domingo, junio 12

El corazón, el alma y la columna de ayer

Regreso de un cansancio profundo. ¿Y dónde la fuente del agotamiento? ¿En el espíritu?, ¿en el alma?, ¿en el cuerpo?, ¿en el corazón? El corazón es un órgano cargado de sentido, un significante. Desde el Sagrado Corazón, esa imagen gore en donde el órgano se abre camino a través de la piel y sale al aire (sanguinoliento y atravesado por espinas); hasta los ingenuos corazones en los cuadernos de la adolescencia, cruzados por la flecha de Eros y con sus dos nombres a manera de cartel en la superficie.
El alma es otra cosa. Y está visto que se expresa a través de la mirada cuando quiere salir, comunicarse con alguien a mitad del mundo, en un espacio público donde lo que hay es distancia.
El viernes pasado, la Mujer Loba se encontró con unos ojos, con un alma. Hola, alma encontrada, dice la Mujer Loba mientras el perro juega entre las sillas del comedor, con una estrella en la frente que alguien le plantó anoche. No una estrella de rock ni literaria, sino una roja y de papel, de esas del kinder. ¿Y el alma del perro-lobo?, pregunta la Mujer Loba, ¿y su corazón? Es entonces cuando lo llama para abrazarlo.
Es claro que la Mujer Loba amaneció nadando en la cusilería, buceando ridículamente en la evocación de unos ojos entre los cientos de ojos con los que se topó el viernes. Una luciérnaga flotando en la noche que son sus días y que tanto la oscurecen a ella, la Noctámbula. Sólo eso y para nada, para evocarla. (Ahora suspira metida en personaje de telenovela.) Qué animala tan salida, tan freak. Qué loca.
* * *
Va la columna de ayer:
Liter Espacio / Escritores en el arranque
Por Dulce María González
El Norte
"Yo soy yo y tú eres tú; yo no estoy en el mundo para satisfacer las expectativas de otros; y si nos encontramos por casualidad, bien; si no, no puede hacerse nada".
A partir de esta frase tan, digamos, carente de eufemismos, el pensador Peter Sloterdijk explica la "brutal ortodoxia" del "mercado público de los encuentros fortuitos".
Dicho en cristiano, se trata de la distancia que establecemos con los otros en el ámbito social, la cual se rompe de pronto, de manera casi mágica, cuando dos miradas se encuentran y se descubren mutuamente como singulares, únicas.
Se crea entonces, un espacio de privacidad, un mundo íntimo apartado del mundo.Tales atmósferas de sentido o "esferas" incluyen en ocasiones a una comunidad entera, un grupo de gente afín que se une por elección y se identifica a partir de una situación específica: un evento literario, por ejemplo.
Me dice un amigo que deje a los filósofos dormir en paz, que me abstenga de pensar un ratito. Pero se ha visto que no soy muy buena en tales virtudes y, quizá por eso, durante los últimos días no dejo de repetirme: he aquí una esfera sloterdijkiana, la esfera de los escritores jóvenes de Nuevo León.
¿Y de dónde saca esta mujer que tal grupo de gente posee la forma redonda que dice?, preguntará el lector.
Todo empezó el martes pasado cuando, después de la sesión del Centro de Escritores, Óscar David López, hasta ese momento conocido sólo como poeta y fundador del grupo Harakiri, me pidió un aventón a la imprenta de Óscar Villalobos, integrante del mismo grupo, estudiante de Letras y, según declaró hace un par de semanas, futuro editor profesional.
Al llegar me encontré con que Gabriela Torres y Minerva Reynosa, mejor conocidas en el ambiente literario como "Las Infantas", tomaban un descanso después de doblar y/o pegar, junto con el futuro editor, unas pilas enormes de libros.
Minerva tomaba apuntes en una libreta pues, según comentó, al día siguiente presentaría el libro de Tryno Maldonado dentro de los eventos previos al Primer Encuentro de Escritores Jóvenes del Norte de México, organizado por el grupo Harakiri (que yo tenía enfrente) y la Dirección de Planeación y Desarrollo Cultural del Conarte.
Por su parte, Gaby Torres estudiaba latín. Su examen sería al día siguiente, a la misma hora en que se presentaría el libro de Jaime Garza, nuevo volumen del proyecto editorial Harakiri que en esos momentos se encontraba ahí mismo, recién pegado y sin pastas.
"Yo hice todo el jale y no voy a estar en la fiesta", declaró de mal humor y dio un trago a su caguama.
Acto seguido, Villalobos me explicó el funcionamiento de cada una de las máquinas, mientras yo me dejaba llevar por el delicioso aroma de la tinta y el papel."¿No estás viviendo un déjà vu?", preguntó Óscar David.
"Sí", respondí, "afortunadamente ya pasé por eso, y esta noche dormiré tranquila mientras ustedes trabajan".
El jueves por la mañana, muy descansadita y en el momento de abrir la sección Vida!, me encontré con dos notas. La primera anunciaba el encuentro de los jóvenes (Lety Herrera, "Las Infantas" y Óscar David muy sonrientes, los últimos y más jóvenes con la sonrisa medio dura debido, imagino, a la preocupación o el susto).
En la segunda nota se comunica que, el hasta entonces poeta Óscar David (con cara de misterioso y/o interesante) ha ganado el Premio de Literatura Latinoamericana de la Juventud con su primera novela.
No estoy segura si fue en ese momento, o al día siguiente durante la inauguración del encuentro (los Harakiris con tremendas ojeras, pero radiantes; los otros jóvenes de Conarte con sus camisetas rojas de organizadores y también de buenas), el caso es que se me vino encima la cursilería y, entonces sí, siguiendo las indicaciones de mi querido amigo, dejé de pensar.
O quizá sucedió que cambié de canal en la cabeza.
Recordé la satisfacción de los jóvenes escritores que éramos entonces al ver realizados ciertos proyectos, después de muchas horas de trabajo y de noches sin dormir. Recordé también a escritores de otras generaciones que nos apoyaban y nos seguían de cerca.
Ahí estaban de nuevo Xorge Manuel González o Jorge Cantú de la Garza, echándose la vuelta por nuestras fiestas y nuestras sesiones de trabajo. Recordé, en especial, un poema de Cantú de la Garza (escrito a partir de una fiesta más bien desatada que soportó con gran estoicismo y sentido de solidaridad) en el que habla de aquel grupo que, posteriormente, Mario Anteo bautizaría como "La Falsa Damiana".
El título es "Poetas" y empieza con un verso singular: "Eran jóvenes". ¿Por qué en pasado?, me pregunto. Y de pronto es como si Jorge, fallecido hace años, lo hubiera escrito para este momento y ahora regresara su voz a recordarnos lo que fuimos y lo que seremos.
En ese poema, inolvidable para muchos de nosotros, aquellos jóvenes que éramos caminan hacia sus "propias definiciones", hacia su "minuto de gloria". Y, más allá de aquel futuro que Jorge Cantú imaginaba en ese momento, los jóvenes de entonces que éramos, como los de ahora, nos dirigimos, a través de un sendero singular, metidos en nuestra esfera literaria, "hacia la muerte", verso con el que finaliza el poema.
Pues que venga la vida mientras tanto. Con toda su escritura y sus publicaciones, y sus encuentros fortuitos, y sus Encuentros de Escritores.
Quiera la suerte que, al despertar de ese sueño al que los envía mi amigo, los filósofos, la musa, o cualquiera que por aquí pase, nos encuentre trabajando.