sábado, marzo 17

La violencia insportable


“Sucio, sucio es el mundo; pero respira. Y tú entras en la habitación como un animal resplandeciente”.

Antonio Gamoneda


El video, que dejé correr unos segundos e interrumpí de inmediato sencillamente porque no era capaz de ver más, muestra el trato que se da a los animales con el fin de extraer su piel e industrializarla.

Hay una toma en especial. Después de que el hombre toma al pequeño zorro por las patas y lo golpea contra el suelo con el fin de romper sus huesos e inutilizarlo, la cámara se acerca a sus ojos. Con el hocico destrozado, la mirada del animal transmite una mezcla de dolor e impotencia infinitos. Hay algo más: no sabe lo que está pasando. Inmóvil, incapaz de defenderse, mira a la nada y sufre en el vacío.


Enseguida lo cuelgan de un gancho y, después de abrirle la piel entre pataleos inútiles, lo despojan de ella y lo arrojan a un tambo, encima de otros tantos animales que, con el cuerpo en carne viva, se retuercen.


El VIDEO en cuestión, exhibido en la página de la organización PETA, “People for the Ethical Treatment of Animals”, permanecía archivado en mi disco duro. A partir de la lectura de “Kafka en la Orilla” (Tusquets, 2006), de Haruki Murakami, consideré que era tiempo de enfrentarlo.


La novela está estructurada en base a dos historias paralelas que, en determinado punto, se encuentran, y a través de las cuales el autor aborda lo humano pensándolo en su relación con lo animal.Kafka Tamura, joven de 15 años a quien su madre abandonó desde pequeño, escapa de casa acosado por lo que llama “la profecía”: su padre le ha asegurado que lo matará y se acostará con su madre y su hermana.


Las aventuras de este Edipo contemporáneo avanzan junto con la historia de Satoru Nakata, un viejo que perdió la capacidad de leer y escribir (lo humano) a partir de un accidente en su infancia y que, consecuentemente, es capaz de comunicarse con los gatos.


Situados en el Japón de la tercera revolución industrial, ambos relatos se complementan en su afán de contar el llamado “fin de la historia”; entendido como una época final de redención, de reconciliación entre el ser humano y la naturaleza y, por lo mismo, entre las relaciones que el humano establece entre su propia animalidad y humanidad.


A partir de ello, y acaso en un intento de decir el estrecho espacio que compartimos y a la vez nos separa del resto de los vivientes, la novela de Murakami avanza kafkianamente por las orillas y se adentra en terrenos del absurdo. Sin embargo, no hay tal, o quizá sucede que la realidad de la historia y del hombre es así: absurda.


En este sentido, el que Nakata sea capaz de provocar lluvias de peces o de sanguijuelas no es tan absurdo, puesto que su lugar está fuera del mundo humano y de la conciencia del yo. Alelado, absorto en lo animal, no hace sino moverse en otro mundo del que participa y resulta incomprensible para la razón.


Kafka Tamura se encuentra absorto en lo trágico, situado en el núcleo de lo humano. Teme enamorarse de su madre y, por lo mismo, la busca por todas partes. Teme matar a su padre y lo mata en sueños.


En la novela de Murakami, las constantes irrupciones entre un mundo y el otro a partir de lo que Heidegger llama “desinhibidores” (estímulos que llevan al animal a la acción) y el constante velar y desvelar humano del objeto a partir de la sexualidad, dejan al descubierto una verdad aterradora.

Mientras en el animal hay un estímulo hacia la sangrienta acción de supervivencia, en el hombre hay un deseo y un placer de hacer sufrir. “No podemos imaginar que un animal no sufre…”, dice Derrida, “sabemos lo que es el sufrimiento animal, lo experimentamos”.


Lo puramente humano se expresa en la novela a través del personaje simbólicamente llamado Johnnie Walken, quien disfruta al matar gatos con crueldad para, encima, sacarles el alma y obtener dominio sobre la vida y la muerte.


¿Y qué otra cosa hacemos los humanos al utilizar la vida de los animales, ignorando su sufrimiento?, ¿cómo se acomodan nuestra conciencia, nuestro sentido de la ética?


“La violencia infligida a los animales no dejará de tener repercusiones profundas sobre la imagen que se hacen los hombres de sí mismos”, afirma Derrida, “esa violencia, creo, será cada vez menos soportable”.


Justo esto es lo que impulsa a Nakata a buscar su redención como animal y, a la vez, como humano. Cuando le preguntan por qué busca rescatarse, responde: “Johnnie Walken entró dentro de mí… me hizo derramar una sangre que no debía ser derramada”.


Publicado en la columna Literespacio del periódico El Norte. Monterrey, México

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