sábado, enero 1

Cruce de las grandes aguas

Encendemos las velas, el incienso; colocamos las copas de agua y la piedra que Andrés trajo a Marijose de Zacatecas (la fue a sacar de su caja de recuerdos). ¿Te das cuenta?, le digo, ya tenemos los cuatro elementos. ¿Y dónde está el aire?, pregunta. La prueba del aire es el olor del incienso, respondo, y Marijose asiente con mucha seriedad.

Cierra los ojos, le digo, y nos ponemos a pensar en un punto muy lejos, hacia arriba, más allá de la atmósfera y las estrellas. Llámale Dios, sugiero, para que piense en algo concreto. Después nos vamos hacia abajo desde las plantas de los pies, hacia la Madre, digo: el centro de la tierra. Y ella con los ojitos apretados.

Dice sus deseos y se despide de la Marijose que fue hasta ahora, imagina que es una niña nueva. Después leemos el I Ching, tiramos las monedas para que el libro nos aconseje. En su lectura hay un pequeño zorro que está a punto de cruzar el río congelado. Es el paso hacia el orden, lee, y pregunta a cuál orden se refieren. Es la escuela, respondo, los horarios. Está claro que el pequeño zorro es ella y debe tener precaución si desea cruzar a la otra orilla con éxito.

En mi lectura hay también un cruce. Leo en voz alta que estamos en el momento de mayor recogimiento interior: es el momento entre la libación y el ofrecimiento de los sacrificios, el más sagrado. ¿Qué quiere decir eso?, pregunta. Que todavía no son las doce. Ah, dice, claro.

Al terminar bajamos al parque y enciende su bengala, corre por todos lados, se mete en los rincones oscuros, entre los árboles, para que la bengala brille con más intensidad. ¿Ya se acabó el ritual?, pregunta al fin. Sólo falta esperar el momento y abrazarnos. Ah, dice, y, mientras, ¿podemos ver una película?

A mitad de función llega Pache con tequila. Un hombre entre las hechiceras, le digo, el hermano brujo. ¿Qué fumaron?, pregunta, y sirve la primera bebida. Esta es la mejor de las fiestas, dice Marijose, y brinda con su vaso de manzanita.