad, a gatas, pidiendo a Marijose que no se acercara al solitario y peligroso tubo del pasamanos. Llegamos a otro pasillo, mucho más abajo, y nos sentamos en el suelo a ver la obra, pero Marijose se dio cuenta que había un enorme cenital dirigido a nosotras. “Este lugar es parte del escenario”, me dijo, “cuando enciendan esa luz nos van a ver aquí sentadas”. “En el instante en que lleguen los actores, nos vamos”, le dije, pero ella se negó argumentando que en ocasiones encienden las lámparas antes de que llegue nadie.

De regreso a casa venía pensando que la vida es una aventura aunque intentemos, como dice la canción, bajarnos. La vida no da opciones del tipo “ser nadie” o “vivir nada”. Eso lo sabía muy bien Calderón, me dije, porque en su obra no hay personajes que se queden sin personaje, ni entes sin máscara observando el mundo a la altura de las lámparas.

Hoy regresaremos en calidad de público, digamos, decente. Quizá eso, junto con la escritura de este texto, provoque de nuevo mi aparición en el mapa.

sábado, febrero 19

Escenarios

Liter Espacio / El mundo ambiguo
Por Dulce María González
El Norte

Hace un par de años se hizo muy popular un videojuego llamado Tomb Raider, una serie de aventuras protagonizadas por la famosa Lara Croft, cazadora de tesoros.

Lo primero que el jugador debe hacer antes de lanzarse a la montaña o a la selva es, como se dice vulgarmente, "aprender a manejar el monito". Para ello, es necesario mover a Lara dentro de los límites de su casa, que es el espacio de "entrenamiento".

Recuerdo que Marijose pasaba horas jugando. Hasta que nos dimos cuenta que en realidad no avanzaba en las aventuras, puesto que Lara nunca salía de casa. La pobre mujer corría por los pasillos sin intención de hacerlo más tarde para huir del peligro, nadaba en la alberca sin que ello significara que después lo haría en un río.

El espacio de "entrenamiento" era utilizado a manera de casa de muñecas, pero al paso de unas cuantas semanas la pequeña se aburrió. En la casa de Lara siempre es de día, me dijo, y hay muy pocos muebles: faltaba atmósfera.

¿Qué es aquello que nos provoca recogimiento interior al entrar a una iglesia barroca?

El arte arquitectónico siempre me ha parecido, además de interesante, misterioso. La experiencia subjetiva de un espacio no reside precisamente en la construcción, sino en la atmósfera que resulta al colocar ciertos límites.

Espacios cálidos o asfixiantes, o sublimes. Como si al entrar a un edificio el aire cambiara o como si los muros fueran capaces de cercar una entidad invisible que reconocemos como algo íntimo, una parte de nosotros que sólo ahí somos capaces de identificar.

Quienes se quejan de la frialdad del internet muy probablemente extrañan las atmósferas físicas, paradójicamente inmateriales que, salvo raras excepciones, sólo la especialidad concreta es capaz de crear.

Quizá por eso me sorprendió la exposición fotográfica "Mapas Abiertos", en especial lo que se refiere al tema de "Escenarios", que actualmente se exhibe en la Cineteca de Nuevo León.

La primera impresión cuando una ve las fotografías de los escenarios teatrales es la atmósfera. Sin embargo, al poner atención a los detalles, advertimos la presencia de las lámparas o los soportes de los muros falsos.

Los espacios muestran su artificialidad y quizá es eso lo que sobrecoge: presenciar la manera como el adentro y el afuera se mezclan en un espacio íntimo y, no obstante, artificial y público.

Recordé una escena de la película "Y la Nave Va" (1983), de Federico Fellini. Un barco navega en medio de la tormenta y de pronto, al alejarse la cámara, vemos las lámparas, los abanicos, la manera como se manipula la enorme manta que simula el mar. Esto nos aleja de la historia y nos lleva a tomar conciencia de algo que habíamos olvidado: se trata de una película.

Sin embargo, en el caso de las fotografías expuestas en la Cineteca, el hecho de que se muestre lo que hay detrás no provoca extrañamiento, sino integración.

Y eso es lo interesante, puesto que revela el entorno en que vivimos actualmente: un escenario en donde las fronteras entre lo público y lo privado, lo interior y lo exterior, resultan dudosas y terminan por desaparecer, provocando la vivencia de atmósferas artificiales como si fueran reales y viceversa.

¿Quién de nosotros no ha dicho (y creído) que se sentó en una mesa de "fuera", refiriéndose a una terraza artificialmente exterior en un restaurante "dentro" de un mol?

Yo había visto "France Boutique" (Francia, 2003), de Tonie Marshal, y quizá por eso, al salir de la sala de cine, las imágenes resultaron impactantes.

Aunque se trata de una comedia ligera, "France Boutique" retrata, precisamente, la artificialidad de nuestros espacios. La historia se desarrolla en un canal de ventas por televisión, de manera que los personajes interactúan en diferentes sets, provocando un caos espacial a partir del cual el espectador pierde toda perspectiva.

No es solamente que, a mitad de un diálogo en una cabaña invernal, por ejemplo, de pronto veamos a un mozo atravesando la ventana en ropa de verano y cargando unas cajas, lo cual podría compararse con la escena en la película de Fellini, en tanto que la magia de la ficción desaparece.

En este caso, los escenarios artificiales son el espacio propio de la historia, el lugar en el cual los personajes conviven. No se trata de develar la ficción, o de señalar una distancia entre ésta y la realidad, puesto que la ficción escénica ES la realidad que habitan.

El viaje a tierra de piratas en Disneylandia, los falsos canales de Venecia en Las Vegas, las terrazas "exteriores" de un mol, el falso adoquín en ciertas calles de nuestra ciudad, o las imitaciones de piedra o madera en nuestras casas poseen el mismo tipo de ambigüedad que un reality show que de pronto sentimos artificial de tan público, o las noticias en la televisión, ante cuya contundencia reaccionamos como si se tratara de una película de acción.

Más allá de que la fotografía o el cine sean o no capaces de captar lo que llamamos "realidad", resulta interesante observar el otro lado del fenómeno: nuestras actitudes y experiencias, la dificultad que tenemos actualmente al intentar situarnos en el espacio que habitamos o ante el dudoso objeto contemplado.

martes, febrero 15

Antivalentineana

Todo indica que, una vez más, sobreviví al día del amor y la amistad. Qué celebraciones. Esta vez me encerré en casa, decidí no hacer nada ni hablar con nadie. El tema del amor. En alguna ocasión me vestí de rojo y salí a trabajar con la fantasía situada en el color de la falda: el amor es algo ligth, me decía, una celebración como la de Halloween. Regalar corazoncitos de papel fingiendo que nadie te lo ha pisoteado, el de verdad, el pequeño corazón de la infancia. O decir felicidades a todos, repartir chocolates con cara de todo va bien, siempre, la vida es una dulcería en un mol de gringolandia. ¿De verdad ocupamos un día así para mostrar lo evidente, que queremos a cierta gente y la procuramos, que otros nos caen en la madre? Como dice el viejito malhumorado en la portada de la sección Vida del periódico El Norte de hoy: “ba-su-ra”. Así como hay un día de no-cumpleaños en la historia de la literatura, propongo el día del no-Valentín. Y que el amor dure el resto del año. Eimén.

sábado, febrero 12

En las fronteras de la infancia el escenario

Marijose y yo acompañamos esta tarde a mi hermana a la Villa de Santiago. Tres mujeres en la carretera platicando sabroso. Nos detuvimos a comprar una mesita lateral para mi sala y después fuimos a la tienda del jocoque, el membrillo, la calabaza en tacha. Cuando mi hermana preguntó por el dulce de piloncillo, Marijose empezó a reír a carcajadas: “que palabra tan chistosa”. De regreso nos detuvimos en El Tino a tomar un café con turcos. La pequeña humana, diez añitos de edad, se sentía orgullosa de compartir una tarde con la gente grande, asentía como si le interesara la conversación o en silencio veía los árboles a través del cristal, los cerros. De pronto, con pose de mujer que sabe, “somos demasiado urbanas”, dijo, al tiempo que negaba con la cabeza. Enmudecimos. Ella se abandonó a la atmósfera de seriedad que recién había creado y enseguida, con gesto teatral, dio un trago cargado de sentido a su café de rancho.

La máscara, otra vez

Rescato ahora una conversación con Eliot Benítez acerca de este tema de la "máscara". En realidad, en aquél momento hablábamos de lo público y lo privado. Y por ahí llegamos al asunto de lo “personal”. La cita va así:

Quizá lo apremiante es ahora la Persona. Sabemos que era la máscara del teatro romano. Que los griegos no hablaban aún de persona y que tenían restricciones sociales y conceptuales respecto a la diferencia entre lo público y lo privado. Pero el concepto cobra vida con el aliento (el pneuma, o sea, aquello “del Espíritu”). Y “la máscara se vuelve rostro”, escribió Octavio Paz. Y la persona se torna la Persona, la diferencia entre lo público y lo privado en la vida “interna” de lo humano. Cada uno con nuestra “internalidad”. ¿Y detrás de la máscara, es decir, de la Persona? El alma y el espíritu individuado.

Al hablar anteriormente de la “máscara”, me importaba el cuestionamiento de lo que hay detrás de esa máscara que es la persona. Hay quién da por hecho que detrás de la máscara personal hay un sustento totalmente definido, una certeza en terrenos del Espíritu. Mis alumnos de apreciación de las artes suelen llegar a la facultad con las ideas hechas, pensando cantidad de verdades inamovibles acerca de sí mismos. La escritura no permite tales comodidades (mucho menos la experiencia estética a que apelamos en el programa académico). El ejercicio de la ficción, tarde o temprano, da lugar a ese cuestionamiento del pneuma, lo que no es persona y sin embargo nos hace personas, quizá cuando al narrar descubrimos que es posible sostenernos como otros. Inevitablemente terminamos cuestionando aquello que nos define más allá de lo personal, de esos "personajes" nuestros, los mismos que, al ser sobrepuestos o borrados (el rostro vacío que decía antes), dejan al desnudo lo otro: "el alma y el espíritu individuado".

Hablamos, por supuesto, de dudas, de preguntas.

jueves, febrero 10

La Mujer Loba Wannabe no se la cree

Desde lo más profundo de su carne felina, la noctámbula estira los músculos del cuerpo, bosteza. No piensa nada en particular, pero se palpa. La observo con mi libro en las manos, incrédula de su suave animalidad. De pronto se vuelve, me ve con fastidio. “A ver, Doña Referncia”, dice en tono medio irónico, “¿para dónde queda el noreste del sueño?”. Señalo hacia la noche, por señalar algo.

La rosa de los vientos

De nuevo mi amigo Carlos. Me dice que he llenado mi vida de referencias. Me pregunta quién soy cuando acaba el día y estoy lista para meterme a la cama (después habla del sueño de manera bellísima). El cuestionamiento me tuvo pensando y pensando. Toda la semana.

Intenté resolver el problema de la siguiente manera: imaginé a un ser humano pequeñísimo, solo, a mitad del mundo (me lo estoy robando de Cavafis, ya sé). La mujercita (soy yo) ve la inmensidad de ese paisaje sin referencias (es una secuencia panorámica al estilo del cine expresionista alemán, en el desierto), entonces se pone a inventar algún tipo de arquitectura que la resguarde: unos pilares por aquí, una fuente por allá. Al enterarse de los inventos de otros (está sola en el mundo, pero lleva con ella algunos libros), sus objetos invisibles adquieren forma: la fuente es neoclásica y los pilares, art decó. Aunque sean de aire.

Otra posible solución es imaginar que las referencias toman la forma de la rosa de los vientos. "Para allá está el norte", dice la mujercita, "y hacia allá, el sur". Sabe que lo está inventando, pero no le importa. Y al irse a dormir piensa en el triunfo de saber dónde se encuentra su almohada.

Al pensar en esto de las referencias recordé al argentino César Aira y su amor por los mapas, las maquetas arquitectónicas y los proyectos cuando se están formando en la mente. También pensé en los espacios acogedores de Chillida y se me vino un parlamento de Peter Shaffer: Un niño y un viejo están mirando las estrellas. “¿Por qué existe la Iglesia?”, pregunta el niño. “Porque los humanos somos demasiado pequeños y tenemos que construir ese tipo de cosas para no sentirnos perdidos”, responde el viejo (no me pregunten cómo se llama la obra).

POSDATA: Nótese que al hablar del sentido de las referencias no pude hacer otra cosa que acudir a ellas. Hai visto, C?

¿Quién es el yo que escribe?

Anoche, durante nuestra sesión semanal de revisión, Cuitláhuac leyó un capítulo de novela interesante y complejo. Al comentarlo, Coral dijo una frase memorable en el origen de la ficción: “Una se agota al hablar de sí misma”. Hace un par de meses di a los becarios del Centro un motivo similar: contar la propia hostoria es aburrido, por eso empezamos a ficcionar.

Una deja lo biográfico por agotamiento o por fastidio. Entonces se abre el mundo. No porque digamos las cosas de alguien que no somos, sino por la riqueza de imaginar que somos otra. Ser una misma (cualquier cosa que eso signifique), o ser la de enfrente: he ahí el dilema. Pero al narrar cuestionamos la propia identidad. Y descubrimos que es posible sobreponer planos.

Hace poco me escribía Carlos acerca de los diferentes niveles de persona. En el origen griego de la palabra “persona” hay una máscara. ¿Habrá alguien detrás de la persona, de la máscara? Uno de mis primeros libros se llama “Detrás de la máscara”. Es una serie de cuentos en donde quien narra es a veces hombre, a veces mujer, en ocasiones la narradora se llama Dulce, pero tiene una historia diferente. Pensaba (quizá es una idea disparatada) que al ponerme todas esas máscaras aparecería un rostro vacío.

Ahora pienso diferente: cada vez que escribo soy otra, aunque pretenda ser autobiográfica.

Esto me recuerda algo que dice Zizek en “El acoso de las fantasías”: no hay realidad, sino sentido de realidad. Y nuestro sentido de realidad está sustentado en una fantasía fundamental y personalísima: una ficción. Perderla sería caer en la locura, quedarnos sin piso.

domingo, febrero 6

Domingo

To Zeta

El chat:
una manera de ser, siendo palabra escrita.
Soltar la escritura, dejarse ir una misma.
Hay también un sí mismo en eso que aparece en la pantalla como por arte de aparición.
Me encuentro en el encuentro de las palabras.
Digo: eso soy, eso que digo.
Y entonces, pequeño demiurgo en mi pequeño mundo, veo que lo dicho es bueno.
Y descanso el séptimo día.

Para saber de nosotros


A veces la música nos provoca sobrevolar la ciudad, otra ciudad o la nuestra. Entramos al sueño de quien escribe en la distancia, nos dejamos llevar por una escritura ajena que de pronto es propia. Justo ésta.

sábado, febrero 5

Políticamente correcto

Acerca de lo comentado por Lukas (El perro cansado) en torno a lo “políticamente correcto”, me gustaría apuntar que el término fue inventado por los conservadores norteamericanos para señalar de manera peyorativa una política de enseñanza considerada de izquierda. Tal el origen.

El problema actual con este término, que ahora utilizamos indiscriminadamente, es que ante cualquier denuncia de una situación de injusticia u opresión (hablamos, principalemte, de los Estados Unidos), el denunciante es tachado de “políticamente correcto”; esto ayuda a los conservadores a acallar el pensamiento crítico. “La denuncia de lo políticamente correcto”, dice Derrida en su libro de conversaciones con la Roudinesco, “es masivamente conservadora y organizada, habría que decir manipulada, por grupos políticos conservadores del Congreso y el Senado” (habla de Francia).

Actualmente el término se utiliza principalmente para denunciar la hipocresía de los grupos ortodoxos en el poder (los mismos conservadores que antes usaban el término para minimizar el pensamiento crítico), cuyo discurso aparentemente crítico no coincide con sus decisiones políticas.

Del libro de cocina de la Mujer Loba

La Wannabe dice haber encontrado un texto muy sabroso en el Blog de Magda titulado “Crítica literaria” (27/01/05). Va un avance:

Leer un buen ensayo sobre un escritor o sobre la escritura de un escritor es fascinante. Sobre este tema Roland Barthes nos pregunta y al mismo tiempo nos responde:

“¿Cómo obtener placer en un placer relatado? ¿Cómo leer la crítica? Una sola posibilidad: [...] En lugar de aceptar ser el confidente de ese placer crítico puedo, por el contrario, volverme su voyeur, observo clandestinamente el placer del otro, entro en la perversión; ante mis ojos el comentario se vuelve entonces un texto, una ficción, una envoltura fisurada. Perversidad del escritor; doble y triple perversidad del crítico y de su lector, y así al infinito.”

Columna

Liter Espacio / El Premio Nobel y las prisiones en Iraq
Por Dulce María González
El Norte

I La buena voluntad

Esta semana se me ocurrió leer a J. M. Coetzee, un autor que tenía pendiente. Un amigo me lo había recomendado tiempo atrás. "Se trata de un escritor desconocido", me dijo, "absolutamente marginal". Días después lo premiaron con el Nobel. Era el año 2003 y yo quedé maravillada del prodigio.

Los premios Nobel son el mejor ejemplo de aquello que los conservadores llaman lo "políticamente correcto". Aun cuando hay una garantía de calidad, está el otro detalle importantísimo que poco a poco se ha ido convirtiendo en la regla: el reconocimiento suele entregarse al representante de alguna minoría de carácter social o político, honrándose de esta manera a su tradición marginal.

En un mundo dominado por las leyes del mercado y los intereses de las grandes corporaciones, un reconocimiento como el Nobel parece ser la única justicia posible para las minorías en cuestión. Si la justicia concreta resulta inalcanzable, ya que el mundo se mueve por sí mismo en la dirección que le da la gana, al menos se hace patente la buena voluntad de los poderosos al conceder un premio tan importante a alguna de las voces que en su momento denuncian la injusticia y/o la opresión. En este sentido, el Nobel resulta una manera adecuada de mostrar buenas intenciones o de limpiar conciencias.

II La sutileza del método

Las escenas violentas de "Esperando a los Bárbaros" (1980), de J. M. Coetzee, inevitablemente nos llevan a las fotografías de tortura en las prisiones de Iraq.

Cuando por vez primera vimos esas imágenes en los medios no alcanzábamos a entender el significado. Recuerdo que, en un foro de internet, alguien pegó una de las primeras notas al respecto, cuestionando la relación que podía tener aquella masa de cuerpos con la información acerca de la tortura de prisioneros. Era la sutileza de los métodos lo que provocaba el horror. ¿Qué pretenden los gendarmes al vejar a los presos de esa manera?

En "Esperando a los Bárbaros", Coetzee penetra el alma humana en un intento de arrojar luz sobre las emociones perversas que acompañan al poder. ¿Qué más se le puede arrancar a un ser humano después de quitarle la libertad?

Los torturadores de Coetzee parecen buscar algo en los cuerpos, un misterio que sólo el dolor y la humillación pueden ser capaces de desvelar.

III El deseo de posesión

El protagonista es un magistrado de una ciudad en la frontera del Imperio.

Su cotidianidad ilustra el estilo de vida de las llamadas "sociedades del bienestar" y esto le impide entender el significado de la paranoia que el Imperio ha desarrollado en relación a los otros, los que son diferentes y por lo mismo amenazan los intereses del poderoso Estado hegemónico.

El magistrado sabe bien que los bárbaros no existen, pero no ha caído en la cuenta de que el Imperio, como sus poderosas corporaciones, no es una persona, sino un ente despersonalizado, sin conciencia, sin sentido de la ética: una máquina de poder.

En un principio, lo único que desea es que esa desquiciada arremetida en contra de los bárbaros finalice y regrese al pueblo el estado anterior de bienestar. Pero escuchar cada noche los gritos de dolor de los prisioneros lo hace comprender su participación. El mismo es uno de ellos, puesto que nada puede hacer en contra de las acciones de una maquinaria política a la que pertenece.

En un intento de redimirse, rescata de las calles a una mendiga a quien los torturadores han roto los tobillos y han dejado ciega. Entonces, sin darse cuenta, empieza a aplicar él mismo ciertas estrategias con el mismo fin. Se trata de una relación de amantes y, sin embargo, en el fondo, no hace sino imitar a los crueles gendarmes, pero con otras armas.

Se trata, también en su caso, de arrancar el misterio de esa extraña: adueñarse de su verdad, poseerla más allá de lo posible.

IV La búsqueda del secreto

Entonces, y porque, a diferencia del Imperio, él sí tiene conciencia, el magistrado se siente culpable. Lo primero que le sucede es que ya no le es posible disfrutar de su pasatiempo preferido: la caza. La conciencia de su superioridad sobre la vida del otro le amarga el hobby y lo lleva a cuestionar su posición ante la muchacha:

"La calidez y la belleza de los cuerpos femeninos seguían sugiriéndome el antiguo placer, pero algo nuevo me desconcertaba. ¿Era penetrar y poseer a esas bellas criaturas realmente lo que quería?".

El autocuestionamiento acerca del poder alcanza su punto más elevado cuando descubre que no ha hecho con la muchacha sino indagar lo sucedido en la tortura. Ella no puede responder a su amor, es una mujer sin rostro, inexpresiva, por más que intenta no logra conmoverla. Es una mujer a la que le robaron el alma.

¿Cómo sucedió eso?, ¿en qué momento?, ¿qué es exactamente lo que los otros buscaban en ella y que al fin, acaso sin advertirlo, obtuvieron? Y, lo más importante: ¿qué es aquello que él mismo intenta obtener? "Busco secretos y respuestas", dice el personaje, "sin importarme lo estrafalarias que sean".

V La in-humanidad.

Veo de nuevo las imágenes de cuerpos desnudos, pirámides de carne humana en las cuales es imposible reconocer cuál brazo pertenece a quién. Observo las sonrisas de los soldados y me pregunto, al lado de Coetzee, en qué consiste el alma humana, qué es eso que nos provoca placer desde el dolor, por qué la necesidad de dominar al otro, el deseo del poder más allá de lo posible. Y me pregunto si eso inhumano de las fotografías no es acaso lo más profundamente humano que he visto.

viernes, febrero 4

La Mujer Loba Wannabe anota románticamente en su ciber-libreta que:

a) Vicente Guerrero envía saludos desde la ciudad de Gaudí, qué envidia.

b) El Sueco cambió de look y ahora aparece muy “postal”, entre derrideano y nostálgico. Se recomienda ampliamente su más-que-cínica carta al vacío.

c) Para balconeos, mi querido Cui (¿qué otra amiga te conoce el amplio mundo con esa inicial?, es pregunta).

d) No hay mejor postre para el viernes que un sabroso minitexto del Hole Collector (Borges y el cine, quién lo iba a imaginar de esa manera).

e) Siguiendo los consejos de Carlos, la Wannabe se entregará a su obsesión neurótica por la luna sin pensarlo (tal el propósito) durante el finde (tal el horario).

f) Y tú, my dearest, ya alíviate.

miércoles, febrero 2

Sweet home

Como cada madrugada, el perrovampiro de la Mujer Loba entró a su fase de mayor actividad alrededor de la una. “Este no es un perro normal”, dice un descendiente de la noctámbula al tiempo que el mal llamado animal muerde con insistencia su zapato. “La familia no es normal”, responde la Wannabe. El descendiente echa un vistazo al grupo que se ha reunido para aislarse: cada uno se encuentra absorto en la pantalla de su respectiva laptop. El descendiente noctámbulo se coloca los audífonos y da por concluida la conversación. La Mujer Loba realiza acciones semejantes. El perrovampiro corre como si fueran las doce del día, araña los muebles, ensaya sus primeros intentos de aullido.

martes, febrero 1

Tu extraña insistencia

Las relaciones epistolares se dan entre dos que se identifican, se re-conocen, se saben próximos en la distancia. La bandeja del mail es una grieta hacia un lugar elegido. El blog es otra cosa, un espacio diferente, el sitio donde quien escribe se expone a la mirada del lector anónimo. Aquí estoy, lector, observa esto que pongo ante tus ojos, la desnudez de una palabra que se abre sin destino. ¿Estás viendo?

Y sin embargo hay palabras que sólo se dan a leer a quien posee una firma. Las cartas van dirigidas, tienen dirección, poseen un destino singular. Esto sólo te lo puedo decir a ti, le digo a mi fantasma, a mi phantom. En ocasiones el alma entra a Internet con una MacOSX.

Los fantasmas maileros tienen nombre, te dicen querida Dulx, te cuentan de acupuntura y trabajo, o te llaman amiga semper fidelis. Entonces les puedes responder escribiendo su nombre desde el corazón de un disco duro. También te dejas ordenar, obedeces la orden de una escritura por encargo, esa otra manera de afecto.

Las botellas que una arroja al mar son otra cosa, como esta precisa botella que lanzo y acaso ahora lees tú, quién seas.

Dos acuses de recibo, dos

Recibo una carta dirigida a la Mujer Loba. En ella, un desconocido invita a la noctámbula a establecer una relación epistolar desde el anonimato. "¿El anonimato de quién?", pregunta la Wannabe, "¿no está claro que yo soy yo, mientras el anónimo es un quién sabe?" Como dice la pequeña Marijose: ¡Zafo!

Sergio Mora está en Houston y desde allá envía saludos refrescantes. “Al cortar el césped”, dice, “gracias al sonido hipnótico del motor, es posible ver las cosas como son”. Imagino días fríos, quietud. Un sol calientito cae sobre territorio gabacho mientras Sergio escribe los poemas sencillos y luminosos que solía llevar al taller. Un saludote.

Re: Re: La verdad capada

Siguiendo con la reflexión acerca del periodismo, El Sueco anota una cita de Mailer:

Los buenos novelistas y los buenos periodistas mantienen una búsqueda paralela. Siempre intentamos encontrar aproximaciones mejores que la verdad establecida, porque es común que esa verdad se tuerza en aras de poderosos intereses.

Los periodistas se aventuran en este meritorio e intrincado camino cavando la dura tierra en busca de esas criaturas viscosas que llamamos hechos, que casi nunca son lo suficientemente claros como para aflorar como ciertos o falsos.

Sólo entonces caigo en la cuenta de que los hechos, como la realidad, son difíciles de atrapar. La realidad, dice Lacan, es inaccesible. Lo nuestro es lo imaginario (aquello que imaginamos acerca de la realidad y que no siempre, o casi nunca, coincide con ella) y lo simbólico (un ponernos de acuerdo a partir del lenguaje). Si no podemos acceder a la realidad, al menos hablemos, establezcamos un código que nos permita entendernos. La posibilidad de ser “fieles al hecho” adquiere entonces la forma de una pregunta. Y de un diálogo.