Mientras más los leo, más me gustan los tijuaneros. Tienen una frescura
medio acidita en la lengua, una manera sabrosa cuando dicen lo suyo allende la
última estación: la esquinita de la banqueta donde se acaba el mundo de a de
veras y empieza el cartoon cinematográfico.
Lejos del odioso centro del centro tan pagado de sí mismo, tan esclerótico, tan
narciso, la frontera aporta otra manera de centrarse, otra lengua viva en su
versión remix. Hay un afán casi frenético de reflexión desde el ángulo de lo
heterogéneo, de lo ambiguo (de lo no
todo, dirán los hijos de papá Lacan, yo incluida): es la mirada del
asombro desde la que inevitablemente una se refresca e identifica.
Desde Lefty, filósofo bilingüe y
ubicuo, poeta in english; hasta Julio Lejano , viendo el mundo con sus binoculares
sueco-tijuaneros y pensando siempre en las singularidades de la lengua mixta.
Pasando por la brujis feminista y suicida,
con todos sus rituales brujeriles, y la aljibera semióloga, siempre hablando de
símbolos y de íconos. Y tantas otras (y otros) metidas en el trabajo de
escribir como si fuera a acabarse el mundo.
Quiera el Universo que los blogueros made in mexico sigan echándole ganas a
esto de hacer de nuestra patria un bonche,
un encore, un todavía falta decir algo.
Y que viva el México desparramado. Allá, o acá, o al filito de la nada
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