domingo, enero 16

Xiao cheng zhi chun


To Zeta

Esta película es la versión oriental de “Lost in translation”, pensé al salir de la Cineteca, cuando después de la función caminaba entre los árboles desnudos del Parque Fundidora. El ritmo oriental se me había metido al cuerpo y yo venía disfrutando esa lentitud, intentando que no escapara, inmersa en la sensación de estar llena de algo. El aire frío y los corredores abandonados daban continuidad a la atmósfera de la película que acababa de ver: una historia de lo que no sucede, de lo que no se dice, una situación en la que dos seres se encuentran en medio de la imposibilidad.

Entre los personajes hay algo que no se externa. Todo se queda contenido, todo adentro, traspasando el cuerpo pero sin salir jamás al exterior, inmenso en el alma, pleno y totalmente personal, íntimo. La tensión en el aire casi como un objeto, casi la expresión concreta de lo humano. Y la fotografía hermosa, la lentitud de las tomas reflejando ese tiempo interno pianisimo, un ritmo en el que los cuerpos y las almas se llenan de motivos para estar: cuerpos colmados de vida que los traspasa y los vuelve sólidos: cuerpos con sentido, viviendo la experiencia con la plenitud de quien se la guarda y la deja ahí, adentro, enorme.

Por algo Coppola eligió Japón como escenario, por algo Tian Zhaungzhuang eligió un pueblo chino devastado por la guerra, escenarios inmensos de destrucción, calles abandonadas de muros a medio derruir: la vida resurgiendo en el vacío de la muerte.

“La primavera de una infidelidad” (Xiao cheng zhi chun, 2002), dirigida por Tian Zhengzheng y basada en un guión original de Fei Mu de 1948, a su vez inspirado en un relato de Li Tianji, es una versión contemporánea de una película clásica situada en la China de posguerra.