sábado, mayo 12

El dulce cuerpo

Tunick


I. La libertad de los sometidos

¿Por qué tantos humanos se sintieron "libres" al unirse a una masa de cuerpos, habiendo dejado atrás no sólo la ropa, sino también los celulares, las llaves del carro, las plumas, las palms y demás artefactos que integran nuestra identidad?

Lo paradójico en relación al evento masivo convocado por el fotógrafo Spencer Tunick es que para sentirse libres, los participantes tuvieron que someterse a las órdenes de un líder y ajustarse a sus reglas.

¿De qué se liberaron entonces? O, dicho en otras palabras, ¿cuál es la gratificación al participar en un acto que borra por completo al individuo, convirtiéndolo en una parte ínfima, casi invisible, de una enorme masa que alguien manipula a su antojo?

Los participantes no sólo se despojaron de la ropa, sino también de la voluntad (de la que otro se hizo cargo), de la responsabilidad, de los rasgos que singularizan su individualidad y, en última instancia, de lo humano. Descansaron de ellos mismos al desaparecer en la multitud. Qué dicha.

II. Gansos sin plumas

"Carece de sentido", dice Slavoj Zizek, "imaginar a un ser humano como entidad biológica sin su compleja gama de instrumentos, noción que equivaldría, por ejemplo, a la de un ganso sin plumas."

Desde este punto de vista, los humanos contemporáneos no estamos contenidos únicamente en el cuerpo, sino que habitamos también una exterioridad que nos constituye junto a lo orgánico. Las computadoras, los automóviles, los celulares y, principalmente, el lenguaje, son nuestro dominio propio.

Nos hemos construido un mundo a la medida, hemos creado una segunda naturaleza, una "sustancia artificial" opuesta a la "sustancia natural". Sin embargo, tal "formación de mundo" resulta cada vez más una carga inmensa.

A los gansos no les pesan las plumas. Quizá por eso nunca les da por quitárselas y experimentar la sensación liberadora de no ser gansos en absoluto.

III. ¿Para qué complicarse?

Al reflexionar sobre las masas hitlerianas, Teodoro Adorno interpreta su formación como una "regresión" en el sentido freudiano. En lugar de volver a los sujetos conscientes de su inconsciente (el humano se emancipa así del dominio de sus propios demonios, lo cual supone cierta libertad y autonomía personales), la masa los convierte en autómatas dependientes del líder.

Pero Adorno va más allá al afirmar que en el fondo, los integrantes de la masa fascista no se identifican con el líder, sino que actúan esta identificación, fingen. Y el sujeto que finge ser cautivado, seguramente está vacío bajo esa máscara.

Ese tipo de espectáculos y de distancias internas, Zizek lo advierte una y otra vez, dan lugar a la violencia más atroz, puesto que el sujeto no se siente responsable de nada. Pero ése es otro tema.

En el caso de los encuerados del Zócalo no hubo necesidad de tantas complicaciones ni dobleces ideológicos para llegar a la desaparición gratificante. A partir de una convocatoria que no los invitaba a otra cosa que no fuera vaciarse (y dejarse fotografiar, claro), se vaciaron. He ahí el dulce cuerpo sin otra sustancia que la carne.

IV. El insoportable paraíso

Si es tan gratificante borrarse en la masa, entonces cómo explicar el terror, la angustia de quienes han experimentado regímenes totalitarios.

La igualdad extrema (todos somos hijos de Dios o del Estado), la imposibilidad de adquirir rasgos que singularicen al sujeto, el acceso vedado a la diferencia, que en los regímenes de extrema derecha e izquierda se venden como la imagen del paraíso, se experimentan en lo cotidiano como infiernos.

Quizá el secreto de las formaciones de masas que se experimentan con placer liberador sea su carácter momentáneo. Ser un cuerpo entre miles sobre la plancha del Zócalo es una desaparición similar a la del sexo, cosa de un rato.

V. Restos culturales

En su crónica sobre los eventos del Zócalo publicada en el periódico digital "Los Tubos", Elia Martínez Rodarte comenta que en el momento de arranque la gente mostraba un singular orgullo nacional. Si los mexicanos no ganamos mundiales de futbol ni sobresalimos en nada, al menos rompemos récords extravagantes.

En cuanto al epílogo, se queja de la mugre en las grietas del pavimento, lo cual nos indica que, por más que intentemos vaciarnos, algún resto cultural quedará siempre adherido a los puros cuerpos.

Publicado en la columna Literespacio del periódico El Norte. Monterrey, México


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