domingo, enero 21

Happy B-Day

Y Mevlâna fue a Damasco y comenzó a buscar a su amado por las calles de la ciudad. Fue a cada calle y a cada casa, miró en cada taberna, en cada rincón, debajo de cada piedra, preguntó uno por uno a los viejos amigos de su amado, a los conocidos comunes, comprobó uno por uno los lugares que tanto le gustaban, las mezquitas, los monasterios, todo. De tal manera, después de un tiempo, buscar se convirtió en algo más importante que encontrar. En este punto de la columna el lector se encontraba en medio de los humos de opio, las aguas de rosas y los murciélagos de un universo místico y panteista donde lo buscado y el buscador habían cambiado respectivamente de lugar, donde lo importante no era encontrar sino caminar hacia el objetivo, ni tampoco el amado desaparecido, sino el amor.
Orhan Pamuk

sábado, enero 20

Mensaje para Galip

Literespacio / Estambul, Pamuk y el secreto de los rostros
Por Dulce María González
El Norte
Estambul

La primera palabra que me viene a la mente al intentar hablar de la escritura de Orhan Pamuk, autor turco recientemente galardonado con el Nobel de Literatura, es: "abundante".

Más allá de la hondura filosófica presente en cada una de sus líneas, del profundo conocimiento que evidentemente posee de las tradiciones literarias de Oriente y Occidente, los complicados arabescos en sus construcciones verbales, en sus imágenes, en el desarrollo de la trama y de las ideas significan un reto para el lector.

Al leer las primeras páginas de "El Libro Negro" surge la sensación de que su escritura nos expulsa, puesto que somos incapaces de traducir el significado de un misterio cuyas profundas claves culturales, filosóficas y antropológicas desconocemos.

Lo interesante viene cuando advertimos que la novela trata, precisamente, de la experiencia que en ese momento vivimos: el intento de penetrar el misterio de "lo otro intraducible", lo ajeno, lo desconocido.

Galip, joven abogado de Estambul, emprende la búsqueda de su esposa Rüya, quien ha desaparecido dejando una carta de 19 palabras. Su investigación está centrada en las pistas que durante años ha sembrado el escritor y columnista Celâl Salim, primo de Galip y hermanastro de Rüya, en los artículos que escribe a diario para el periódico "Milliyet" (¿no te suena conocido?), muchos de los cuales son insertados por el autor a lo largo de la novela.

En su obsesivo intento de encontrar "las señales del significado y el significado de las señales", Galip recorre intrincados laberintos verbales, urbanos, subterráneos; indaga historias de gente que cuenta historias que a su vez conducen a historias; investiga en libros que llevan a libros que se multiplican en libros, al tiempo que recorre las calles, los bazares, los burdeles y los pasajes subterráneos de una ciudad compleja y fascinante.

El resultado es la creación de un universo propio intrincadísimo en el cual los personajes mismos remiten a universos literarios enciclopédicos. Celâl se desdobla en el poeta y místico sufí Mevlâna Celâleffin y Galip en el Jeque Galip, autor del poema místico "Hüsn y Ashk", cuya historia transcurre paralela a la trama de la novela.

Para descifrar el misterio de su propia historia no le basta a Galip su memoria; como en toda lectura, debe apropiarse de la memoria del otro, ponerse en su lugar, desear ser ese otro a la vez que desea encontrar lo más amado (su esposa) y, en el fondo, más allá de todo pretexto, encontrarse: "pensé en él porque podía pensar en mí por medio de él", asegura.

A partir de aquí, el mundo se convierte en un océano de pistas, un misterio que es posible develar a través de la lectura no sólo de textos, sino también, y principalmente, de caras.

Aprende entonces cómo los hurufíes descifraban las letras que Alá imprimió en el rostro de cada ser humano, a la vez que avanza en la lectura de cartas, mapas, fotografías, libros.

La creación de un universo literario complejo nos recuerda al "Ulises" de Joyce o al "Paradiso" de Lezama. El laberíntico recorrido de Galip por las calles de Estambul en busca de señales de escritura evoca a "La Trilogía de Nueva York" de Paul Auster, en donde un personaje se dedica a trazar letras al caminar por las calles (una escritura que sólo puede ser vista desde un helicóptero).

Por otro lado, el encuentro de la propia identidad, ya no en la búsqueda del padre, como se presenta en la tradición grecolatina (al menos no de manera intencional y directa), sino en la de la pareja, presente también en Murakami, refiere a la búsqueda de lo propio en lo ajeno y señala el interés de tantos autores contemporáneos preocupados por el enfrentamiento de géneros, de la tradición y la modernidad, de Oriente y Occidente.

Entrar al laberinto de casi 600 páginas de "El Libro Negro" es una experiencia límite. Algunas somos incapaces de soltar el libro durante horas, otros empezarán a interesarse en la mística sufí o desearán aprender cómo los hurufíes descifraban las letras ocultas en los rostros. Otros más desearán marcharse a Estambul y transformarse en otro, una vez descubierto el misterio capaz de colmar de sentido el vacío rostro del hombre contemporáneo.

sábado, enero 6

Tallerear, caminar, morirse de frío

Literespacio / Tallerear, caminar y morirse de frío
Por Dulce María González
El Norte
Italia

¿A quién se le ocurre tallerear en un pueblito italiano perdido entre las montañas de Friuli, muy cerca de la frontera con Eslovenia, al fin del mundo? Nada menos que a nuestro viajero Óscar David López y a mí.

En Bordano del Friuli hay un solo bar, el cual es comandado por la legendaria Paula, argentina bonaerense arribada a estas tierras hace más de 15 años. Es ahí donde nos sentamos a escribir tan quitados de la pena mientras los parroquianos nos miran con cara de aburrimiento.

"¿Qué tanto escriben?", preguntan como quien desea entender las manías de un extraterrestre. "Novela", respondemos. "¿Los dos escriben la misma?", "por supuesto que no", aclaramos, "cada quien trabaja en la suya", y nos metemos a explicar los pormenores del arte del tallereo.

Los atardeceres invernales del Friuli son color rojo sangre, como si alguien prendiera fuego a las nubes. Y apenas oscurece, a una le entra la urgencia de buscar la chimenea más cercana. Entonces escribir muy cerca del fuego, preguntar de pronto por alguna palabra, leer capítulos en voz alta, y comentar, y corregir. Como si el mundo se hubiera quedado dormido para que Marijose juegue con sus primas y su mamá escriba y lea su novela de Pamuk y, a su vez, Óscar escriba y lea su novela de Piglia.

En Venecia entramos a todas y cada una de las librerías que se nos atraviesan. Permanecemos horas dentro mientras los familiares de la pequeña se congelan. Fuman, toman café en alguna terraza, aguardan nuestro regreso entre los callejones o en las estrechas escalinatas de los puentes.

Al norte de Italia, Isabel Allende es best-seller. Se ofrecen libros de Saramago, de Neruda, de Baricco, de Orhan Pamuk, sólo porque le dieron el Nobel. Se ha traducido en su totalidad la obra de Yoshimoto, y Mondadori acaba de sacar una colección con la obra completa de autores como Mishima, Pasternak, Hölderlin, Forster, Pirandello y Miller.

Para alimentar nuestra envidia, los libros de bolsillo cuestan entre 6 y 10 euros (de 90 a 150 pesos) y en las ciudades pequeñas hay una librería grande y bien surtida en cada calle del centro.

Sin embargo, contrario a lo que sucede en ciudades como Madrid, la gente acá no lee en los trenes ni lleva libros al café (aunque sí se leen ahí los periódicos), no posee libreros en sus casas ni mucho menos libros. ¿Cómo sobreviven entonces las numerosas librerías? Supongo que, similar a lo que sucede en México, éstas se sostienen de la venta de publicaciones comerciales de baja calidad (libros sobre motivación y best-sellers), revistas de modas, publicaciones sobre chismes de las estrellas, revistas y semanarios de deportes.

Por otro lado, ni la gente ni los medios parecen interesados en el tema en lo más mínimo. Contrario a lo que sucede en México, nadie acá habla de la lectura como un asunto que merezca atención.

Alrededor del mundo, los lectores y escritores nos vamos convirtiendo en gente no tan común y corriente que digamos, hombres y mujeres atados a un vicio extraño, una manía que pocos son capaces de entender.

Todavía en el siglo pasado se pensaba que la lectura era un pasatiempo improductivo, una actividad que provocaba a los jóvenes echarse a soñar, alejándose con ello de la realidad y, principalmente, de sus obligaciones.

Ahora que la prioridad es echar miles de dólares a un pozo con tal de que los ciudadanos nos sintamos seguros, ahora que la moda es protegerse del "enemigo", como quiera que se llame éste, sacrificando con ello la libertad, el desarrollo del pensamiento, de las artes, de la cultura, ahora mismo en el norte de Italia o en México la gente no lee en el metro, ni en los trenes, ni en el camión. No porque los libros nos lleven a soñar, sino simplemente porque hemos olvidado esa opción.

Quizá por eso, tallerear al norte de Italia o en cualquier café de Monterrey me provoca sentirme miembro de una secta, una cofradía para la cual las palabras son el mayor reto, una minoría que es posible reconocer al entrar a una librería del Friuli o de cualquier parte del mundo y comprobar que, olvidada del terrorismo, indiferente a los embates del maligno a nivel mundial, está de pie ante el estante de "narrativa contemporánea" o tiene un libro de Coetzee entre sus manos.