sábado, agosto 31

La fuerza del deseo

De entrada es importante mencionar que la narrativa de la defeña Ana Clavel (1961) le debe mucho a la novela El Camino de Santiago, de la regiomontana Patricia Laurent (1962). Cuando leo un libro de Ana Clavel, invariablemente me encuentro con ideas, pasajes, imágenes de la novela de Laurent. Esa influencia tan patente de una en la otra resulta interesante.
 
Y es que en la novela de Laurent hay una actitud por parte de la protagonista que Clavel parece tomar y, posteriormente, desarrollar al máximo. Se trata de una perspectiva que afirma la experiencia del cuerpo y sitúa a la mujer como dueña de su deseo. Las Ninfas a Veces Sonríen (Alfaguara, 2013), la más reciente publicación de Clavel, es un buen ejemplo de ello.
 
Se trata de una delicada colección de pasajes eróticos que parten de la infancia y se van moviendo a través de la vida hasta llegar a la edad adulta y en donde, a diferencia de otras autoras (Alice Munro con sus mujeres víctimas de toda clase de abusos, por ejemplo), la perspectiva es la de quien toma decisiones y, asumiendo con placer su papel de objeto de deseo, logra subvertirlo.
 
"Conocí un nuevo Paraíso", dice la protagonista después de narrar su primer encuentro erótico, "ese que comienza con ser juguete del deseo de los otros -y disfrutarlo-". Y más adelante: "Nada que ver con los episodios que le escuché contar a otras diosas en el bosque. Niñas violentadas con el vientre despanzurrado como muñecas inservibles".
 
Valiéndose de un lenguaje metafórico relacionado con la fantasía, los cuentos de hadas y la mitología, Clavel logra generar, a partir de este conjunto de pequeñas piezas cargadas de belleza profunda y poética, una fuerza tremenda, revolucionaria.
 
Capítulos que inician con frases brillantes como: "Había placer por todos lados"; afirmaciones en las que el prejuicio moral brilla por su ausencia: "El cuerpo y la piel eran una alegría rotunda"; recuerdos de infancia de gran intensidad: "Sólo estábamos sentados, uno adentro del otro. Yo recostaba la frente en su hombro para calamar tanto Paraíso.".
 
 
 
Las Ninfas a Veces Sonríen no cuenta una historia, sino que avanza como si fuera un largo poema, deslizándose de una experiencia a la próxima, en un canto a la vida que con su belleza y su fuerza logra afirmar el deseo de las mujeres, su derecho a poseer plenamente el cuerpo que le pertenece.
 
Publicada en la sección Arte del periódico El Norte. Monterrey, Mx 

sábado, agosto 17

Buena estrella

¿Cómo es posible que un hombre vital y alegre escriba poemas tan desesperados? Eso me pregunté cuando, después de la presentación del poemario Vidrio Molido (Mantis Editores / BookThug, 2012), del poeta y narrador regio Luis Aguilar, evento que se realizó el jueves en la Capilla Alfonsina de la UANL con comentarios de Luis Armenta Malpica y Minerva Margarita Villarreal, me puse a repasar algunos de los textos del libro.

"Nada que haya sido roto encuentra otro destino", dice el poeta ante la pérdida, y más adelante define el miedo como un "corazón que se desborda en el ocre bocal del precipicio". Sin embargo, al avanzar en la lectura advierto que esas oscuridades sólo sirven para hablar de una especie de tránsito que, acorde con los viajes de nuestra tradición (Gilgamesh, Odiseo, Telémaco), termina en un regreso cargado de sentido: "Vengo, errabundo y mudo, del asombro".

Armenta Malpica, con quien Aguilar comparte desde hace años, además de la amistad y los viajes, múltiples proyectos editoriales, dice de la poesía de Aguilar que propone "nuevos tópicos", "diferentes maneras de decir", y la define como una escritura en la que "cada gesto es un arma". Villarreal dijo que se trata de una poesía "subversiva y sediciosa" y, al referirse al trabajo editorial conjunto de los Luises, los definió como "activistas de la poesía".

En lo personal, de Aguilar me gusta cierta faceta relacionada a textos en los que se acomoda a sus anchas en lo prodigioso. Durante la presentación mencionó la importancia que tiene en su trabajo el poeta español Antonio Gamoneda, y es justamente ese costado al que me refiero: "Practico el sosiego en mi levedad flotante", apunta en las primeras páginas y lo tomo en mi lectura como una introducción a ciertos textos donde el desasosiego o la desesperación son solamente la piel que envuelve al gozo.

Hay cierta luz por debajo del hastío: "Una se cansa de hacer cosas sin decirlas, como vivir la vida (que no es una manzana)"; un hálito de calidez en las escenas más tristes: "Dejo un foco encendido / para espantar el miedo / y un trasto sucio en la cocina"; cierta dulzura en la descripción de un viejo a punto de morir: "Un hombre duerme un gato entre las piernas / y el hombre ronronea". Hay, también, el anhelo de espantar la mala suerte: "Voy a sentarme a ver el mar mientras el día se duerme, a ver si la engañosa luz (o su marea) deshace este tumulto de aguamalas".

Me pregunto si ese trasfondo a que me refiero tiene relación con el deseo de magia que, también, se vislumbra en los textos.

Publicada en la sección Arte del periódico El Norte. Monterrey, Mx

sábado, agosto 3

Nuestros poetas

De la segunda entrega de la Colección Ráfagas de Poesía, editada por Conarte y Ediciones el Tucán de Virginia y presentada el pasado 31 de julio, deseaba con intensidad el libro de Carmen Alardín después de que una amiga lo llevó al café y, manejándolo con deleite, me leyó dos o tres poemas.
 
Más adelante, dos de los autores me regalaron sus libros y los puse de inmediato en mi lista de lecturas urgentes. Ahora que tengo el total de la entrega en mis manos, después de escuchar las palabras de María Belmonte, Gerardo Puertas y Minerva Margarita Villarreal, directora de la colección al lado de Víctor Manuel Mendiola, una vez sucedido este preámbulo y con los libros de la colección en abanico sobre mi mesa, no puedo evitar empezar por el primero.

 
 
Hablo de mi historia, de las palabras y textos que me marcaron cuando empezaba: "No fuimos personas comunes y corrientes. / Durante muchos años tuvimos diecinueve años", etcétera. En el principio fue el verbo, por supuesto, y ahí estaban los Jorges: Cantú y González. De Jorge Cantú dijo Minerva en la presentación que se trata de uno de nuestros poetas más altos. Estoy de acuerdo.
 
El de Jorge, junto con el de Carmen, es un libro que brilla en la colección. "Tanto andarme por las ramas / de la poesía / para que vinieras tú, de pronto / a desabrocharme la camisa, / abrirme el cinturón, / apagar la luz y las palabras, / a guiarme por el buen camino / con gestos, retrocesos, respiraciones, / balanceos, avances. // Un murmullo luego, una queja casi / y el pulso generoso de la consagración / florece..."
 
Pero lo impactante fue cuando tomé el libro y empecé a leer con distancia, es decir, haciendo a un lado el hecho de que algunos de esos poemas significaron la afirmación de la vida en mi adolescencia, el cristal detrás del cual me coloqué para ver el mundo. El resultado fue un extrañamiento que me sorprendió. Hay otro Jorge en el Jorge que fue mi maestro y amigo, hay un gran poeta.
 
"La temporada de caza ha terminado. / Nostálgico ya, por estos días, / el viejo Lord guarda su fusil. / El ojo del ciervo, último trofeo, / -¿por qué bajó hoy, precisamente / hasta el venero?- / no sale de su asombro...".
 
La inteligencia de Jorge era aguda, brillante, de ahí la ironía de los poemas que, sin embargo, avanzan hacia lo profundo guiados por su sensibilidad extrema. "Un espejo que viaja" (Conarte / El Tucán de Virginia, 2012), de Jorge Cantú de la Garza, nos brinda la oportunidad de leer a un grande entre los nuestros.

Publicada en la sección Arte del periódico El Norte. Monterrey, Mx