miércoles, enero 19

Marijose y los escritores


“Qué guapa se está poniendo Marijose”, dijo el poeta Óscar David apenas se acercó a mi mesa en la cafetería de Gandhi. “¿Cuándo la viste?”, pregunté. “Ayer, burra”. Entonces recordé que Marijó y yo nos topamos con Óscar anoche, en la Casa de la Cultura.

Se me vinieron mil cosas a la mente. El poema que le dedicó Daniel Obregón en aquel taller de donde surgió el Grupo Harakiri, las miles de sesiones en las que Marijose anduvo por ahí, corriendo en torno a la mesa de trabajo o francamente molestando. La Jojo solía rayar las hojas de los textos sobre las que trabajaban los participantes, los obligaba a que la llevaran a la tienda de la esquina a comprar dulces y en ocasiones se burlaba de los textos agregando palabras como “caca” o “popó”.

En las lecturas públicas salía corriendo a saludar a los poetas: los recibía a toda velocidad y con los brazos abiertos esperando un volantín. Después les estiraba el cabello mientras leían o simplemente hacía ruido.

En una ocasión en que no nos dejaba trabajar, Ricardo Montemayor le pidió que llevara a la basura su lata de refreso. “También lleva la mía”, le pedí. “¡No!”, gritó Ricardo, deteniéndome con la mano: “Deja que las lleve de una por una”, dijo, “de u-na por u-na”. Cuando estaba en la prepa, Andrés le comentó a una compañera escritora que su mamá coordinaba el taller de la Casa de la Cultura. “No me digas que eres hermano de Marijose”, respondió ella.

Ahora que ya es grande, Marijose sigue la lectura de los textos y de regreso a casa hace comentarios sobre la sesión. A sus casi 11 años se comporta como una integrante más y hasta me pide que la lleve aunque tenga con quién quedarse en la casa. “Me he dado cuenta de algo”, me dijo hace poco, “además de trabajar, los escritores se divierten”. Y sólo entonces caí en la cuenta de que hace ya un buen tiempo que Marijose entiende las ironías sutiles y los comentarios, puesto que se ríe a carcajadas junto con los otros. “Esta niña ya no debería venir”, dijo Gaby Torres hace unos meses, justo después de sugerirle una travesura: “la vamos a convertir en anarquista”.