sábado, abril 16

Columna

Liter Espacio / Una diferencia que no podemos perder
Por Dulce María González
El Norte

El asunto aquí es comentar lo que está sucediendo con las humanidades. Un problema que no es sólo nuestro, ya que la marginación en las universidades de las carreras humanísticas (filosofía, sociología, literatura, arte, historia) es un fenómeno global relacionado con las presiones que los grandes organismos financieros ejercen actualmente hacia las instituciones educativas.
El problema no es tan simple como pareciera, porque al lado de esta perspectiva que lo ve todo desde la oferta y la demanda, a la par de estas exigencias externas, cuyo cumplimiento se monitorea por medio de las famosas "acreditaciones", se habla de "formación integral" y se instalan programas en este sentido, lo cual da lugar a serias contradicciones.
En nuestra Universidad se implementó, desde hace ya cerca de cinco años, un paquete de materias humanísticas para todas las facultades llamado "Estudios Generales". El proyecto, del cual formo parte como profesora de la materia de Apreciación de las Artes en la Facultad de Medicina, ofrece al alumno herramientas de reflexión de lo humano y lo social, de análisis de la realidad, de manejo del lenguaje, etcétera, que lo sitúan en el mundo y lo enriquecen como sujeto.
Sin embargo, y en contradicción con este proyecto innovador, la Facultad de Filosofía y Letras (el espacio donde se forma a los humanistas, que a su vez abordarán la formación humanística en las otras áreas; el lugar donde se produce y se conserva este tipo de conocimiento que, por su naturaleza, trasciende el espíritu pragmático de nuestra época) se ha propuesto modificar sus programas de estudios con el fin, según se declaró en la prensa, de elaborar una oferta atractiva (atraer más alumnos a sus carreras) y estar más acordes con el mercado laboral contemporáneo.
Se me ocurre que un filósofo pueda reflexionar acerca de lo humano en relación a las exigencias del mercado, que haga de ello su materia de investigación, pero, la verdad, se me dificulta verlo integrado a ese medio en calidad de "empleado". ¿Haciendo qué cosa?, me pregunto.
¿Qué no son las mismas universidades las encargadas de abrir espacios de investigación para la filosofía, la sociología, etcétera?, ¿por qué nuestra universidad pública no asume en forma cabal su obligación de proveer al egresado de humanidades de un espacio de ejercicio de su profesión y, en cambio, intenta adecuar estas carreras a la bolsa de trabajo?
Me pregunto, también, desde cuándo los filósofos, literatos o historiadores llegan a las universidades del mundo convertidos en muchedumbre. ¿Qué no se trataba, desde el principio, de una minoría encargada de preservar y enriquecer el Conocimiento Humano en mayúsculas?
Conocí en un avión a un ejecutivo italiano especialista en finanzas, se llama Marco Basso y se dirigía a Sao Paulo a supervisar una planta de alcohol que, según aseguró, es un combustible excelente para los automóviles, porque produce muy poca contaminación.
Por algún motivo la conversación se desvió hacia la literatura y fue entonces cuando me contó que había estudiado la preparatoria (que allá es de cinco años) de humanidades. "No te imaginas", me dijo, "lo que eso significa para mí".
Se puso a explicarme la importancia de saber "de dónde vienen las cosas", mencionó el origen de ciertas palabras que le encantan, lo que le ha ayudado conocer a profundidad la historia del mundo, lo que le dejaron ciertas reflexiones que hizo a su paso por la filosofía y la ética, y la enorme experiencia que significó haber traducido del griego un texto completo en uno de sus exámenes finales. "Me sorprendió que, después de leer con atención, cuando empecé a traducir, ya tenía un concepto muy complejo en mi cabeza y podía manejarlo con facilidad".
La formación de Marco se antoja una excepción, al menos para una mexicana del extremo occidente, sobre todo porque se trata de un hombre de negocios.
Pero lo que más me sorprendió fue cuando me contó, entusiasmado, que una amiga suya estudió una carrera de humanidades y que en su generación se graduaron solamente dos alumnos."
¿Por qué los demás, los que pagamos impuestos, tendríamos que sostener una carrera así en una universidad pública?", y enseguida se respondió a sí mismo: "Porque estos dos humanistas son imprescindibles para nuestra sociedad, son ellos los que nos piensan y nos dicen cómo vamos, ya que nosotros no tenemos tiempo para eso".
En la introducción al libro "Scenari del XXI Secolo" (Utet, 2005), el pensador Gianni Vattimo asegura que quien se dedica a la cultura, aquél que produce o busca producir "obra", constituye la más radical "diferencia" en un mundo que tiende a la homogenización mercantil.
Se trata, dice Vattimo, de una minoría que no se puede perder, pues a través de ella escuchamos lo que viene de muy lejos en el tiempo, y por medio de ella nos esforzamos en traducir aquello del presente que aparece como intraducible.
La opinión de Vattimo nos recuerda que las actividades artísticas y las disciplinas humanísticas son, en sí mismas, las únicas capaces de erosionar, desde las universidades públicas y los espacios alternos, el enorme poder mercantil que sojuzga al mundo y que da lugar a minoritarias sociedades de bienestar apoyadas en la miseria de la mayoría.
Las actividades y disciplinas humanísticas ofrecen una opción de "diferencia" ante un mundo dominado por la tecnología y el mercado, un resguardo de la memoria, y la posibilidad de imaginar el surgimiento de ese humano nuevo del que hablan los nietzscheanos de ahora: un ser más consciente, más íntegro, más libre.