sábado, octubre 29

Resistencia a la resistencia



Conocí a Ximena Subercaseaux hace muchos años, cuando ambas llegamos a la ciudad. Ella, por primera vez. Yo, después de mis años de nómada.


Ximena se instaló en un edificio de departamentos de la calle Hidalgo. Quienes entonces integrábamos el grupo de la Mancuspia éramos sus únicos amigos. En la Ciudad de México, durante una reunión entre el fallecido Jorge Cantú de la Garza, Vicente Quitarte y el poeta chileno Álvaro Ruiz, compañero de Ximena en ese entonces, Jorge le había recomendado a Álvaro contactarse con la gente de la Mancuspia, ya que la pareja de creadores había decidido mudarse a Monterrey.


En mi caso, el encuentro con Ximena Subercaseaux fue impactante. Tenía ante mí a una artista completa, una mujer que se había formado en el arte y la lucha política, alguien que había sostenido sus convicciones aún a costa de su seguridad, de su estabilidad; una artista valiente, dedicada de manera obsesiva al desarrollo de su lenguaje pictórico y la construcción de su obra.


A pesar de haberlo arriesgado todo, Ximena hablaba de sus años de activista desde una perspectiva crítica y cuando se refería a la pintura era lo mismo. Como una eterna adolescente, se cuestionaba todo. Cada día había una frase fresca en sus labios o una nueva pregunta.


No había perdido el asombro y sin embargo había en ella una fuerza, una convicción más allá de cualquier duda: ser artista era una responsabilidad enorme, una tarea a la que dedicaba todas las horas del mundo, toda la energía, toda la capacidad de entrega de que alguien puede ser capaz. El asunto de Ximena era pintar.


En medio del anonimato, de las carencias económicas, del inconveniente de vivir en una ciudad extraña, Ximena trabajaba como si un segundo después fuera a acabarse el mundo. “Necesitas darte a conocer”, le decía yo al ver la estrechez en que vivía y tomando en cuanta la calidad de su obra, que saltaba a la vista. “Todo a su tiempo”, respondía ella, “lo importante es trabajar”.


Algo que aprendí de Ximena fue la paciencia. Me recomendaba que me tomara mi tiempo al escribir, que me concentrara en el texto. “Son procesos muy largos”, decía, “no te apresures”. Lo otro era el enorme sentido que la pintura daba a su vida. Vivir para pintar era el mejor soporte. Me sorprendía su fuerza creativa, su independencia emocional, su seguridad como mujer y como artista.


La convivencia con Ximena Subercaseaux, junto con la acogida de aquel grupo de escritores, me ayudó a asentarme de nuevo en la ciudad en un momento en el cual, por inercia o por inestabilidad, me la pasaba ideando la manera de marcharme de nuevo. Había publicado 2 o 3 libros por ese tiempo y empecé a escribir mi primera novela. Mi intención en ella era traducir el trabajo de Ximena a palabras.


Platicando con la pintora hace un par de días, comentó que actualmente está interesada en la resistencia a la resistencia. Habló de las necesidades internas de los creadores y del mundo espiritual. ¿Cómo se resiste una a la resistencia?, me preguntaba yo al escucharla. La doble actitud crítica, la doble negación que se convierte en una afirmación de otro tipo. Una trayectoria a lo largo del sentido de la dignidad.


En este mundo, aún signado por los viejos prejuicios de la estructura patriarcal, una mujer sin su historia de negaciones no puede ser ni mujer ni nada. Para convertirnos en sujetos es necesario resistir a la servidumbre que la cultura nos tiene reservada, resistir a la posición de objeto, de mercancía. Entonces, como un trozo de mantequilla entre los dedos, huir de esa situación de combate, de la lucha entre opuestos, e ir a situarnos en otro sitio. Ante un lienzo, por ejemplo, o ante una pantalla de computadora en blanco.


Resistir a la resistencia es, a fin de cuentas y desde mi punto de vista, acceder a un lugar de conciliación, tomar posesión de un sitio construido a través de los años, a fuerza de voluntad. Resistir a la resistencia es permitirnos fluir en el mundo, aún si éste se muestra hostil. Y construir en él una opción, una diferencia, un lugar de asombro, o de reflexión, o de descanso.


Resistir a la resistencia es, también, creer en la posibilidad de una vida dedicada al arte o la escritura, más allá de las polaridades del mundo o de los extremos ideológicos que, de todas maneras, quedarán ahí, plasmados entre formas y colores, invitando a la reflexión.“Ese es mi cuadro favorito”, dijo Marijose durante nuestra visita al estudio de Ximena hace un par de días. Vi la lluvia de rosas cayendo sobre el Palacio de la Moneda y pensé en un poema zen, en la vida y la obra de Ximena Subercaseaux, en mis horas de escritura.


De regreso a casa me dijo Marijose que en el estudio de Ximena hay magia. “No es solamente que ella haya adivinado que se me antojaba cenar sushi”, aseguró, “lo que pasa es que al entrar sientes que estás en otro lado y te dan ganas de quedarte”.


En ese momento entendí el sentido de haber permanecido en la Ciudad: había aprendido a viajar de otra manera. Resistirse a la resistencia es, también, negarse a negar la ciudad, atreverse a descubrir que hay en ella una puerta, una tercera opción. Es el mundo de la pintura que no deja de pintarse, de la novela que nunca termina de escribirse. Hasta la fecha.
Publicado en la columna Literespacio, sección Vida, de "El Norte". Monterrey, México.