martes, septiembre 27

Filosofando

El misterio de la vida:
--¿Por qué no soy feliz? (pausa reflexiva) Qué raro.

La vida, según la Mujer Loba:
--¿Y por qué tendrías que ser feliz? (pausa desaprobatoria) Qué tonta.

Necesidad existencial:
--Me urge enamorarme y desenamorarme rápidamente (suspiro).

Curiosidad humana:
--¿Por qué?

Sentido común:
--Sucede que me falta energía, pero no tengo tiempo para amores prolongados.

La Mujer Loba descubre el agua tibia:
--La vida no es una pila recargable.

Sincero asombro existencial:
--¿Ah, no?

Cuestionamiento metafísico:
--Y, entonces, ¿dónde está la felicidad? (nuevo suspiro).

Respuesta de la Mujer Loba en la que cita al cubano Eliseo Alberto:
--En la remota Conchinchina donde, se dice, edificaron la famosa Casa del Carajo.

Risas grabadas.

domingo, septiembre 25

Puer aeternus o de la nostalgia

Para Mario Anteo

“I wannna rock”, bramaba mi amigo, ante el azoro de quienes ocupaban las mesas vecinas.El sacón de onda de quienes nos rodeaban --la mayoría de ellos bebía y conversaba en santa paz-- no era para menos: nos encontrábamos en un bar tranquilo, para gente mayor, donde una mujer también mayorcita cantaba boleros. Entretanto, mi amigo golpeaba la mesa con las palmas, como si ésta fuera un bongó. “Cántame un blues”, gritaba, y enseguida se reía, el solito, del chiste. A la cantante, obvio es decirlo, le salía humo por las orejas. En medio de uno de esos gritos, la esposa de mi amigo “Ya cállenlo”, gritó a su vez, y retomó la tranquila conversación que llevaba a cabo con Su Servidora. La noche siguió así, hasta el momento en que mi amigo se dio cuenta de que había perdido la cartera. Fin de la euforia.
El bar que digo es muy antiguo en la ciudad, pero de su vieja vocación conserva únicamente el nombre y el dueño. Situado actualmente en la zona up-class de San Pedro, “El mesón del gallo” fue durante años sitio de reunión de intelectuales y artistas. Hace dos décadas, cuando el ahora Barrio Antiguo no era zona turística, sino simple y sencillamente un rincón olvidado del centro de la ciudad, el mesón (así le llamábamos) era una pequeña “posta”: lugar de revolucionarios wannabe con música de protesta, sitio oscuro, destartalado, al que solíamos ir cada noche los escritores jóvenes dizque reventados; entre ellos, mi amigo y yo.
Todo en el mesón era de quinta. Los baños, las mesas, el escenario (consistente en un banco alto para el cantante y una lámpara prehistórica que lo iluminaba a medias) y el pequeño teatro donde el grupo “Rehilete” montaba obras interesantes con presupuestos raquíticos. Por otro lado, nunca se le vieron al Gallo, dueño del singular espacio de esparcimiento, perspectivas de mejorar, ya que quienes acudíamos ahí éramos, más bien, unos muertos de hambre. El mesón, todos lo sabíamos, no era negocio. De ahí su magia.
Los veinteañeros de entonces, que nos sentíamos muy open y muy intelectuales, íbamos al mesón a ligar, a tomar y, he ahí la costumbre de mi amigo, a gritar. Nadie había escrito aún su primer libro, pero todos nos sentíamos Rimbauds, Condes de Lautréamont en potencia. Qué tiempos.Resulta que entre la gente adinerada se puso de moda visitar tugurios y el mesón se fue de pronto a la alza; de manera que se cambió de aquella casa pequeña y mal acondicionada a un local grande, dos cuadras al oriente en la misma calle. Más adelante el mesón desapareció, para reabrir sus puertas hace unos años en un local de San Pedro.
Pues nada, que mientras mi amigo vociferaba y tocaba el bongó, durante las horas que tardó en darse cuenta que había perdido la cartera y, entonces sí, derrumbarse por completo, yo me la pasé bostezando, preocupada por el ensayo que debía terminar de escribir el fin de semana.
"¿Te das cuenta de que sigue siendo un adolescente?", me preguntó la esposa de mi amigo. "Sí", le dije, "es un tipo fascinante", y me quedé pensando en qué consiste que el tiempo se detenga en alguien. La adultez no es la maravilla del mundo, para decir la verdad, y sin embargo trae consigo otro tipo de magias, o eso quiero creer. El caso es que ando nostálgica, pidiendo al cielo que me pase al menos un trocito de la energía de Mario.

martes, septiembre 20

Traducción del enredo que sólo atina a enredar más o peor

Resulta que esa otra mujer no soy yo, sino la que escribe. Sabrás que tiene su propia vida allá, en alguna parte que no es el mundo de la realidad real, un mundo que se inventa y se construye ante el teclado: realidad de símbolos no menos real, aunque diferente (cualquier cosa que signifique todo lo anterior). Esa mujer, decía yo, suele despertar como una bomba en lunes. Le encantan los inicios de semana. Sabe que su cabeza es una nave y que el viaje da inicio justo alrededor de las 8: el viaje de la semana, un trayecto a escribir.
Pero ayer despertó frita, con la nave descompuesta y sin combustible. Sucede que tiene una vida noctámbula singular. Regularmente inicia esa vida frente a la pantalla, pero a veces se traslada al sueño sin darse cuenta y sigue y sigue y no para nunca. De ahí que no descanse: al saltar la frontera del sueño no se da cuenta, la pobre. Y trabaja en otra parte, en vez de descansar en la cama. Yo le digo como decía mi abuela: "no confundas las cosas". (También le digo lo siguiente: “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”.) Pero la mujer en cuestión es taimada y finge no escuchar ni entender nada.
Ahora mismo, instigada por una revista de psicoanálisis y las palabras seductoras de su grupo de estudio, anda chiflada con Dante. Como si tuviera tiempo de sobra o para aventar hacia arriba, la muy bruta. “¿Y luego por qué pasa lo que pasa?” Eso también lo decía mi abuela (que no la de ella).
Explíquese a partir de todo esto el cansancio, el rechinar de goznes de la nave, el horroroso vacío del tanque del combustible.
En todo caso eso fue ayer.
Hoy andamos en otra.
Cada día su angustia, su mujer, su nave.
¿Me explico?

lunes, septiembre 19

Lunes

La Mujer Loba observa la pista de despegue con desánimo, bosteza. Antes del amanecer se puso su casco e intentó encender los motores. Nada. La nave intergaláctica no se ha elevado un milímetro del piso. El foco de alarma del combustible se ha encendido y la estación de reservas se encuentra a kilómetros de distancia. Este será un día largo para La Noctámbula.

sábado, septiembre 17

Acuse de recibo

Muchas gracias a Laia Jufresa por el envío de su texto de presentación de Mercedes luminosa.

Traducciones en el literespacio


Literespacio / El Hamlet regio y adiós a los dioses
Por Dulce María González
El Norte
Desde que inicié la lectura de la adaptación que Alessandro Baricco realizó el año pasado a "La Ilíada" de Homero, supe que sería un ejercicio incómodo, tomando en cuenta los comentarios que el mismo autor hace a su texto a manera de prólogo.
La estrategia de Baricco, consistente en suprimir la participación de los dioses, provoca que emerja la novela contemporánea que siempre estuvo enterrada en el texto homérico. En "Homero, Ilíada" (Anagrama, 2005), versión realizada para ser leída en público y transmitida posteriormente por radio, la historia adquiere un ritmo veloz, dando por resultado que la anécdota, y por lo tanto la acción, aparezcan en primer plano. Si a lo anterior agregamos un tono narrativo que desconoce la exaltación poética de los grandes héroes, entonces tenemos una "Ilíada" totalmente accesible a los lectores actuales, para quienes es difícil pensar en la superioridad divina de nadie.
Sin embargo, lo que en realidad suprime Baricco al borrar la parte invisible del mundo helénico es su alma, el espíritu de la época, el sentido griego de la realidad. El interés de un mundo anterior a los primeros cuestionamientos filosóficos es precisamente su carácter indomable: sobrepoblado de fantasmas y divinidades, el aire que respiran los griegos es denso, atemorizante; de ahí la importancia de los grandes hombres, capaces de enfrentar lo invisible. En Homero, los demonios internos son colocados afuera, en los elementos de la naturaleza; quizá por ello "La Ilíada" acierta al traducir a palabras la pasión humana: la actitud soberbia de Agamenón, la cólera de Aquiles.
Sin el escenario sobrehumano, los héroes no parecen ser tan grandes y la Ilíada se convierte en una fenomenal novela de guerra, pero a los hombres que participan en ella la grandeza no se les ve por ningún lado. Y sin embargo, o quizá por ello, el lector actual la lee con aprehensión, como si no conociera el argumento. El ejercicio de Baricco resulta interesante, ya que ilustra, más que la forma de vida de una civilización que dio inicio a la cultura occidental, la actitud del lector occidental contemporáneo para quien una historia narrada con velocidad y plena de violencia es el mejor ejemplo del arte literario.
Actualmente, y esto se ha comentado mucho en los últimos tiempos, el mercado editorial pareciera haber suplantado la opinión crítica de los expertos, al convertirse en indicador no sólo de la calidad literaria de los autores, sino del sentido contemporáneo de la literatura y la estética. Es acaso a partir de esta nueva manera de medir la calidad que Baricco comenta con orgullo que a las dos lecturas de su texto, realizadas en Turín y Roma, "asistieron (pagando) más de diez mil personas, y que la radio italiana trasmitió en directo el espectáculo de Roma". ¿Cómo puede ufanarse de tal cosa el autor de una novela tan sublime como "Seda"? Es evidente que los éxitos del mercado vuelven loco hasta al más delicado de los actuales narradores jóvenes de Italia.
Volviendo a la adaptación de "La Ilíada", y reflexionando en torno a la producción de nuestros artistas, el texto me recordó una de las últimas obras teatrales de Sergio García. Hablo de la puesta en escena que el director regiomontano hizo de "Hamlet", representada hace un par de meses por alumnos de la Escuela de Teatro de la Facultad de Filosofía y Letras en el escenario del Aula Magna de la UANL. En la adaptación al texto de Shakespeare, García realizó una operación similar a la de Baricco: borró o, más bien, enmudeció a una generación entera de personajes (los adultos, con excepción del fantasma del rey Hamlet) con el fin de que emergiera la problemática de los jóvenes de la historia.
En este caso, la supresión de uno de los elementos acierta en su finalidad de sacar a la superficie una situación que no se veía con claridad por encontrarse inmersa en las complejidades de una tragedia enorme que incluye a todos. Sin la presencia de los padres, Hamlet, Ofelia y en general los personajes jóvenes, aparecen como esclavos de las historias de sus antepasados, siervos de su linaje, seres incapaces de tomar decisiones personales ni de vivir sus propias vidas, ocupados como están en hacerse cargo de los deseos y las pasiones de sus mayores. No obstante esta supresión de las intervenciones de los adultos, la adaptación de García no aceleró el ritmo ni cambió el tono. Y lo más importante, desde mi punto de vista, es que conservó en lo posible el lenguaje original. Simplemente provocó que se escuchara la voz de los jóvenes y con ello logró contar la misma historia, pero de otra manera, resaltando otras cosas. Una verdadera relectura en la que permanece el texto original a manera de soporte.
Baricco, en cambio, se atreve a decir que se ha quedado con lo esencial del canto homérico. Tomando en cuenta tal afirmación, su fracaso se hace patente desde la primera línea si enfrentamos su versión a la de Homero. No es lo mismo: "Canta, oh, diosa, la cólera del Pelida Aquileo", que: "Todo empezó en un día de violencia". Lo que se pierde en la adaptación de Baricco, además de la cordura y el respeto por nuestras obras fundantes es, precisamente y a todas luces, la esencia del texto original.

viernes, septiembre 16

La escritura en cartas

Porque la escritura es una carta, siempre.
A: J, sobre la necesidad:
Sí, hay toda una diversidad de posibilidades de vivir la literatura. A veces pienso que si pudiéramos dejar de escribir, si pudiéramos no escribir y de todos modos seguir viviendo, lo haríamos encantados de la vida (quizá nos dedicaríamos a ser felices sólo por el hecho de respirar).
La necesidad de escribir es lo más sencillo del mundo: lo hacemos porque no hay de otra. Hacerse una vida literaria es ya demasiado. Uno vive la vida como puede. En nuestro caso, sobrellevando esta necedad de tener que estar simbolizándolo todo, el intento de llenar ese hueco que sabrá dios de dónde salió.
A: D, sobre la ética:
Ayer estuve hasta la una de la mañana conversando con una amiga sobre el sentido de la ética en Lacan. Ahora leo tu texto y no lo puedo creer: claro que existen las leyes del azar, claro que, si uno se pone a buscar con disposición, encuentra.
Para Lacan, la única ética posible es actuar en concordancia con el propio deseo y hacerse cargo de las consecuencias. Ser quienes deseamos ser, hacer lo que nuestro deseo nos dicta, actuar sin traicionarnos.
La búsqueda del padre, o de la madre, o del amor, la búsqueda de ese vacío en torno al cual tejemos un camino: caminar nuestro camino, el camino elegido: experimentar el trayecto que nos da forma.
Eres muy claro al decir el tejido que eres. Muy claro. Muy incapaz de traicionarte. Lo llamamos: congruencia. No se trata de adoptar los estereotipos del periodista o el literato, se trata de vivir la vida haciendo lo que hemos elegido, siendo lo que hemos elegido, con todas las presencias, las ausencias, con todo lo que nos rodea. Vivir la vida de cierta manera, pero saber que esa manera es la nuestra.
A: F (que a veces es K), sobre los motivos:
Coincido contigo cuando, citando a Barthes, recuerdas que la escritura está dirigida a alguien. Considero, partiendo yo misma de Derrida, que este carácter de envío es propio de toda escritura: blogs, cartas, poemas y hasta los diarios estrictamente personales. Escribimos a partir de alguien, un otro que nos incita y a quien, en principio, nos dirigimos; aunque en el fondo ese otro sea un lugar capaz de ser ocupado por muchos. El deseo es canijo. Y mueve al mundo.
En cuanto a lo que piensen los demás acerca de cómo debe de ser un escritor, de qué cosas debe hablar, cuál debe ser su actitud o su posición, eso me tiene sin cuidado. Hay infinitas posibilidades para la vida cuando está construida de escritura.
Escribir es ordenar símbolos en torno a una ausencia, convocar a ese otro que nos impulsa a escribir, crear un lugar de encuentro construido de palabras, mi lugar de encuentro es como yo lo deseo y es para alguien. Recibir y enviar esas cartas a ese otro que toma el lugar de los lectores, que los simboliza y los representa.Hablas acerca de la forma. ¿Por qué habríamos de eximirnos del placer de lo estético? Escribir, acaso, por puro placer, por el deseo de gozar la belleza; en ocasiones olvidados un poco de lo que decimos, centrados en palabras que nos seducen, aunque nada digan. La nada es también gozosa.
El viejo sentido de la vida. Si está ahí, si casi lo tocamos y es bello, disfrutable y nos hace sentir vivos, entonces que los otros digan lo que quieran. Yo, tan campante.
A: mi Sócrates (que a veces es mi Platón), sobre la esencia:
No sé cuándo leerás esto y quizá por eso siento que ahora mismo escribo la novela, lo cual no es demasiado diferente, ya que siempre soy la Platona que escribe para su Sócrates. Siempre soy la que escribe para ti. En un secreto código donde yo no soy yo ni tú eres tú, el que no conozco, el de la vida real. Y sin embargo eres éste, el mío, aquél para quien escribo con una servidumbre que me enaltece.

miércoles, septiembre 14

Carpe Diem

(Lo recordé al leer el último texto en Apostillas)
"Antes de nacer, ¿dónde estaba?", preguntó Marijose cuando era muy pequeñita. "No existías", respondí. "Y cuando me muera, ¿va a ser lo mismo?" Le dije: "Nadie ha regresado para contarnos, pero todo indica que sí." Se quedó muy pensativa y, pasados unos minutos, exclamó: "¡Tengo que aprovechar!"

domingo, septiembre 11

Sucede siempre y de nuevo: sábado

Una vez que dejo a Marijose en su clase de italiano, me voy al café de siempre. A la vuelta del Instituto Dante y detrás de Catedral. Pido mi expreso doble.
Como cada semana, se me ha acumulado el trabajo. De manera que, mientras la pequeña practica conjugaciones y dibuja a Pinocho, yo me ocupo de los textos pendientes. Subrayo, pienso, veo pasar una mosca.Este café es más bien fresa y quizá por eso me encanta. Hoy han puesto música griega y el sol cae de lleno sobre las macetas del pequeño patio interior. Aquí me entrevistaron hace un par de meses para el programa “Entrelíneas”. Mientras preparaban todo, Perla y yo conversábamos en una de las mesas bebiendo café: un momento sabroso. Desde entonces vengo aquí a trabajar, me concentro en el español mientras mi pequeña recupera su segunda lengua. Cada una a sus cosas.
Estoy conteniendo el impulso de escribir. Los compromisos y los demasiados textos pendientes me fuerzan a aplicarme en los temas, a olvidar por unos días la escritura-escritura. Alejada del mundo que se parte en pedazos, de mi personal rotura y mis trozos de mundo colgando, intento concentrarme en un artículo de la revista “Litoral”. La autora es Mayette Viltard y está hablando, casualmente, de Lacan y de Dante. Recién acaba de citar a Eluard:
Qué rostro vendrá, caracol sonoro
A anunciar que la noche de amor toca el día
Boca abierta unida a la boca cerrada…
Entonces sucede.
El momento es fugaz, una combinatoria de música, sol a través de la vitrina, deseo contenido y la lectura de una frase que habla del momento mismo y dice así:
Que el cuerpo resuene en la experiencia viva de la letra no está a la orden del día.
Y sin embargo.

Frases populares

a) "Tiene dos trabajos" (alguien le anuncia a otra persona su indiferencia en relación al enojo de un tercero).
b) "Nomás hasta donde diosito quiera" (alguien le anuncia a otra persona su indiferencia ante la vida de un tercero o hacia la propia).
c) "Yo le pido a diosito que ya me recoja" (alguien que, sin haber leído a Heidegger, le anuncia a otra persona su indiferencia hacia la propia vida, haciendo alusión intuitiva a su condición de "ser arrojado en el mundo").

jueves, septiembre 8

Puntualizando

A propósito de los comentarios que llegaron acerca del texto “Hoy me siento bien”, y después de agradecerlos (lo cual he hecho ya a través del correo privado), me gustaría señalar que, aún y cuando estoy consciente de que el texto es flojo, que no acierta a decir de manera contundente lo que se propone, la crítica en cuanto a que el texto es subjetivo e individualista está fuera de lugar.
Tanto la subjetividad, como el individualismo, constituyen el punto de partida del arte y la literatura. El material más importante con que cuenta el creador hacia la construcción de la obra es, precisamente, su subjetividad o, en otras palabras, la profundización que en lo íntimo, en lo absolutamente personal, el creador intenta realizar en torno a su condición de mortal, de ser viviente: lo humano. Hablamos aquí, por supuesto, de emociones, temores, deseos y, sobre todo, hablamos de la vida (constituida de experiencias absolutamente individuales) y de la muerte.
El hecho de que un creador refleje la realidad social y política en la que vive, no es forzosamente su función como artista, sino una consecuencia de esta profundización que hace en lo absolutamente subjetivo, ya que su condición humana se ve afectada por la realidad concreta en que se desenvuelve. Es de todos sabido que el único camino hacia lo universal es el proceso a través del cual el creador ahonda en lo individual.
En consecuencia, y aún cuando refleja su realidad social sin proponérselo, el texto literario es, por su misma naturaleza, profundamente subjetivo e individual.
El prejuicio en torno al tono “confesional”, último resquicio del pensamiento positivista y de la antigua y ya superada exigencia de objetividad en relación el creador y a su obra, es tema aparte.

sábado, septiembre 3

Hoy me siento bien

Liter Espacio / Hoy me siento bien
Por Dulce María González
El Norte

Para Nancy Garza, Óscar David y Gabriela Cantú

Un amigo periodista escribió recientemente en su bitácora de internet que no desea convertir esa página en un espacio confesional. Lo dijo después de hacer un recuento personalísimo de su semana. El suyo es un lugar de reflexión en torno al fenómeno literario y quizá por eso entendí su apunte.
En ocasiones es inevitable saltar la barrera periodística y hacer literatura o, dicho en otras palabras, entrar al terreno confesional, que de eso se trata el negocio de las letras. Mentiras confesionales, fantasías confesionales, historias confesionales en torno a eventos que, acaso, jamás viviremos ni por asomo. No obstante, ya los hemos vivido de alguna manera o los experimentamos justo ahí, en el acto de la escritura.
Resulta que ando nada periodística y sumamente literaria. Olvidada del mundo, me he fugado al teatro, al cine, a algún cafecito donde acomodarme sin prisas para escribir cualquier cosa. Este tipo de evasiones resultan provechosas, ya que dan lugar a la subsecuente encerrona: con tanto alimento en el espíritu llega el momento en que una es incapaz de salir a ninguna parte e, inevitablemente, una se pone a escribir. Capítulos de novela, textos para la bitácora de internet, extensas e inútiles cartas de amor dirigidas a los amigos que están lejos y seguro no tendrán tiempo para leerlas.
Supongo que tales fenómenos escriturales se relacionan con la digestión. Después de alimentarnos, llega el proceso de asimilar. Finalmente, y aunque resulte de mal gusto, debemos hacernos cargo del exceso, del residuo, del excedente escatológico que servirá de arranque hacia un nuevo texto, un nuevo viaje, una nueva aventura para traducir a palabras.
Pero estas hondas reflexiones no tendrían sentido si no hubiera llegado el mail de Leticia Damm. Ella es así, alimentadora de gente. Envía textos a sus amigos por el gusto de hacerlo, sin pedir nada a cambio. El de esta mañana es un cuento mínimo de Augusto Monterroso, se titula "Fecundidad" y dice así: "Hoy me siento bien, un Balzac, estoy terminando esta línea". Pensé: Lety es bruja.
Hay quién escribe porque se siente bien, porque el residuo de la vida es sustancioso, evocador. Hay también quien escribe para cuestionarse, para entender o quizá situado a mitad del dolor. Hay quién escribe sin saber por qué y no puede evitarlo. Quienes nos dedicamos a esto, sabemos que hemos pasado por cada una de estas identidades, que hemos probado cada espécimen del mostrador. Pero dejemos estos últimos casos para otro día. Sentirse bien y escribirlo, de eso hablamos.
Me vienen a la mente algunos de los cuentos de Clarice Lispector publicados en la antología de Alfaguara. Desentendida de la tensión dramática o la supuesta responsabilidad de contar una historia, Lispector se detiene más de lo habitual para describir, por ejemplo, la sensación de estar tirada en la cama, echando flojera, en el espacio intermedio entre la vigilia y el sueño: el peso del cuerpo, la delicia al deslizar los pies en la sábana, el bienestar puramente físico, orgánico. Sentirnos vivos de la manera más básica.
Pienso, también, en "Aprendizaje o el Libro de los Placeres", una novela delicada en la cual la protagonista de Lispector va recorriendo cada uno de los sentidos en un afán de empezar de cero: del día de la creación hacia el disfrute de la vida y el mundo. Aprender de nuevo a tocar, a oler, a ver.Darnos el permiso de detenernos ante un estímulo. A eso invita el texto de Lispector.
Hace años vi una adaptación de esa novela en el teatro. Se trataba de un monólogo escrito y dirigido por Yolanda Falcón y actuado por Rosa María Rojas. Una belleza que la extinta Compañía Escénica Luba llevó a cabo con recursos mínimos en la casona de la calle Tapia donde tenía su sede. Después de presenciar aquello, que seguramente entendió a medias, Marijose, que entonces tenía 5 o 6 años, dijo una de sus frases memorables: "siempre sí me gusta el teatro".
El olor del pasto recién cortado que nos recuerda la infancia y es necesario dejar para después, o para nunca, ya que la luz del semáforo ha cambiado.Diez minutos de ese olor. Como personajes proustianos, buscar en nuestra memoria sensitiva hasta dar con el recuerdo. Borrar por unos segundos la cita urgentísima que nos impide disfrutar el instante, la vida, esa sustancia olvidada.
El caso es que, por algún motivo inexplicable, decidí dar unos segundos al minicuento de Monterroso antes de borrar el mail. Entonces recordé la bitácora de mi amigo, los textos de Lispector, y caí en la cuenta de que hacía mucho que no daba un paseo por las calles después de la lluvia (el maldito automóvil). Enseguida cedí a la cursilería de ponerme a escuchar el "Wonderful World", de Louis Armstrong.
No es lo de siempre, estamos de acuerdo, pero es bueno que suceda de vez en cuando.