sábado, diciembre 11

Rizomática

Liter Espacio / Ladrones de ideas
Por Dulce María González
El Norte

Una idea se nos mete a la cabeza y durante meses es hablar, escribir, pensar en lo mismo. Si el mundo gira sobre su eje, si un vendedor toca a la puerta, o el perro del vecino ladra, es sólo para alimentar la reflexión obsesiva del momento. Así nos sucede a algunos y no es para vanagloriarse, sino todo lo contrario.

En mi caso específico, el asunto precedente era el fenómeno del enamoramiento. Atrapada en el tema, e involucrando casi a la fuerza a algunos de mis amigos como acostumbro, recibí un mail en donde uno de ellos me narra un cuento que escribió hace años. La historia sintetiza de manera delicada y estética las profundidades del deseo, y está basada en algo que sucedió en la realidad.

De inmediato, y sin asomo de culpa, robé a mi amigo ese cuento escrito y reescrito, dándome a la tarea de ponerlo en boca de uno de mis personajes, para lo cual tuve que escribirlo por tercera vez con el fin de incluirlo en uno de los capítulos de mi novela. He aquí un fenómeno profundamente literario, pensé.

Peter Sloterdijk -lo mencionaba yo anteriormente en este espacio- asegura que los libros son cartas dirigidas a nuestros amigos cercanos y, acaso sin proponérnoslo, a otros tantos alejados en el tiempo y la distancia. Pero el misterio de la literatura es que esas cartas son continuamente reescritas, reproducidas y transformadas en un proceso a través del cual las ideas mueren para renacer en otras, una y otra vez, de generación en generación.

La imagen del fenómeno literario es la de una enorme red, con múltiples puntos de encuentro y nudos endemoniadamente complicados. Deleuze y Guatari lo llamaron "rizoma", pensando en que se parecía demasiado a las formas que crean ciertas raíces superficiales de los árboles. En la actualidad, la manera más sencilla de entender lo literario es a través de la enorme red que conforma internet.

Más allá de que el "rizoma" echó abajo el antiguo concepto del canon literario, la vieja imagen colonialista y jerárquica de la literatura como un árbol o un sistema solar, con Shakespeare o Cervantes en el centro y enseguida una serie de obras maestras y autores intocables (como ejemplo tenemos el canon elaborado por Harold Bloom), más allá de eso, decía, el "rizoma" nos ayudó a entender lo que sucede en realidad en la escritura: su carácter de envío, la forma en que explosiona hacia todas direcciones, la enorme riqueza de los plagios.

En "El Retrato de Mr WH" (1889), novela corta que indaga la identidad del posible destinatario de los sonetos de Shakespeare, Oscar Wilde expone su idea de que el arte no es otra cosa que una constante reproducción. Volver a presentar, volver a decir. El personaje de Wilde es un plagiario, y por lo mismo (el autor no se cansa de decirlo), un artista genial.

No está de más señalar que uno de los intereses de este tipo de textos (me niego a mencionar los actuales bestsellers en este género) es el gozo que significa para algunos la puesta en acto de una investigación detectivesca.

De ahí el entusiasmo con que Wilde no sólo defiende a los estafadores, sino que les sigue la pista. El artista es siempre un falsificador, asegura, alguien que sobrepone su personal copia a algún original que a su vez reproduce otro supuesto original localizado en la vida, en la cultura, en la naturaleza.

Para Wilde, un artista es alguien que no sólo reescribe de manera sorprendente, sino que sabe engañar. El verdadero creador, dice, sobrepone un personaje al propio, se reproduce a sí mismo y hace del mundo un escenario, de la vida una obra de creación. Wilde aseguraba que su talento estaba en su obra, pero su genialidad la reservaba para su vida personal.

En su página de Internet, el escritor Alberto Chimal, ensayista, narrador, dramaturgo, autor, entre otros libros, de "Éstos son los Días" (Era, 2003), ofrece un excelente ejemplo del fenómeno rizomático en el cine. En "Herk Harvey o el Camino de los Muertos", Chimal realiza un recorrido a través del cual, una película de Harvey aparentemente sin grandes méritos ("Carnival of Souls", 1962), se despliega y da lugar a una serie de propuestas posteriores.

De acuerdo a Chimal, el aspecto de los fantasmas de Harvey pasa a los zombies de George Romero en "La Noche de los Muertos Vivientes" (1968), a los demonios de William Friedkin en "El Exorcista" (1973), y al atuendo y actitudes de la actual cultura "dark". A su vez, el balneario de Harvey, "contaminado por la presencia de los muertos", se transforma en el Hotel Overlook de Stanley Kubrick en "El Resplandor" (1980). Como film transgresor de las reglas de su propia tradición con el fin de producir un efecto estético, la cinta de Harvey es colocada por Chimal al lado de "Ringu" (1998), de Hideo Nakata, y de "Nosferatu" (1979), de Werner Herzog.

Imposible dejar de mencionar aquí la nueva novela de David Toscana. "El Último Lector" (Mondadori, 2004) es un hermoso ejemplo de "rizoma", una novela en la que se cuentan novelas y en donde los personajes actúan en concordancia con las historias de otros textos que los alimentan y les dan vida; toda una suerte de elementos que se entrelazan hasta conformar un texto que es una madeja de textos, un continuo ir y venir de la realidad a la fantasía y viceversa.

En cuanto a mi caso personal, sólo me resta pedir al Cielo que mi amigo comprenda los altos motivos de mi robo y me perdone.