lunes, noviembre 21

Bowie, Kureishi y los encuentros proféticos


Y he aquí que, después de casi un mes de intenso trabajo en mis cosas, el mundo aparece de nuevo en la figura de David Bowie. Una semana completita de música setentera: "Rebel, rebel", "Under presure", Ziggy Stardust.

"Bájale por favor a tu música", grita uno de mis hijos desde su recámara. "Desafortunadamente para ti, ésta es mi casa", respondo, armada de una valentía inhabitual. Unos minutos después está de pie ante mí, mostrando su cara de mártir. "Me voy a la biblioteca", dice, ya con la mochila a la espalda. "Haces bien", respondo, y subo aún más el volumen. Yes.

Se llama Hanif Kureishi, es británico de ascendencia pakistaní y escribió dos de los libros que me han mantenido en “relación con lo otro” durante la última semana: “Amor en tiempos tristes”(1998) y “El regalo de Gabriel”(2001), ambos publicados en Anagrama.

En el universo de Kureishi el arte alcanza su realización al integrarse a la vida cotidiana. La niña que le gusta al adolescente Gabriel parece bailarina de Degas, aunque sus palabras sean ácidas; el significado del deseo carnal es el de transportarte “al universo de Velásquez”, pero reporta poco a la vida de un humano y al paso de los años se convierte en metáfora de insatisfacción.

La disciplina de los creadores no es cuestión de virtud, sino de supervivencia: los artistas establecen horarios de oficina sólo para no volverse locos. Y quién siente el impulso de levantarse antes de las 4 de la tarde, algún sentido habrá encontrado a la vida y debe considerarse afortunado.

Todo en la novela de Kureishi lleva a la desmitificación del proceso de creación y la vida de los creadores, aterrizándolos en la realidad de todos los días. Y sin embargo, hay en “El regalo de Gabriel” un mito en torno al cual giran las historias de los personajes, el modelo del roquero genio: David Bowie.Bowie aparece en la novela de Kureishi con el nombre de Lester Jones y significa el arranque de la carrera de Gabriel. Su encuentro con el músico provoca que el adolescente entienda el asunto del talento y la oportunidad de trabajar en él a partir del entusiasmo. Se trata de crear cosas nuevas, ideas que todo el mundo sea capaz de entender, pero que aporten algo más a los espíritus sensibles:

“Había muchas cosas en aquel dibujo, como también sucedía en la música de Lester, tras una línea melódica básica que todo el mundo podía disfrutar. Ésa era una buena manera de contemplar el dibujo, o cualquier otra cosa, como si estuvieses a punto de crearlo tú mismo”.

La creación es algo muy simple: “Yo escribo canciones”, dice Lester, “pero no sé cómo lo hago. Cuando se me ocurre algo, lo escribo. ¿Para qué otra cosa sirve la imaginación, sino para ver lo que no está ahí?” Trabajar es para Lester superarse a sí mismo, dar un paso adelante a partir de un esfuerzo titánico, evitar quedarse con lo realizado a los 25.

“El regalo de Gabriel” es también un largo recuento del pensamiento y la forma de vida de los setenta. La diferencia entre Lester Jones y los cientos de músicos frustrados que alguna vez trabajaron con él, entre ellos el padre de Gabriel, es el esfuerzo diario, la voluntad de crear, más allá del éxito o el estilo de vida (en el caso del rock, un elemento desastroso).

Rex, el papá de Gabriel, es una facha. Embriagarse, drogarse y estar en contra de todo es para él el sentido de ser músico. Aunque continuamente su hijo le recuerda que eso nunca funcionó en realidad, que ser artista es otra cosa y como prueba ahí está su fracaso al lado de la cotidianidad plena, cargada de sentido, de Lester Jones. Pero Rex está atrapado en los setenta: es necesario ser ácido, negativo, estar en contra de todo. Y trabajar, cualquier interpretación que se le dé a esta palabra, es para Rex caer en lo más bajo, un insulto.

Lo que logra Kureishi con esta novela es provocar la reflexión del lector entre carcajadas. Está, por ejemplo, Geroge, el novio de la madre. Tiene su estudio en un castillo del valle del Tíber. El pueblo está lleno de escritores y artistas y por las noches el carpintero instala una pantalla y ven películas al aire libre, “fumando, bebiendo y conversando hasta muy tarde”.

“¿Y qué vas a hacer hoy, George?”, pregunta Gabriel, después de la romántica descripción de su oficio. “Oh, no lo sé”, responde, “soy pintor, así que no tengo que hacer nada más que tocarme las narices”.

Es inevitable ver en el adolescente Gabriel a Kureishi y, en Lester Jones, a David Bowie. En el capítulo donde sucede el encuentro entre ambos se rompe un mito más, con lo cual Kureishi aterriza el tema de lo que Sloterdijk llama “la profecía”: nombrar el talento, hacer el futuro posible.

Lester descubre el potencial de Gabriel, pero no para llevarlo a la fama, como sucede en las películas, sino para señalarlo como creador. “Tú tienes talento”, le dice, “ahora ya lo sabes para siempre”. Después de eso no vuelven a conversar, pero en las palabras de Lester, Gabriel ha iniciado su trayectoria.A partir de su encuentro con Lester, Gabriel sabe dos cosas que se relacionan entre sí: a) debe desarrollar su don a través del trabajo incansable, si no quiere terminar como su papá o como el novio de su madre y b) el proceso será difícil, penoso y largo.

Lo interesante de la novela es que el recuento de Kureishi termina describiendo un proceso que no sólo incluye a los artistas, sino a todo aquel que desea transformarse en sí mismo: la creación de la propia vida, del propio lugar en el mundo.

Publicado en la columna Literespacio de la sección Vida en el periódico "El Norte". Monterrey, México.

miércoles, noviembre 9

Razones de peso

Hoy por la mañana le expliqué a Pache algo que mi becario de Artes en la Facultad de Medicina (quien anda muy platicador últimamente) me comunicó ayer: No debe ir a la escuela sin desayunar, porque durante la noche bajan mucho los niveles de glucosa del cuerpo. Le dije que un vaso de leche con chocolate tiene, además de glucosa, proteínas y carbohidratos. “Con toda esa información no me convences de nada”, respondió Pache, “sería mejor si me dijeras que me tome el chocolate porque es muy sabroso”.
“Llámame al celular”, me pide el susodicho Pache antes de irse a la escuela sin desayunar; “quiero saber si está en mi mochila (la traía ya a la espalda) y de pasada te responderé con eso a tu petición de que tome algo antes de irme. Marco su número y, para mi sorpresa, de la mochila surge una voz lastimera: “Déjenmeeeee si estoy llorando”, suplica la voz del cantante de El Gran Silencio a manera de aviso de llamada. “Gracias”, dice Pache, y se marcha.
PD: Nuestro Presidente continúa con su hábito de hacer el ridículo, turbas enfurecidas mantienen asolada a la Ciudad Luz, y heme aquí con mi asunto del chocolate.

domingo, noviembre 6

Vida humana y eternidad de los objetos

- Si Van Gogh no se hubiera muerto tan pronto -dice Marijose-, ahora sería millonario.

Más tarde, escuchando un cedé:

- ¿Sigue viva? -pregunta, en referencia a la cantante.