domingo, julio 24

Escribir sin la familia

Dulce puede escribir debajo de un camión, dijo Anna Kullick hace tiempo, y a mí me pareció una frase exagerada, pero cierta. En otra ocasión, Ricardo Yáñez me contó que tuvo que rentar un estudio, pues en su casa había siempre mucho ruido; sin embargo, cuando al fin estuvo en medio del silencio deseado, no pudo trabajar. “Estaba todo tan calladito, que me daba sueño”. De manera que cada día iba al estudio a dormir un rato y regresaba a casa para continuar escribiendo.
Acostumbrada a trabajar con la familia encima, preguntando por un cinto, una toalla, o interrumpiendo para comentar cualquier cosa a cualquier hora del día o de la madrugada, llegué a pensar que yo misma era víctima del fenómeno Yáñez. Sin embargo, ahora que todos se fueron de vacaciones y me dejaron, al fin, en paz y, sobre todo, en silencio, descubrí que puedo escribir bajo cualquier circunstancia.
Lo que sí falló fue la fantasía de que, dueña de mi tiempo, avanzaría mucho más que de ordinario en la novela. Pues no, señores, avanzo exactamente igual, con la diferencia de que no me levanto de la comput para buscar cintos perdidos, sino para pasear al perro, rascarme el ombligo o cualquier otro tipo de distractor y/o pretexto.
Una se va al parque o se levanta para buscar una toalla y, oh sorpresa, encuentra la palabra que se le había escapado. Las palabras se esconden bajo los camiones o se van de paseo junto con el cinto de Pache. Así son las malditas.
De cualquier forma intento disfrutar la soledad, del mismo modo que intento disfrutar el caos cotidiano de la familia demandante que el destino tuvo a bien colocar no sólo frente a mí, sino por todos lados de mi pobre humanidad. Por lo pronto, tengo que ver las películas pendientes, ir a los lugares a los que nunca voy porque no dejan entrar a Marijose, mi adorado llaverito parlante, ausente por unos días, gracias al Cielo.