sábado, julio 17

He ahí la nostalgia

Publicado en la columna Literespacio de la sección Vida de El Norte. Monterrey, Mx

Esta semana recuperé el mundo. No precisamente el que existía antes del huracán "Alex", pero sí el de la literatura como traslado de lo cotidiano hacia el lenguaje.

Aunque fueron muchos los motivos, el momento culminante llegó cuando una amiga escritora mencionó la narración en primera persona de carácter autobiográfico.

Antes de la aparición del Facebook, esa plaza pública a la que acudimos para relacionarnos con otros en tono ligero y desde una posición en la que no hay individualidades, sino leves personalizaciones dentro de la uniformidad, la actividad de moda era escribir diarios.

Al carácter absolutamente público del Facebook le precedió la singular experiencia de la intimidad pública del blog.

No es lo mismo decir lo que estás haciendo, pensando o sintiendo a través de una frase, que mostrar públicamente la intimidad de tu diario. Esto último es ya literatura.

La narración autobiográfica, escrita en primera persona y cuyo objetivo es describir la atmósfera que envuelve un momento cotidiano, o los tonos apenas perceptibles de un estado anímico ligeramente exaltado, oscuro o luminoso, se transformaron, durante la última década, en un género más cuya publicación y difusión no pasaba por las tenebrosas carreteras del capital.

Más que nunca, escribir se convirtió en algo orgánico y la magia de lo cotidiano, que en las narraciones convencionales suele funcionar como telón de fondo, emergió a la superficie.

Los textos escritos con este fin se instalaron en la frontera entre la poesía y la prosa, entre lo público y lo privado. Fue la época gloriosa del blog.

El caso es que, mientras mi amiga hablaba de una teoría estética, yo repasaba en mi mente la trayectoria de los procesos literarios que había experimentado en los últimos años a través de la red, a la que no pude acceder normalmente durante las últimas semanas.

Al llegar a casa me fui a visitar mi antiguo vecindario bloguero, disfrutando como nunca ese viejo hábito de andar por ahí, metiéndome en los espacios íntimos de los otros y dejando mi firma en ellos.

He ahí la nostalgia de lo ordinario que, en lo personal, dejó la extraordinaria violencia del agua. Dios nos ampare en los días de la reconstrucción.

miércoles, julio 14

Literaria

Es la nostalgia de lo perdido para siempre, ese hueco que nunca nadie llenará. A veces, cuando alguien llega, se reacomoda el mundo. La cercanía contigo, este sentirte casi en la piel, me provoca perder un mundo que nunca existió, pero en mi imaginación me sostenía. Lo que se pierde está adentro, nada cmabia en realidad y al mismo tiempo todo se transforma. Lo que se pierde estuvo siempre perdido. ¿Por qué tendremos esta necesidad de imaginar por un instante que nunca perdimos lo que perdimos desde el principio? Nadie, nunca, nos llenará. Nadie. Sentirte cerca es recordar que hay un hueco dentro, enorme. Que escribo para sustituir esa ausencia y te deseo como llenando la falta del origen. Que trabajo mis textos para satisfacer mi necesidad de ti (de eso) por otra vía. Que nada nunca nos salvará. Eres mi objeto petit a, el que momentáneamente sustituye la completud que perdí cuando al fin pronuncié mi nombre y supe que yo era yo y que jamás volvería a estar unida a lo que me rodea. Eres la belleza que nunca poseeré, la actualización de lo imposible. Y aún así, te escribo con la esperanza de tocarte, de tocarnos en lo profundo. Penetrarnos. Mira este cuerpo de palabras (el cuerpo del texto que te escribo para alcanzarte) y tómalo. Es tuyo. Destrózalo. Abrázalo. Abrásalo con la nostalgia de lo que sucederá.

sábado, julio 3

Destrucción

Publicada en la columna Literespacio del periódico El Norte. Monterrey

No hay peor violencia que la de las fuerzas de la naturaleza ni mejor recordatorio de la fragilidad humana que un desastre natural.

Sin los medios de comunicación, que nos provocan sentirnos omnipotentes, nos transformamos en lo que somos en realidad: pequeños seres aislados, minúsculos ante el inmenso espacio sideral, y vulnerables en extremo.

Hace unos días veía en YouTube un video de un grupo de música indie. El grupo se llama The Arcade Fire Side, el nombre de la pieza es Haití y los intensos colores de las imágenes, el pintoresquismo de las calles y la gente, la alegría de una cultura brillante y encendida contrastaba con aquello que se grabó en nuestras mentes tras el terremoto que destruyó a aquel país y apagó el alma de una comunidad pobre, pero feliz, muy similar a la nuestra.

¿Pintoresquismo? En Monterrey nos sentimos de otra estirpe.

La Ciudad antes industrial y actualmente prestadora de servicios se desenvuelve con aires primermundistas y un estilo de vida cosmopolita que la aleja del resto del País, al menos en lo que a pretensiones se refiere. Sin embargo, bastan un par de días de lluvia para recuperar la humildad perdida.

De nada sirven nuestros gadgets, nuestras computadoras de última generación, nuestros flamantes carros, nuestros restaurantes de lujo, si las calles están destrozadas, los sistemas caídos, las casas inundadas.

La naturaleza es más destructora aun que el crimen organizado y suele recetarnos sus buenas dosis de realismo.

En estos días desastrosos para tantos regios, en medio del aislamiento y la parálisis general, no nos queda sino recordar que Monterrey es una Ciudad marcada por los desastres acuáticos.

Entre otras calamidades, está en nuestra historia la tragedia del Gilberto, en 1988, que marcó a mi generación, y aquella otra inundación legendaria, ocurrida en 1909, cuando la inefable fuerza de los elementos arrasó con los avances de la modernidad que Bernardo Reyes había procurado para nuestra ciudad.

Esperemos que Monterrey se recupere sin problemas de este nuevo desastre.