sábado, junio 21

De escritores y alumnos


Publicado en la columna Literespacio, sección Vida, periódico El Norte, de Monterrey

I. Un escritor responsable

La frase menos creativa que he escuchado últimamente acerca del oficio de escribir la dijo Álvaro Enrigue hace unos días, durante la presentación de su última novela en el Centro Cultural Universitario. Enrigue aseguró que escribe para pagar las colegiaturas de sus hijos.

Con esa imaginación, vaya usted a saber a quién se le ocurra leer la novela que presentó en nuestra Máxima Casa de Estudios. ¿Por qué no inventó una mentira aberrante, alguna tarugada genial, si se supone que para eso estamos los escritores?

Ante la pregunta de por qué se escribe, he escuchado de todo. Un compañero de taller afirmaba que escribía porque no sabía cantar. Otro decía que era para dar de comer a la araña y la mayoría solía responder con un rebelde "porque sí" o un retador "porque me da la gana".

Hace más de 10 años me encontraba mesereando en un restaurante de Tel Aviv y a un comensal se le ocurrió preguntarme qué hacía en esa ciudad. Le respondí que estaba ahí para escribir. "¿Y por qué en Tel Aviv?", preguntó, a lo que respondí con enorme honestidad: no tenía la menor idea.

Una cosa me queda clara en este momento: no buscaba la manera de pagar colegiatura alguna. En todo caso, complicaba esa tarea al endeudarme. Con mi trabajo de entonces, como mesera en una pizzería, buscaba aligerar las exigencias mundanas y educacionales. Con el fin de escribir, nada menos.

Nunca imaginé que podía hacerse lo contrario (escribir para pagar las cuentas). Y de haberlo pensado, jamás lo hubiera declarado ante un micrófono. Siempre es mejor decir que una escribe para no dejarse morir.

El argentino César Aira asegura que escribir es lo único que sabe hacer más o menos bien. Paul Auster cambia de opinión en cada entrevista: escribe por placer o por la fascinación que le provoca el hecho de que escribir no sirva para nada.

Si me preguntan, respondería que escribo porque es muy interesante andar en las nubes. El mundo es bastante soso. Al escribirlo adquiere brillantez y, a veces, dolor. Me gusta que el mundo brille, aunque duela. Hay un toque "sado" en ello, lo sé. Así es la literatura.

Patricia Laurent escribe para que la quieran. Armostrong Free Lance, conocido bloguero español, escribe porque está enfermo de graforrea. Javier Cercas declara en el diario El País que escribe porque desde que tenía 15 años no le ha pasado nada interesante y agrega algo que debe tomarse en cuenta a la hora de reflexionar sobre los programas de becas a creadores:

"Escribo porque si no escribiera no tendría ni un sólo motivo para respetarme, muy pocos para levantarme por la mañana y casi todos para convertirme en un peligrosísimo oligofrénico, de lo que se deduce que el Estado debería subvencionarme para que siguiera escribiendo."

Y todo eso sucede mientras nuestro querido Álvaro Enrigue se coloca en la fila del banco para pagar los colegios de sus hijos. Dios lo bendiga.


II. Alumnos reprobados

Como es del conocimiento público, soy maestra de Apreciación a las Artes en nuestra Universidad. Y sucede que, en un arranque de idealismo, ofrecí a mis alumnos libertad total en la realización de los cortometrajes que deben entregar al final del curso.

La verdad, lo hago cada semestre. Ofrezco un espacio de libre expresión para que se explayen. Siempre he pensado que la creación artística es un exilio. Tomé esa idea de Severo Sarduy quien, siendo un exiliado de verdad, entiende su oficio como el ejercicio de observar desde la otra orilla del océano. Ver desde lejos nos ayuda a tomar perspectiva.

Si consideramos que nuestro planeta es apenas un grano de polvo flotando en el espacio sideral, el pago de colegiaturas, entre otros detalles, pierde el sentido de peso que le damos. Más allá del proceso de domesticación del hombre por el hombre (Sloterdijk dixit) llamado educación, la vida de los humanos, brevísima, insignificante, toma sentido justo en el instante en que la experimentamos. Y se convierte en algo enorme, infinito.

Darse cuenta de ese tipo de cosas es ya crecer, formarse. De ahí la importancia de estas materias en las universidades. Experimentar el arte es exiliarse por unos momentos para, enseguida, regresar al mundo como si viniéramos llegando de un viaje.

No se trata de restar importancia a la educación formal, sino de colocarla en su sitio y valorarla. Dar lo máximo de nosotros, realizar nuestras vidas, no es sinónimo de estudiar algo que deje lo suficiente para comprar carros de lujo y pasarla bien.

El problema es que el exilio es el exilio y no hay reglas que valgan. No es que la expresión artística sea libre o exija libertad, el arte ES y punto. Un creador se vale de un lenguaje, de una técnica y se pone a comunicar lo humano tal como lo percibe.

Algunos de mis alumnos decidieron expresar lo humano que hay en sus profesores. Un trabajo interesante que dejó al descubierto lo que piensan de ellos como ejemplares de la especie homo sapiens. Como yo debía poner la calificación, fui excluida del escarnio. Una lástima.

Les fue mal, obvio es decirlo. El corto cayó en manos ajenas a su catedrática y al regresar a tierra la nave fue confiscada y sus pasajeros reprobados. Es el problema de tener maestras idealistas, les dije, mientras presentaban el examen extraordinario.

domingo, junio 15

Domingo

Ni la sequía ni la contaminación parecen importantes cuando es domingo y una se sienta a leer su novela de Paul Auster. Aunque la novela se llame "Leviathan" y la haya leído ya dos veces. Hoy es día del padre y bajo el sol del verano flota un sueño. El de anoche. Vívido. En la frontera de esta otra realidad. A punto de consumirse bajo el sol quemante. Como un trozo de papel entre las llamas. Hola, extraño. Y felicidades.

sábado, junio 14

Otros huyen

Pache, que ahora es un señor ingeniero ya casado, está empacando para largarse a Seattle. Dice que allá hay cuatro estaciones al año, aire limpio y comida sana. Yo me conformo con pasear al perro en las tardes, procurando no mirar al piso (donde siempre encuentro alguna cochinada) y encerrarme a escuchar buena música con el aire acondicionado al máximo. La ciudad no me tiene contenta este verano.

PD: Una señora dijo en la tele que el joven asesino del pequeño oso (apenas un osito bebé) debe salir libre, ya que el muerto era solamente un animal. ¿Qué pensará la señora que es ella, una androide?

La higiene imposible

Marijose y yo tenemos un proyecto en conjunto (el primero desde que diera inicio la mal-habida adolescencia de la infante), prueba de acercamiento entre mundos distantes e incompatibles: el de la escritura, los libros y el apego al café, por un lado, y el del piano, las espinillas y el apego a las amigas y a las fiestas, por el otro.

El proyecto consiste en lo siguiente: no introducir basura a través de nuestras bocas. Adiós a las cocacolas, los tacos mañaneros, las enchiladas, los fritos, las maruchans, las pizzas, los ganistos. Como casi nunca tengo tiempo para cocinar, el sushi nos sale por las orejas y el sudor nos huele a arroz chino. También vamos de vez en cuando a los restaurantes especializados en ensaladas, con el peligro de agarrar una amibiasis.

El siguiente paso es dejar de comer carne. Esto último por el amor a los animales y, también, por el intento de no ingerir tantos antibióticos y hormonas. La gente me dice que nuestro proyecto es inútil, que tendríamos que comer puros alimentos orgánicos.

El panorama es deprimente. Los osos bajan a la ciudad, muertos de sed y de hambre, mientras nosotras soñamos con subir a la pureza de las montañas donde, gracias a nuestra acción depredadora, ya no hay nada.

sábado, junio 7

Para espantar el sueño


Publicado en la columna Literespacio, sección Vida, periódico El Norte, de Monterrey.

Me pregunto cómo puede un hombre ponerse en el lugar de una mujer. Escribir en primera persona la historia de una vida no es fácil. Mucho menos si el personaje se parece demasiado a la madre del escritor. Mucho menos si esta joven mujer se suicidó cuando el escritor tenía apenas 12 años.

En la contraportada de "Mi Querido Mijael" (escrita en 1968 y editada por Siruela en 2005), del escritor Amos Oz, los editores afirman que la protagonista es una moderna madame Bovary israelí. Seguramente lo dicen por aquello de que la Bovary estaba encerrada en su mundo de ensueños y eso le impedía hacer contacto con la realidad.

Sin embargo, en la novela de Amos Oz (y aunque Jana, la protagonista, suele refugiarse en fantasías), lo que se narra en realidad es el vacío, el aislamiento que mantiene a una joven madre y esposa dolorosamente exiliada del mundo que la rodea.

Hijo de intelectuales que habían inmigrado desde Europa Oriental, Amos Oz nació en Israel en 1939, cuando el país era administrado por los británicos y Jerusalén, su ciudad natal, era vista como el último rincón de Europa, un refugio al que iban cayendo los judíos que salían huyendo de sus países de origen.

"Mi familia no era esa gente que bromeaba y se reía en la cubierta del Titanic, en los años 40", comenta Oz en una entrevista publicada en Letras Libres en diciembre del 2004, a propósito de la aparición de "Una Historia de Amor y Oscuridad" (2003), otra de sus novelas autobiográficas.

"Sin embargo, ellos estaban entre los arquitectos del Titanic. La música que sonaba, en parte, había sido creada por ellos. El menú, el menú cultural, había sido, en parte, preparado por ellos. Pero fueron echados a patadas a la oscuridad".

En medio de esa oscuridad empieza la historia de Jana, una estudiante de literatura hebrea que se casa con un geólogo al que conoce en la universidad.

Una profunda distancia aparece muy pronto entre ellos y el vacío de Jana empieza a crecer. Rodeada de gente, aislada en su interior, la protagonista se va desprendiendo poco a poco de la vida, al tiempo que realiza sus rutinas cotidianas con desapego.

Su discurso, escrito en tono confesional, pone ante nuestros ojos el abismo del que pende su ánimo, a partir de la descripción de los mínimos detalles hogareños y los movimientos de su alma. Todo ello echando mano de frases cortas, ausencia casi total de adjetivos y adverbios, crudeza, sequedad. Y una precisión extrema al incidir en las emociones, en los detalles.

La escritura, no obstante, es profundamente femenina. Y compasiva. Un terrible suceso por venir flota en torno a la joven pareja y al niño, casi se puede tocar. Pero ellos mismos no lo advierten. Se dejan llevar por la inercia, la cordialidad, la falta de comunicación real, la ausencia de calor humano.

¿Cómo pudo Amos Oz escribir ese dolor tan cercano?

Tres años después del suicidio que conmovió a su familia, Amos Oz se independizó y, en actitud de rebeldía, se marchó a una granja colectiva (kibbutz), "un lugar donde la gente no es complicada y la vida es simple", comenta el autor. Tenía 15 años.

Como suele pasar, tiempo después intentó comprender lo sucedido y hacer las paces. ¿Y qué mejor manera de comprender a los otros que escribiendo, intentando hablar por y desde ellos, escuchándolos?

"La literatura te introduce en la vida privada de las cosas", asegura Oz, "en sus secretos, y entonces es mucho más difícil odiar".

Jana es una mujer diligente, atenta, alguien que nunca pierde los estribos. Pero desea permanecer enferma, alejada, fantasear. Mientras tanto, y como un escenario de fondo que pasa ante sus ojos cargados de imágenes angustiosas, una guerra feroz azota a Europa; Israel se independiza de los británicos; Jerusalén se va transformando en una ciudad cosmopolita.

Al final de la lectura, con todo y las profundas introspecciones del personaje, una se pregunta lo mismo que al terminar de leer "La Campana de Cristal" de Sylvia Plath, o los poemas de Alejandra Pizarnik, o el "Orlando" de Virginia Wolf: ¿Qué fue exactamente lo que llevó a esta mujer al suicidio?

En el caso de la novela de Amos Oz, el que escribe también se lo pregunta. Tal como hacemos nosotros, intenta comprender.

"¿Cómo pudieron dos muy buenas personas, hombre y mujer que se quieren, amables, considerados, civilizados, cómo pudieron producir una tragedia como la que se dio en mi casa, en mi familia?", cuestiona el autor.

Inmediatamente después confiesa: "No tengo la respuesta".

Como todo gran creador, Amos Oz no hace otra cosa que inquietarnos al tejer una delicada red en torno al misterio, su misterio personal que esconde el gran misterio de lo humano, aun sabiendo que el centro de ese secreto permanecerá ajeno, inaccesible.