Literespacio / El espíritu navideño
Por Dulce María González
EL NORTE
(22-Dic-2007).-
Llegaron las posadas y, con ellas, el espíritu navideño. Ahora que el fondo religioso del asunto se ha debilitado, pareciera que no hay diferencia entre una posada y una fiesta cualquiera. Pero la hay sin duda.
La atmósfera cambia cuando una se reúne con la familia o los amigos en espacios llenos de santocloses, flores de nochebuena y pequeños focos de colores. Con la atmósfera se transforma el espíritu y contagia el alma de quienes cantamos villancicos.
Alguna vez un amigo, filósofo hegeliano, me explicó la diferencia entre alma y espíritu. No estoy segura de haber entendido muy bien, pero me quedó claro que el alma es algo mucho más pegado a nosotros. Los estados anímicos provocan que a cada momento seamos una persona diferente, tal como sucede con los fenómenos de la naturaleza.
Para quienes caminamos a diario a una hora determinada, esto queda muy claro. Los pequeños detalles provocan que la Sierra Madre, por ejemplo, jamás se repita. Se nos presenta verde, azulada o acompañada de nubes. En ocasiones, oculta tras un muro de neblina, desaparece.
Hablando de la escritura, mi amigo filósofo me recomendaba que nunca dejara una idea para después. "El alma está en lo profundo de tu momento", decía, "es parte de esa idea, eres tú". Más tarde yo misma sería otra persona y la idea, sin mi alma sosteniéndola, se habría perdido.
Desde su punto de vista, el espíritu no nace de nosotros, sino que flota en nuestro entorno, contaminándonos. "El espíritu es un sí mismo", decía.
Vivir en una ciudad grande con una personalidad tan fuerte como la de Monterrey es experimentar continuamente el espíritu. La adornamos, la recorremos con prisas, la ensuciamos, la llenamos de música o de ruido.
Alimentada de esas pequeñas dosis de energía individual, la ciudad toma cuerpo en los edificios, las calles, los grandes centros comerciales. Y su espíritu, en este caso navideño, se pone a flotar entre nosotros, contagiándonos como un virus.
Ir contra el espíritu de una ciudad industrial es difícil, su tremenda fuerza productiva lo impide. Cuando mucho, podemos detenernos un rato. Salimos de la poderosa corriente y nos sentamos a observarla. Enseguida las aguas nos arrastran y ahí vamos, entre las calles, inmersos en el espíritu de la ciudad acelerada y eufórica con sus inútiles retenes intentando controlarla.
Los orientales entienden de manera muy clara estos asuntos. Un ejemplo de ello son las novelas de la escritora china Wei Hui. Tanto en "Shangai Baby" (2000) como en "Casada con Buda" (2005), Hui intenta atrapar el espíritu de Shangai, una ciudad tan poderosa como la nuestra o quizá aún más, y la manera como éste influye en las almas de sus habitantes.
Otro ejemplo de este tipo son las películas del coreano Kim Ki-duk, de las cuales se consiguen con facilidad "Las Estaciones de la Vida" (2003) y "El Espíritu de la Pasión" (2004). En ellas, Ki-duk echa mano de historias sencillas e imágenes poéticas de gran belleza para intentar decir lo que hay más allá de los cuerpos, aquello que nos alimenta, nos contamina y nos mueve en el mundo.
En "Las Estaciones de la Vida", un aprendiz de monje va templando su alma a partir de experiencias relacionadas con el amor, la compasión, la crueldad... La barcaza en que vive con su maestro a mitad de una pequeña laguna, como metáfora del cuerpo, se anima y cambia constantemente de acuerdo con sus emociones y a las estaciones del año en las que se refleja su alma.
En "El Espíritu de la Pasión", un joven se dedica a entrar en casas vacías, cuyos dueños están de vacaciones. Se prepara de comer, ve la televisión, duerme metido en las piyamas de los otros, lava su ropa. Enseguida se marcha y entra a una nueva casa.
Lo interesante viene cuando rescata a una mujer sojuzgada por el esposo. La historia de amor entre ellos sucede en las casas vacías que son como cascarones, cuerpos, espacios que de pronto son habitados por el joven que, de espíritu simplemente animador, pasa a convertirse en espíritu de pasión.
Pero la "pasión" no "pasa" sin hacer estragos ni dejar huella y por eso empieza a suceder de todo en la película. La muerte, la estancia en prisión y la violencia toman carne en el proceso espiritual de las casas y los cuerpos que, contaminados desde fuera, se transforman. Justo como nosotros en estas fechas.
Y aunque no hay nada como dejarnos llevar por la vida sin pensárnosla tanto, novelas como las de Wei Hui o filmes como los de Ki-duk, nos ayudan a entender mejor nuestras propias estaciones anímicas y la manera como nos influye el espíritu de esta ciudad poderosa y contaminante.
Por Dulce María González
EL NORTE
(22-Dic-2007).-
Llegaron las posadas y, con ellas, el espíritu navideño. Ahora que el fondo religioso del asunto se ha debilitado, pareciera que no hay diferencia entre una posada y una fiesta cualquiera. Pero la hay sin duda.
La atmósfera cambia cuando una se reúne con la familia o los amigos en espacios llenos de santocloses, flores de nochebuena y pequeños focos de colores. Con la atmósfera se transforma el espíritu y contagia el alma de quienes cantamos villancicos.
Alguna vez un amigo, filósofo hegeliano, me explicó la diferencia entre alma y espíritu. No estoy segura de haber entendido muy bien, pero me quedó claro que el alma es algo mucho más pegado a nosotros. Los estados anímicos provocan que a cada momento seamos una persona diferente, tal como sucede con los fenómenos de la naturaleza.
Para quienes caminamos a diario a una hora determinada, esto queda muy claro. Los pequeños detalles provocan que la Sierra Madre, por ejemplo, jamás se repita. Se nos presenta verde, azulada o acompañada de nubes. En ocasiones, oculta tras un muro de neblina, desaparece.
Hablando de la escritura, mi amigo filósofo me recomendaba que nunca dejara una idea para después. "El alma está en lo profundo de tu momento", decía, "es parte de esa idea, eres tú". Más tarde yo misma sería otra persona y la idea, sin mi alma sosteniéndola, se habría perdido.
Desde su punto de vista, el espíritu no nace de nosotros, sino que flota en nuestro entorno, contaminándonos. "El espíritu es un sí mismo", decía.
Vivir en una ciudad grande con una personalidad tan fuerte como la de Monterrey es experimentar continuamente el espíritu. La adornamos, la recorremos con prisas, la ensuciamos, la llenamos de música o de ruido.
Alimentada de esas pequeñas dosis de energía individual, la ciudad toma cuerpo en los edificios, las calles, los grandes centros comerciales. Y su espíritu, en este caso navideño, se pone a flotar entre nosotros, contagiándonos como un virus.
Ir contra el espíritu de una ciudad industrial es difícil, su tremenda fuerza productiva lo impide. Cuando mucho, podemos detenernos un rato. Salimos de la poderosa corriente y nos sentamos a observarla. Enseguida las aguas nos arrastran y ahí vamos, entre las calles, inmersos en el espíritu de la ciudad acelerada y eufórica con sus inútiles retenes intentando controlarla.
Los orientales entienden de manera muy clara estos asuntos. Un ejemplo de ello son las novelas de la escritora china Wei Hui. Tanto en "Shangai Baby" (2000) como en "Casada con Buda" (2005), Hui intenta atrapar el espíritu de Shangai, una ciudad tan poderosa como la nuestra o quizá aún más, y la manera como éste influye en las almas de sus habitantes.
Otro ejemplo de este tipo son las películas del coreano Kim Ki-duk, de las cuales se consiguen con facilidad "Las Estaciones de la Vida" (2003) y "El Espíritu de la Pasión" (2004). En ellas, Ki-duk echa mano de historias sencillas e imágenes poéticas de gran belleza para intentar decir lo que hay más allá de los cuerpos, aquello que nos alimenta, nos contamina y nos mueve en el mundo.
En "Las Estaciones de la Vida", un aprendiz de monje va templando su alma a partir de experiencias relacionadas con el amor, la compasión, la crueldad... La barcaza en que vive con su maestro a mitad de una pequeña laguna, como metáfora del cuerpo, se anima y cambia constantemente de acuerdo con sus emociones y a las estaciones del año en las que se refleja su alma.
En "El Espíritu de la Pasión", un joven se dedica a entrar en casas vacías, cuyos dueños están de vacaciones. Se prepara de comer, ve la televisión, duerme metido en las piyamas de los otros, lava su ropa. Enseguida se marcha y entra a una nueva casa.
Lo interesante viene cuando rescata a una mujer sojuzgada por el esposo. La historia de amor entre ellos sucede en las casas vacías que son como cascarones, cuerpos, espacios que de pronto son habitados por el joven que, de espíritu simplemente animador, pasa a convertirse en espíritu de pasión.
Pero la "pasión" no "pasa" sin hacer estragos ni dejar huella y por eso empieza a suceder de todo en la película. La muerte, la estancia en prisión y la violencia toman carne en el proceso espiritual de las casas y los cuerpos que, contaminados desde fuera, se transforman. Justo como nosotros en estas fechas.
Y aunque no hay nada como dejarnos llevar por la vida sin pensárnosla tanto, novelas como las de Wei Hui o filmes como los de Ki-duk, nos ayudan a entender mejor nuestras propias estaciones anímicas y la manera como nos influye el espíritu de esta ciudad poderosa y contaminante.
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