domingo, mayo 27

Qué paciencia, bendito Dios

Sucede que me metí de lleno a leer "La Santa" (FCE, 2007), de José Javier Villarreal, y asistí a la puesta en escena de "La Casa de las Paredes Largas", de Gabriel Contreras y el grupo "La Percha", que inauguró la edición 17 del Encuentro Estatal de Teatro. "Qué paciencia, bendito Dios".


Empiezo por comentar que la de Villarreal es una apuesta arriesgada. Los poemas muestran el oficio de un creador regiomontano en plena madurez que entrega una colección de textos casi temeraria, un intento de llevar la expresión poética al límite de sus posibilidades.


Contrario a algunos de los comentarios que escuché durante la noche de la presentación, no encuentro "poemas tristes". Tampoco veo el "barroquismo" o "neobarroquismo" del que se habló. En mi lectura hay tristeza, claro. También dolor, epifanía. Y complejidad. Pero eso no significa que los poemas sean barrocos o tristes.


La imagen que sí me ayudó en la lectura fue la de las muñecas rusas que comentó Óscar David López. En efecto, los poemas abren a otros poemas y cada palabra, cada imagen resuena como una campanada que nos lleva a pasajes de la Biblia, de la mitología griega y, en general, de la tradición literaria de Occidente.


No hay poemas tristes o dolorosos. No los veo. Lo que veo es un intento de decir la tristeza en sí, los infinitos gestos de dolor que conforman el dolor del que formamos parte.


Pienso, por ejemplo, en el dolor de pierna en "Infiernos", donde él mismo, el concreto dolor de pierna, pretende hablar de sí mismo a través del poeta:
"...La pierna también en mí quiere cantar / con su ardor de sábanas, / sus ojos fijos, / su ratón pendulando / por esa mugre de muertos que baja por mi pierna / y ella en mí rascándome la razón...".


Lo anterior parece ser una constante, una manera de proceder de los poemas. Las "Cirses" no parecen ser metáfora de los motivos que llevan a alguien a abandonar la aventura y asentarse en un lugar aislado, son la estancia misma en lo asilado, el abandono mismo del viaje que se actualiza en el poema.


En este sentido, no es que el poeta aluda a la tradición en sus textos, sino que, haciéndose a un lado, abre la posibilidad de que el poema mismo convoque la presencia pura y múltiple de la tradición que en él se renueva. De ahí la aparente acumulación de elementos que llevan a pensar en barroquismos.


Nada se logra al intentar buscar en "La Santa" la tersa piel del poema, puesto que el cuerpo del poema se transparenta de pronto y muestra sus órganos, los múltiples estratos que lo conforman en el presente de su realización.


Como si cada poema hubiera sido escrito en un palimpsesto (libros medievales que fueron escritos sobre otros, que a su vez fueron escritos sobre otros), o como si observáramos las estrellas en una noche sin luna. Los poemas de "La Santa" permiten que veamos lo que hay detrás o, mejor dicho, lo que son en realidad.


Todo poema de verdad es así. La literatura es un ente orgánico en el que la palabra no sólo se alimenta del origen, sino que lo actualiza en la acumulación, en la repetición.


La virtud más notable que encuentro en los poemas de "La Santa" es este intento de vencer la aparente opacidad de la palabra, de manera que se haga realmente visible "en la oscuridad del cuerpo, / en la bombilla que descubre / los óxidos y arroyos...".


Un cuerpo transparente, repetido, múltiple en su presencia, no es algo triste o hermoso. Es, simple y sencillamente, un cuerpo. Imponente y terrible.


En lo personal, la mejor manera de acercarnos al trabajo de José Javier está en las repeticiones al inicio de los versos del fragmento final de "La Santa", poema que da nombre al libro y a la vez lo cierra. A partir de este recurso, el poema (el libro mismo, la poesía) queda suspendido en el eterno renovarse de la repetición.


"La Santa" se sienta (se asienta) una y otra vez a la orilla del camino, cada vez de nueva cuenta, como un latido que hace posible la eterna (ojalá) presencia de la palabra.


Quizá fue esta experiencia (enfrentarme en la lectura a la repetición orgánica y renovadora de la palabra), lo que provocó que la representación de "La Casa de las Paredes Largas" resultara tan enriquecedora.


La puesta en escena de La Percha, hermosa, absolutamente disfrutable desde cada ángulo, me recordó que la realidad mexicana (cualquier cosa que signifique la palabra "realidad" en esta frase) es, también, una repetición de muertes y renaceres que renuevan y conforman su presencia múltiple y repetida, de la que formamos parte. "Qué paciencia, bendito Dios".

Publicado en la columna Literespacio de la sección Vida del periódico El Norte. Monterrey, México.


domingo, mayo 20

¿Y su vida?

La vida de los otros

La vida de los otros. Das Leben der Anderen (Florian Henckel-Donnersmarck, Alemania, 2006) Una película hermosa, de ritmo sostenido, con recursos de lenguaje muy clásicos, pero efectivos. Me recordó la Trilogía de Nueva York de Paul Auster, las novelas de Pamuk, a una amiga de la secundaria. El complejo proceso de identificación, la empatía. Cuando alguien observa a otro de manera obsesiva y empieza a no existir, a vivir a través del observado. Los límites de la identidad. La manera como el observador desaparece en la película y también el momento en que se recupera como sujeto: la última frase.


Ser uno o ser otro.
Ser uno en el otro.
Ser uno mismo (¿uno?) (¿mismo?).


Pienso en lo que dice Pamuk en relación a que el deseo de empezar de nuevo es el eterno deseo de no ser uno mismo y al mismo tiempo ser el de antes. Nada qué ver con la película esto último. En fin, qué lío la identidad.

sábado, mayo 12

El dulce cuerpo

Tunick


I. La libertad de los sometidos

¿Por qué tantos humanos se sintieron "libres" al unirse a una masa de cuerpos, habiendo dejado atrás no sólo la ropa, sino también los celulares, las llaves del carro, las plumas, las palms y demás artefactos que integran nuestra identidad?

Lo paradójico en relación al evento masivo convocado por el fotógrafo Spencer Tunick es que para sentirse libres, los participantes tuvieron que someterse a las órdenes de un líder y ajustarse a sus reglas.

¿De qué se liberaron entonces? O, dicho en otras palabras, ¿cuál es la gratificación al participar en un acto que borra por completo al individuo, convirtiéndolo en una parte ínfima, casi invisible, de una enorme masa que alguien manipula a su antojo?

Los participantes no sólo se despojaron de la ropa, sino también de la voluntad (de la que otro se hizo cargo), de la responsabilidad, de los rasgos que singularizan su individualidad y, en última instancia, de lo humano. Descansaron de ellos mismos al desaparecer en la multitud. Qué dicha.

II. Gansos sin plumas

"Carece de sentido", dice Slavoj Zizek, "imaginar a un ser humano como entidad biológica sin su compleja gama de instrumentos, noción que equivaldría, por ejemplo, a la de un ganso sin plumas."

Desde este punto de vista, los humanos contemporáneos no estamos contenidos únicamente en el cuerpo, sino que habitamos también una exterioridad que nos constituye junto a lo orgánico. Las computadoras, los automóviles, los celulares y, principalmente, el lenguaje, son nuestro dominio propio.

Nos hemos construido un mundo a la medida, hemos creado una segunda naturaleza, una "sustancia artificial" opuesta a la "sustancia natural". Sin embargo, tal "formación de mundo" resulta cada vez más una carga inmensa.

A los gansos no les pesan las plumas. Quizá por eso nunca les da por quitárselas y experimentar la sensación liberadora de no ser gansos en absoluto.

III. ¿Para qué complicarse?

Al reflexionar sobre las masas hitlerianas, Teodoro Adorno interpreta su formación como una "regresión" en el sentido freudiano. En lugar de volver a los sujetos conscientes de su inconsciente (el humano se emancipa así del dominio de sus propios demonios, lo cual supone cierta libertad y autonomía personales), la masa los convierte en autómatas dependientes del líder.

Pero Adorno va más allá al afirmar que en el fondo, los integrantes de la masa fascista no se identifican con el líder, sino que actúan esta identificación, fingen. Y el sujeto que finge ser cautivado, seguramente está vacío bajo esa máscara.

Ese tipo de espectáculos y de distancias internas, Zizek lo advierte una y otra vez, dan lugar a la violencia más atroz, puesto que el sujeto no se siente responsable de nada. Pero ése es otro tema.

En el caso de los encuerados del Zócalo no hubo necesidad de tantas complicaciones ni dobleces ideológicos para llegar a la desaparición gratificante. A partir de una convocatoria que no los invitaba a otra cosa que no fuera vaciarse (y dejarse fotografiar, claro), se vaciaron. He ahí el dulce cuerpo sin otra sustancia que la carne.

IV. El insoportable paraíso

Si es tan gratificante borrarse en la masa, entonces cómo explicar el terror, la angustia de quienes han experimentado regímenes totalitarios.

La igualdad extrema (todos somos hijos de Dios o del Estado), la imposibilidad de adquirir rasgos que singularicen al sujeto, el acceso vedado a la diferencia, que en los regímenes de extrema derecha e izquierda se venden como la imagen del paraíso, se experimentan en lo cotidiano como infiernos.

Quizá el secreto de las formaciones de masas que se experimentan con placer liberador sea su carácter momentáneo. Ser un cuerpo entre miles sobre la plancha del Zócalo es una desaparición similar a la del sexo, cosa de un rato.

V. Restos culturales

En su crónica sobre los eventos del Zócalo publicada en el periódico digital "Los Tubos", Elia Martínez Rodarte comenta que en el momento de arranque la gente mostraba un singular orgullo nacional. Si los mexicanos no ganamos mundiales de futbol ni sobresalimos en nada, al menos rompemos récords extravagantes.

En cuanto al epílogo, se queja de la mugre en las grietas del pavimento, lo cual nos indica que, por más que intentemos vaciarnos, algún resto cultural quedará siempre adherido a los puros cuerpos.

Publicado en la columna Literespacio del periódico El Norte. Monterrey, México


viernes, mayo 11

Otra orilla

Otra Orilla es una publicación situada en el cruce entre las artes plásticas y la literatura. El proceso de creación es así: se propone un tema para cada número y el pintor Salvador Díaz entrega una imagen. Los escritores (Gaby Cantú, Óscar David López, Fernando Mol, Nancy Jeannette Graza, Ytak Solabad y Una Servidora) elaboramos un texto breve cada uno. Enseguida, la imagen, que es una página de periódico intervenida con óleo, es intervenida de nuevo al integrársele los textos. Al final todos firmamos el resultado en conjunto, por lo cual se deduce que somos un colectivo. El proceso de impresión es mixto: inicia de manera digital y finaliza de manera manual en serigrafía. El responsable de tales mezcolanzas es Fernando Mol, que hace unos corajes espantosos en el taller de Toño. Se imprimen 500 ejemplares. En el número 2 tuvimos como artista invitado al fotógrafo Oswaldo Ruiz. Acabamos de sacar el número 5, cuyo tema es "Mapas", y ya basta de explicaciones que nadie pidió. Okey, una más: las imágenes que aquí presentamos están a la mitad del proceso (la parte digital). La pieza final tiene peso, textura, olor a tinta. Lástima que internet todavía no llegue a tanto. En todo caso, lo que sigue es una muestra solamente.


A continuación, damas y caballeros, la estrella de esta noche. Con ustedes, Otra Orilla:

Número 5: Mapas
OtraOrilla n.5 MAPAS

Número 4: El banquete
OtraOrilla n.4 EL BANQUETE

Número 3: Desidia
OtraOrilla n.3 DESIDIA

Número 2: Olvido
OtraOrilla n.2 OLVIDO

Número 1: Anónimo
OtraOrilla n.1 ANÓNIMO


jueves, mayo 10

Maternidad

(a propos de la sagrada fecha)

Celebremos la servidumbre, el contenedor. Me canso de contener y sigo, continúo, hay mucho encore. Y sin embargo se mueven (se desprenden, se van).
Esto de ser pecera.

viernes, mayo 4

Narrativa ella, indiscreta

Un pie detrás del otro al andar. Las cucharas en los extremos y a un lado el descorchador. Todo elude al caos, a la ausencia de sentido. Por eso me da por crear formas, secuencias, ritmos de objetos en el encuadre imaginado de un paisaje al que se le ponen límites (mi casa, esta página). Los libros en el librero, las camisas en el armario y los calcetines en ovillo dentro del cajón. Pulir, lavar, dar acomodo a las cosas y a los signos. Camino, corro, narro incansable. Del verbo: narrar. Aquí estoy. Escribo, pongo orden en la página. Okey, listo, bye.

Cuando el entusiasmo nos alcance...
La escoba, el agua y ese objeto de la mente: el ordenador.
Toco el piano ahora mismo.
Es un teclado de signos, una voz.
Y sin embargo no se escucha ni soy yo.
Pero está y está a punto de marcharse.
Esa que narra y desaparece.
Hay que verla cuando da la espalda.
Bye.

Ahora mismo camino la secuencia imaginada
(el ritmo en la mente, en los brazos, en las plantas de los pies).
¿Y la historia?, ¿el cuento?, ¿la anécdota?, pregunta ella.
En primer lugar, narro, digo cosas, le respondo.
En segundo, continúo narrando, y así.
Uno, dos, tres (narro).
Que esto y que lo otro, que por acá y por allá (sigo narrando).
Hasta que me canso (ya me cansé).
Basta de tanto orden, de tanto hablar de una misma en el blog (¿eso quién lo dice?).
Ya se va.
Bye.