Cuando el diálogo no tiene un motivo lo dejamos fluir como al aire. Y sucede a veces que nos descubrimos desprendidos de nuestras palabras. Como si fuéramos otros, o como si la conversación fuera un tercer personaje y nosotros ahí, viéndonos a los ojos mientras las palabras se entrelazan y juegan entre ellas; sin voltear a vernos, desentendidas de este resto que somos: lo que sobra, el exceso de los seres mirándose a distancia.
La conversación es su propia cosa, dice mi amigo esta mañana, es su sí mismo, tiene su propio selbst.
La conversación es su propia cosa, dice mi amigo esta mañana, es su sí mismo, tiene su propio selbst.