LITERESPACIO / Espectaculares y serios
Dulce María González
EL NORTE
1 Mar. 08
Empiezo por mencionar un incidente que me provocó inscribirme de nuevo en la lista de correo de los escritores de Nuevo León, después de haberla abandonado por mi tendencia innata a escribir mails a todas horas en vez de novelas.
En tono de "gran seriedad", como diría Nietzsche, uno de los actuales becarios del Centro de Escritores se quejó en dicha lista del bajo nivel de sus compañeros, de que algunos no presentaron muestra de su trabajo dentro del género de su proyecto y, en consecuencia, del jurado que los eligió.
No es solamente que yo misma no haya presentado muestra del género en el que trabajé cuando fui becaria, allá en la época de los cavernícolas. O que haya sido precisamente en el Centro donde me enfrenté al reto de sacar adelante un libro completito en dicho género y, a partir de la experiencia, haya decidido escribir "seriamente", gastándome en ello las neuronas, buena parte de los latidos de mi corazón (dicen que hay un número preciso) y los pulmones (aunque les disguste a los nazis de la Cámara de Diputados, fumar y escribir forman una pareja feliz).
Se trata, lo dije antes, del singular tono de gran seriedad de la queja. Como si hubiera alguna otra certeza que no fueran la experiencia, el trabajo, el gusto personal, las corazonadas.
El creador (no sólo el creador artístico, sino el ser creativo) aporta su talento (cierta habilidad), su urgencia por decir algo, su sensibilidad. Lo demás se va construyendo con los años. El trabajo y la voluntad, dice Aristóteles, están en la base de la virtud, que es un deseo de perfección humana, el anhelo de estirar al máximo y, siguiendo con Nietzsche, sacar lo mejor de nosotros, lo (casi) imposible.
Tomando en cuenta que la vocación del Centro de Escritores es formativa, ¿cómo pedir "nivel" en el arranque? Se me ocurre pensar en "potencial"; es decir, en una mínima señal de que la voz puede tomar potencia. Por otra parte, aun en el creador experimentado el nivel es algo tan relativo como el concepto de belleza de una determinada época.
Una hace su apuesta y avanza en cierta dirección. Sin certezas. A mitad del peligro y la inseguridad. He ahí la fascinación de todo esto. En un momento dado te das cuenta que escribir es lo único que supuestamente sabes hacer bien y, además, lo disfrutas.
Para alguien que no es escritor ni artista resulta idéntico, aunque no se dé cuenta. Andar por la vida sin garantías, porque nunca las hay. Apostarle a algo y trabajar en esa dirección. Claro que hay quien paga por ver o se conforma con vagar por ahí sin entrar al ruedo, sus motivos tendrá.
El becario inconforme es talentoso, dedicado, tiene ya camino recorrido y eso asegura la saludable y "desnivelada" heterogeneidad del Centro. Los becarios con más experiencia suelen ser un aliciente para los que empiezan; a su vez, éstos aportan toneladas de energía y una mirada del mundo tan poco golpeada, envilecida y desesperanzada aún, que alcanza para cargar las pilas de los más nivelados.
Volviendo a la "gran seriedad" (o a su ausencia) y a propósito de la nota de Abraham Vázquez en Vida sobre los nuevos libros de Minerva Reynosa, Óscar David López y Gabriela Cantú, cada uno en su estilo, no hay nada como verlos leer en público.
Minerva, por poner un ejemplo, suele llegar tarde a las lecturas. En ocasiones se le traspapela todo y termina perdiendo alguna hoja. Cuenta anécdotas inverosímiles en el micrófono, con frecuencia habla mal de sus propios textos y, en general, no muestra ningún tipo de respeto hacia el sacrosanto espacio de la presentación en público.
Hay otros casos de gente que no se la cree y, quizá por ello, va construyendo una obra con naturalidad, dejándose fluir a través de la vida y la vocación, ocultos a la mirada del lector, enseñando el cobre o indiferentes a todo.
Coral Aguirre suele criticar a la institución que publicó su libro y a todo tipo de instituciones, José Eugenio Sánchez llega en shorts y acostumbra ironizar en el micrófono, Óscar David López se disfraza de lo que se le ocurre, Luis Aguilar se acomoda en la mesa como en el sillón de su sala.
Más allá del consciente o inconsciente espectáculo, o de su ausencia (en el caso de los tímidos o enemigos del escándalo), transportado sin remedio a la verdadera seriedad de su trabajo, es decir, a lo serial, esa serie de palabras y textos en cuya construcción se juega su resto, el escritor suele crear algunas piezas brillantes, ingeniosas, en ocasiones bellísimas, en las que la seriedad se hace presente por encima de él mismo.
Al final, inevitablemente, el creador termina por desaparecer. Pero quedan sus palabras, flotando. Larga vida, entonces, a las que dijo Nietzsche.
Dulce María González
EL NORTE
1 Mar. 08
Empiezo por mencionar un incidente que me provocó inscribirme de nuevo en la lista de correo de los escritores de Nuevo León, después de haberla abandonado por mi tendencia innata a escribir mails a todas horas en vez de novelas.
En tono de "gran seriedad", como diría Nietzsche, uno de los actuales becarios del Centro de Escritores se quejó en dicha lista del bajo nivel de sus compañeros, de que algunos no presentaron muestra de su trabajo dentro del género de su proyecto y, en consecuencia, del jurado que los eligió.
No es solamente que yo misma no haya presentado muestra del género en el que trabajé cuando fui becaria, allá en la época de los cavernícolas. O que haya sido precisamente en el Centro donde me enfrenté al reto de sacar adelante un libro completito en dicho género y, a partir de la experiencia, haya decidido escribir "seriamente", gastándome en ello las neuronas, buena parte de los latidos de mi corazón (dicen que hay un número preciso) y los pulmones (aunque les disguste a los nazis de la Cámara de Diputados, fumar y escribir forman una pareja feliz).
Se trata, lo dije antes, del singular tono de gran seriedad de la queja. Como si hubiera alguna otra certeza que no fueran la experiencia, el trabajo, el gusto personal, las corazonadas.
El creador (no sólo el creador artístico, sino el ser creativo) aporta su talento (cierta habilidad), su urgencia por decir algo, su sensibilidad. Lo demás se va construyendo con los años. El trabajo y la voluntad, dice Aristóteles, están en la base de la virtud, que es un deseo de perfección humana, el anhelo de estirar al máximo y, siguiendo con Nietzsche, sacar lo mejor de nosotros, lo (casi) imposible.
Tomando en cuenta que la vocación del Centro de Escritores es formativa, ¿cómo pedir "nivel" en el arranque? Se me ocurre pensar en "potencial"; es decir, en una mínima señal de que la voz puede tomar potencia. Por otra parte, aun en el creador experimentado el nivel es algo tan relativo como el concepto de belleza de una determinada época.
Una hace su apuesta y avanza en cierta dirección. Sin certezas. A mitad del peligro y la inseguridad. He ahí la fascinación de todo esto. En un momento dado te das cuenta que escribir es lo único que supuestamente sabes hacer bien y, además, lo disfrutas.
Para alguien que no es escritor ni artista resulta idéntico, aunque no se dé cuenta. Andar por la vida sin garantías, porque nunca las hay. Apostarle a algo y trabajar en esa dirección. Claro que hay quien paga por ver o se conforma con vagar por ahí sin entrar al ruedo, sus motivos tendrá.
El becario inconforme es talentoso, dedicado, tiene ya camino recorrido y eso asegura la saludable y "desnivelada" heterogeneidad del Centro. Los becarios con más experiencia suelen ser un aliciente para los que empiezan; a su vez, éstos aportan toneladas de energía y una mirada del mundo tan poco golpeada, envilecida y desesperanzada aún, que alcanza para cargar las pilas de los más nivelados.
Volviendo a la "gran seriedad" (o a su ausencia) y a propósito de la nota de Abraham Vázquez en Vida sobre los nuevos libros de Minerva Reynosa, Óscar David López y Gabriela Cantú, cada uno en su estilo, no hay nada como verlos leer en público.
Minerva, por poner un ejemplo, suele llegar tarde a las lecturas. En ocasiones se le traspapela todo y termina perdiendo alguna hoja. Cuenta anécdotas inverosímiles en el micrófono, con frecuencia habla mal de sus propios textos y, en general, no muestra ningún tipo de respeto hacia el sacrosanto espacio de la presentación en público.
Hay otros casos de gente que no se la cree y, quizá por ello, va construyendo una obra con naturalidad, dejándose fluir a través de la vida y la vocación, ocultos a la mirada del lector, enseñando el cobre o indiferentes a todo.
Coral Aguirre suele criticar a la institución que publicó su libro y a todo tipo de instituciones, José Eugenio Sánchez llega en shorts y acostumbra ironizar en el micrófono, Óscar David López se disfraza de lo que se le ocurre, Luis Aguilar se acomoda en la mesa como en el sillón de su sala.
Más allá del consciente o inconsciente espectáculo, o de su ausencia (en el caso de los tímidos o enemigos del escándalo), transportado sin remedio a la verdadera seriedad de su trabajo, es decir, a lo serial, esa serie de palabras y textos en cuya construcción se juega su resto, el escritor suele crear algunas piezas brillantes, ingeniosas, en ocasiones bellísimas, en las que la seriedad se hace presente por encima de él mismo.
Al final, inevitablemente, el creador termina por desaparecer. Pero quedan sus palabras, flotando. Larga vida, entonces, a las que dijo Nietzsche.
3 comentarios:
amiga, gracias por mencionar mi libro en tu nota. un beso, gaby.
(me desaparezco)
AMÉN...
Un saludo, Dulce. Espero que podamos charlar pronto.
Un abrazo.
Efrén Ordóñez Garza.
Frank Zappa dijo en una entrevista que leí que el mejor músico -valga el sinónimo: artista- puede ser el despachador de gasolina sin que nadie lo sepa más que en su propia casa.
roger.leos
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