sábado, marzo 3

Pink Floyd y nuestras técnicas para hacer ladrillos




Cuando escucho que alguien menciona al legendario grupo Pink Floyd, y últimamente lo he escuchado por todos lados debido al concierto de Roger Waters, no puedo evitar acordarme de uno de los primeros videos que, por allá de finales de los 80, tomamos a nuestro hijo mayor cuando éste inició la escuela primaria.




En el video, que provocaba carcajadas a los amigos y a mí me sigue pareciendo estremecedor, la pequeña criatura está sentada ante su cuaderno de tareas. Hay continuos acercamientos a su rostro y a la página, en la cual traza una y otra vez la letra "a", al tiempo que escuchamos "Another Brick in the Wall, Part 2", de Waters.


El pequeño había iniciado su domesticación. Un objeto de consumo había sido colocado por sus propios padres en la línea de producción de la singular fábrica de empleados del, para colmo, tercer mundo.




En un poema dedicado a su hija, José Jaime Ruiz aborda la entrada al mundo de lo simbólico como un bautismo que, lejos de liberar, atrapa: "Mira, niña, el chorro santificado que te baña. Escucha el haz de voz que te nombra. Presencia con tu llanto cómo eres condenada a la palabra".




El texto me llevó a "El Informe ante la Academia", famoso cuento de Kafka en el que un simio atrapado por el hombre busca su libertad imitándolo. Aprende a ser hombre y logra salir de la jaula, pero es al irrumpir en la cultura cuando queda definitivamente atrapado.




"El hombre es el animal que no puede irse", dice Peter Sloterdijk, su existencia significa no sólo caer en la trampa, sino habitarla como mundo. El asunto es que en el mundo occidental contemporáneo el adiestramiento del animal humano se ha sofisticado al extremo y es precisamente de ello que habla la famosa canción de Waters.




Ya ni siquiera se trata de establecer estrategias para habitar el cautiverio. Los seres humanos somos ahora formados para pensar cómo debemos pensar, o sea: para no pensar. El mundo queda dividido entonces en dos bandos: los poderosos (administradores del zoológico) y los científicos (poseedores del conocimiento práctico, el único que vale actualmente) por un lado; por el otro, los empleados, medio-empleados o desempleados, cuya única aspiración, previamente programada, consiste en el acceso al trabajo.




Para asegurar calidad en este preciado bien y transformar al niño en empleado, las instituciones educativas deben documentar sus procesos a través de las famosas acreditaciones.




En lo personal, elegí lo que consideraba menos peor: escuelas tradicionales que, para empezar, no fueran bilingües y que, por el amor de Dios, no ofrecieran novedades sofisticadas acerca de cómo iban a manipular la conciencia de mis hijos con el fin de que pudieran acceder a la mediocridad autosatisfecha y semidepresiva del hombre "realizado".




Para mi desconsuelo, las escuelas tradicionales cayeron pronto en la moda y se pusieron a controlar y acreditar. Basta leer "El Ejército Iluminado", última novela del escritor regiomontano David Toscana, para situar el fenómeno en nuestro entorno.




En una escuela tradicional de hombres, muy del estilo de los colegios normalitos de antes (ahora cualquier changarro educativo se acredita), un alumno ejemplar, felizmente alineado al sistema, acusa de subversivo a un vehemente profesor de historia enamorado de la enseñanza y obsesionado con el tema de la guerra contra los Estados Unidos.




Su salida de la institución da inicio a la aventura de un grupo de idealistas desalineados, niños con demasiada imaginación, seres alejados de la razón y del sentido común, pero entusiasmados con una loca empresa que, como cualquier acto heroico, saben que terminará en tragedia.




Desadaptados, monstruosos, babeantes, este grupo de anormales nos remite el sustrato de dignidad y nobleza del más auténtico humanismo, aquel deseo del hombre de dar lo máximo de sí, de embarcarse en empresas riesgosas y superarse.




Por su lado, el alumno ejemplar, digno espécimen de la industria educativa acreditada, logra el éxito. "Hoy Arechavaleta trabaja para una empresa textil", dice Toscana en su novela, "donde se hace llamar gerente de operaciones y relata con satisfacción que tiene más de 300 empleados".




En cuanto a su vida privada, este ejemplar "está casado con una mujer a la que llama mi vida y que le dio tres hijos, ninguno de los cuales asiste al Colegio Francomexicano. Es que ahí no enseñan inglés, explica, y hoy por hoy es más importante que el español, es el idioma de los negocios, y pronuncia la frase con suficiencia de sabio, como acostumbraba hacerlo cada que decía estupideces en el salón de clases".




"El asunto es que los alumnos lleguen, ellos solitos, a las conclusiones esperadas", me dijo una pedagoga hace poco. ¿Que ellos solitos deseen lo que deben desear?, me pregunté. Desde entonces no me quito de la cabeza la canción de Waters, aunque él mismo declare a la prensa cantidad de frivolidades.


Publicado en la columna Literespacio del periódico El Norte. Monterrey, México

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Dulce.
Hace poco más de un año tenía vigente un contrato que a cambio de un sueldo, me acreditaba de "Art teacher" en educación básica.

No todos los niños -de preprimaria a secundaria- eran alienados bajo el sistema que coincido explcas bien, no del todo, algunos pocos eran (espero aún) excepción.

Un abrazo para ti.

adriana b

Óscar David López dijo...

besos

Dulce M González dijo...

Hola, Adriana. No sabía que eras, o fuiste, maestra de arte. Claro, siempre hay alumnos excepcionales, alimentadores, de los cuales podemos aprender nosotras. Gracias por tus visitas. Abrazo.

Hola, Oudi. Van besos de rebote :)

SOY13 dijo...

Recomiendo

http://soy13.blogspot.com

Saludos