martes, junio 21

Joaquín Hurtado: espacios periféricos y compromiso

Joaquín Hurtado (Monterrey, 1960). Maestro. Escritor decrónicas y cuentos. Autor de Guerreros y otros marginales(1993), Laredo song (1997) y Crónica Sero (2000).
Actualmente colabora en el suplemento "Letra S" delperiódico La Jornada. Participa activamente en favor de lacultura, educación sexual y prevención del SIDA.
Texto leído en la Casa de la Cultura de Nuevo León, en la primera mesa del ciclo "Santo y seña, autores del Noreste", en la cual se abordó el trabajo de Joaquín Hurtado.
Nadie lo hubiera pensado hace 15 años y sin embargo así es. Hablo de recuentos, de trayectorias. Me refiero a aquello que, inevitablemente, subyace a los textos de quienes, metidos en una necedad literaria sin finalidad aparente ni mucho menos sentido, hemos cruzado la frontera de los 40 fieles a este absurdo oficio: una historia de escritura o, mejor: en la escritura.
Imagino, porque también es cierto que estos temas me ponen bastante cursi, imagino un cometa o una estrella fugaz. El inicio de su trayectoria en un cielo, pongamos, nocturno: el momento en que se hizo visible esa presencia.
El caso de Joaquín Hurtado es singular: un escritor que, ya desde que apareció impreso por allá de los últimos ochenta, era considerado “marginal”. Palabra necia, envejecida. ¿Qué es un margen? El término contemporáneo es “periferia” o, aún mejor, “diferencia”. La “periferia”, por simple moda poscolonial. La “diferencia”, por amor a Derridá. Faltaba menos.
En aquellos años que digo, 88 u 89, Joaquín y yo nos encontrábamos ocasionalmente en la redacción de El Porvenir; en la sala común, para ser precisos, puesto que no había un sitio específico para quienes trabajábamos en aquel proyecto que fue el suplemento cultural “Aquí vamos”.
Entonces, como decía mi abuela, se hacía la conversación. José Jaime Ruiz, Pancho Villarreal, Rosaura Barahona, Nazario Sepúlveda, Joaquín Hurtado. Gente prendida de entonces. Y al decirlo no sugiero que nadie se haya apagado; sino que, afortunadamente, ahora somos más, o quizá sucede que somos muy otros. A saber.
Joaquín escribía crónica urbana y, como dije, sus textos se movían en lo que antes llamábamos “marginal” y, actualmente, “periférico”. A él le interesaban las otras caras de la ciudad, ciertos rostros de Monterrey a los que, en aquellos años, muy pocos prestaban atención. Geografías no oficiales, no turísticas, no atendidas por nadie. Espacios y personajes que Joaquín documentaba en su empeño en decir esto también es Monterrey, cada ciudad es un sinnúmero de ciudades.
Su trabajo, dicho sea de paso, es el antecedente directo de lo que ahora escriben algunos jóvenes que conocemos; me vienen a la mente las crónicas que Luis Valdez publica en internet, en el blog titulado “Ciudad Mascota”.
Pero, ¿qué había en ese inicio de trayectoria, además de una ciudad cargada de recovecos, una ciudad conformada de ciudades? Había, recuerdo, una prosa limpia, pero de tono desenfadado. Había personajes hasta ese momento pasados por alto, personajes esquineros, transeúntes, gente viviendo su vida a su manera, gente que, aún cuando la veíamos en nuestros ires y venires cotidianos a través de la ciudad, permanecía invisible para casi todos. Hasta donde tengo noticia, fue Joaquín quien empezó a hacer esas cosas, ese jale. Fue él quién dio la pauta.
Después, en el 91, me fui del país y no supe de él por algunos años. Obvio decirlo, gratuito. Pero a donde voy es a mi regreso, por allá del 94. Me encontré entonces con que Joaquín había focalizado aún más su trabajo. Del espacio múltiple de la ciudad, hacia un punto específico, una comunidad específica. Si no mal recuerdo, fue en ese tiempo cuando escuché hablar por primera vez del movimiento “Abrazo” y de la labor de Joaquín en relación a la problemática del sida como fenómeno social.
En esta trayectoria de la que hablaba, había ocurrido una particularización (los temas se habían reducido a uno) y una ampliación (al profundizar en este tema único, los textos de Joaquín se extendían como tentáculos en todas direcciones). Entonces fue echar luz sobre ciertos personajes específicos y, una vez más, invisibles: Lo humano trágico que conlleva una infección de muerte, las implicaciones del resto en el fenómeno. Una realidad que nadie deseaba atestiguar, que muy pocos se detenían a ver.
Seguramente Joaquín advirtió las dos posiciones sociales más extremas: aquella en la cual la enfermedad se iba convirtiendo en advertencia moral, castigo de los dioses, o ejercicio judicial (juzgar y ser juzgado); y la otra, igualmente engañosa, en la cual el sujeto tomaba la forma de un personaje mítico y, por lo tanto, no existente, fantásmico; una óptica que nos recuerda las historias de santos.
Y si digo que seguramente Joaquín advirtió ambos extremos es porque, desde entonces, sus textos no han cejado en su afán de dejar constancia al aterrizar los hechos, las vivencias; convirtiendo ese material en palabras cercanas al lector, cosa de todos los días. La vida, lo sabemos, es de naturaleza trágica, pero no por eso deja de experimentarse en lo cotidiano. Y es esto, la cotidianidad de los sucesos descritos en los textos de Joaquín, aquello que acaba con la invisibilidad social que mencionaba.
“Crónica sero” (Conarte, 2003), recoge lo mejor de estas crónicas escritas desde lo absolutamente cotidiano, lo demasiado real. Rostros múltiples, situaciones diversas, emociones y vivencias documentadas en un libro donde la enfermedad, el deseo y el amor son elementos indisolubles.
Es oportuno señalar aquí que estos ingredientes específicos de la vida aparecen unidos en nuestras concepciones culturales desde sus orígenes. Aparecieron ligados por primera vez en los poemas medievales, juglarescos, que documentaron la buena nueva del amor cortés. Infectados por una extraña enfermedad del corazón, en los poemas provenzales los caballeros mueren de amor por sus damas, y viceversa. El amor y el deseo son aquí poderosos, peligrosos, y aparecen por primera vez cargados de sentido: un asunto de muerte.
Pero es en el Renacimiento florentino donde, a partir del rescate de Platón, Marsilio Ficino (1433-1499), joven protegido de Cosimo de’ Medici y primer traductor de los Diálogos, escribe su famoso comentario conocido como “De amore”, en el cual aparece por primera vez la concepción moderna de las relaciones amorosas.
Tal como lo señala Peter Sloterdijk, en este texto renacentista, el amor físico es un envenenamiento mortal provocado por un encantamiento a distancia denominado: “fascinatio”. Gracias a este fenómeno, inspirado en el Fedro de Platón, la sangre de uno de los amantes se trasmite telepáticamente, por medio de la mirada, al otro, quién de esta manera queda contagiado: esa sangre ajena añorará siempre su corazón de origen y desestabilizará el cuerpo de su nuevo portador. He ahí la concepción renacentista del enamoramiento.
Lo curioso es que, tal como sucede en la película “Videodrome”, de David Cronenberg, al unir esta tradición temática, inaugurada por Ficino, con cuestiones de moral social apoyadas en supuestos religiosos, los humanos del siglo XX fuimos capaces de materializar aquella “infección” inventada por los provenzales del medioevo y legitimada por Ficino.
Pero lo importante aquí no es hablar de la manera como la cultura occidental ha relacionado desde sus orígenes la enfermedad y el amor, sino señalar las raíces de una tradición temática y un tipo de literatura a cuya corriente se enlaza el trabajo que Joaquín Hurtado ha desarrollado por años. He ahí, pues, el texto fundacional, las raíces de lo que Joaquín se ha empeñado en llevar adelante en su trabajo.
Por otro lado, y más allá de los orígenes tanto del fenómeno real, como de la temática “hurtadiana”, lo de Joaquín es un extraño ejemplo de literatura comprometida en pleno siglo XXI. Y, en el caso de Joaquín, el compromiso es con la vida.
Gianni Vattimo lo decía por allá de los 90: después de la caída del Muro de Berlín, posterior al gran desencanto, el hombre, incrédulo y desconfiado, ha descubierto que aún puede enarbolar una bandera, una que ondea más allá de todos los idealismos y desventuras del siglo XX: La bandera del amor a la vida. Pietas, llama Vattimo a esta posibilidad social, a esta bandera específica.
Sucede que la trayectoria de Joaquín Hurtado, atenta desde el inicio a los espacios signados por la diferencia, preocupada por los personajes de carne y hueso que habitan esas otras ciudades que también son las nuestras, fue a parar, como una flecha que atina a su blanco, en el asunto del compromiso con la vida, con lo humano, con las aventuras y desventuras de este grupo de gente que somos, esta comunidad siempre vulnerable al contagio. Lo anterior, en caso de que verdaderamente respiremos fuera de nuestras personales conchas protectoras y, más allá del miedo y los prejuicios, encarnados acaso de caballeros y damas medievales, o de anhelantes enamorados renacentistas, seamos todavía capaces de apostar a la vida: esta aventura peligrosa e inolvidable.
15 de junio del 2005