El espectador es parte importante en la exposición de Wurm; no sólo porque el artista lo invita a interactuar con su obra, sino porque de pronto lo convierte en la obra misma.
Durante el recorrido de ayer, uno de mis alumnos colocó un ramo de flores entre sus piernas de acuerdo a las instrucciones dibujadas en la tarima de una especie de set fotográfico, Marijose tomó unas botellas de plástico y las colocó entre sus brazos como se indica. Otro muchacho de mi grupo tomó fotos con su celular: la obra estaba al fin terminada. Unos segundos después ya no existía.
El cuerpo humano de Marijose, o el del alumno, eran las esculturas más importantes en la instalación; dos cuerpos vivos cargados de acción y de tiempo que sin embargo permanecían estáticos en su intento de sostener los objetos como lo pide el artista: una interesante contradicción.
En cuanto a las fotografías de camas colocadas una sobre la otra, o de objetos situados de manera arbitraria en el espacio (dos sillas tiradas en el piso con la indicación de hincarse en sus respaldos), me recuerdan algunos intentos de principios del siglo XX, sobre todo en teatro, consistentes en despojar al objeto de su utilidad con el fin de hacer surgir su realidad irreductible, su esencia.
Para las personas capaces de sacudirse prejuicios e ideas preconcebidas (aquellos que caminan por la exposición como si fueran niños con ganas de hacer un descubrimiento), la actual exposición en
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