sábado, julio 6

Un árbol maravilloso

 
En estos días de intenso calor, vientos arrachados y vanas promesas de lluvia, me puse a releer, junto a un grupo de amigos, la novela Me Llamo Rojo (Punto de Lectura, 2006), del Premio Nobel turco Orhan Pamuk.
 
Situada en el siglo 16, la historia parte del asesinato de un famoso maestro ilustrador para llevarnos a lo profundo del Imperio Otomano y el mundo del islam. Como es costumbre en este autor, nos encontramos frente a una novela negra que también es historia de amor y narración de aventuras extraordinarias. Una verdadera delicia.
 
Uno de los temas más importantes de la novela es la tensión entre Medio Oriente y Occidente, colocada en esta ocasión en el debate acerca de la representación pictórica. Así, mientras los maestros venecianos han descubierto la maravilla del retrato, basado en los rasgos faciales, en Medio Oriente se sigue representando a los personajes con base en símbolos como el tipo de vestuario o su color.
 
Este debate es ilustrado en una de las muchas historias de la novela que recupera el espíritu de Las Mil y Una Noches. Resulta que en los cafés de Estambul había la costumbre de escuchar a narradores que, después de pegar a la pared una imagen, se ponían a narrar desde ese punto de vista. En este caso, el narrador Pamuk presta su voz al narrador del café, quien a su vez presta su voz a un árbol. Y es el árbol quien narra la "Historia de la caída de mi historia como una hoja que cae del árbol".
 
Después de explicar el motivo por el cual un grupo de calígrafos e ilustradores de Persia se dispersó, el árbol explica cómo el sultán Ibrahim Mirza decidió contratar correos tártaros para hacer un libro. Cada correo se encargaba de una página y viajaba a los diferentes lugares donde se encontraban los calígrafos e ilustradores que se ocupaban para completarla.
 
"A veces el página cincuenta y nueve se encontraba con el ciento sesenta y dos en un caravasar", cuenta el árbol, pero el caso es que el correo que llevaba la hoja donde él estaba pintado fue asaltado y su imagen pasó de mano en mano, viviendo una serie indescriptible de aventuras.
 
Al final de la narración aparece el debate. El árbol comenta que si hubiera sido pintado a la manera realista de los maestros venecianos, todos los perros de Estambul lo hubieran orinado. Enseguida viene la frase maravillosa que cierra esta joya: "Yo no quiero ser un árbol, sino su significado". Hasta aquí la magia de la pequeña historia dentro de la historia. Queda súper recomendado el libro.

Publicada en la sección Arte del periódico El Norte. Monterrey, Mx

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