sábado, enero 8

Otra vez Elfriede

Liter Espacio / La escritura violenta
Por Dulce María González
El Norte

Durante las vacaciones pasadas obsequié a mis conocidos alguna de las novelas de Elfriede Jelinek con intención doble, como regalo de Navidad, y para incitarlos a dialogar en el tema que caprichosamente había elegido: la obra de nuestra Premio Nobel de Literatura 2004, escritora ácida, crítica del sistema, feminista descarnada, creadora de una literatura inserta en la tradición austriaca de la denuncia social, a partir del lenguaje directo y la actitud sardónica para con el lector.

En "Las Amantes", publicada originalmente en alemán en 1975 y cuya aparición la lanzó a la fama, Jelinek hace una denuncia de la servidumbre femenina a partir de la historia de tres personajes: Brigitte, Heinz y Paula.

Brigitte es "nada", no tiene vida ni futuro, toda ella está entregada a la tarea de atrapar a Heinz para casarse y convertirse en su esclava: limpiar, cocinar, darle hijos. A Heinz, en cambio, le interesa su futuro como electricista, su cuerpo atlético, la ropa de moda y hacer uso de las mujeres para conseguir placer.

Paula, el "mal ejemplo", quiere prosperar, estudiar costura, conseguir otra vida con más opciones que la de su madre. Como a todos los personajes de las novelas de Jelinek, a estos tres les va muy mal y la conclusión es la de siempre: no hay salidas.

La denuncia feminista se amplía a las dinámicas de convivencia en las sociedades occidentales del capitalismo tardío en "Placer" (1989), una de sus novelas más conocidas al lado de "La Pianista" (1983). La imposibilidad de una vida digna para la mujer se ve ahora desde un espacio más amplio en el que, una vez más, nadie sale bien librado.

A través de la historia de una familia conformada por el director de una maquiladora, su esposa y su pequeño hijo, en "Placer" Jelinek denuncia el sustrato obsceno del poder al interior de la familia, en el ámbito del trabajo y en los intercambios sociales de cualquier índole.

Las dinámicas entre amo y esclavo son aquí de carácter sadomasoquista, relaciones en las que cada uno de los participantes recibe su dosis de goce y que los mantiene atados a las prácticas de una sociedad enferma, las cuales se reproducen al interior de las familias y de las vidas privadas.

Es evidente que a la autora no le interesa que sus personajes adquieran vida propia, puesto que todo se cuenta desde la voz autoral, que jamás otorga libertades de ningún tipo ni al lector, ni a los personajes.

"La historia es sobre Paula y más adelante se verá que su actitud es tonta porque bla, bla", esas cosas dice Jelinek, pero la historia prometida nunca inicia.

La técnica narrativa de Elfriede Jelinek es sorprendente: el discurso avanza en bloques conformados por frases que aluden a diferentes ámbitos (político, social, laboral, amoroso), pero que se relacionan con la misma actitud. Más que acudir al lenguaje poético, como tanto se ha dicho, Jelinek utiliza estrategias poéticas en un texto de índole totalmente narrativa.

Sin embargo, y en total rebeldía en cuanto a las convenciones del género, las novelas de Jelinek se sitúan entre el discurso autoral y el texto de opinión, o el ensayo. Sí hay una historia, pero es ella quien la manipula abiertamente y a partir de una actitud violenta y de rechazo hacia el lector.

De esta manera se crea un equilibrio que va más allá del ámbito literario: las relaciones sadomasoquistas de las historias son idénticas a la relación que la voz autoral establece con el lector, al cual intenta sacar a patadas del texto, pero utilizando herramientas de suspenso que lo obligan a quedarse. En medio de la descripción de un ataque sexual, por ejemplo, la voz narradora se dirige al lector con frases como: "¿Sigue teniendo ganas de leer y de vivir? ¿No? Ah, bueno".

En cuanto al cinismo del discurso, Jelinek lo logra casi siempre a partir de un monólogo interior, digamos, "hiperrealista", en donde el pensamiento de los personajes muestra las verdaderas intenciones que los mueven y que permanecen ocultas a ellos mismos. Como ejemplo, esto que dice interiormente su madre a Paula: "¿Y por qué tú, hija mía, tendrías que ser mejor que yo?

Quédate en casa y ayúdame cuando tu papá y tu hermano Gerald vienen. Y quizá algún día nosotros, yo y tú, tu papá y tu hermano Gerald, te romperemos la espalda. ¡HELLO!".

En lo personal, me molesta la violencia de Elfriede Jelinek; no porque no acepte que la situación de la mujer es bastante cercana a lo que la autora denuncia, sino porque considero que el sentido de esta denuncia se pierde cuando se nos presenta en un mundo sin opciones. No sé si decir que las mujeres de Jelinek son tontas, o no poseen fuerza alguna; en el fondo parecen estar muy bien así, navegando en el oscuro goce que reciben a cambio de su posición de víctimas.

Si en verdad, y de acuerdo a este punto de vista jenilekiano, la sociedad está lo bastante enferma como para que no haya posibilidad de emancipación, entonces de qué nos sirve hablar del problema de una manera tan cruda.

No obstante, si lo vemos desde un lado más amable, sus novelas son la prueba de que aun ahora es posible encontrar literatura conmovedora en el sentido literal y metafórico del término: una tormenta de la que nadie se salva.

El cinismo violento de Jelinek es preferible a la cómoda actitud de Laura Restrepo, por ejemplo, que en "Delirio" (2004) nos muestra la mejor manera de escribir una novela técnicamente adecuada (decente), pero que jamás ahonda en nada, ni nos mueve a otra cosa que no sea a bostezar.