martes, diciembre 7

Bendita Huevonez

Anoche leí un texto de ficción acerca de la escritura aparecido en el blog de Julio Sueco. Se titula “Product rt-ficial” y está plagado de humor irónico y cinismo. En él, un escribiente se la pasa todo el día en la flojera, imaginando, fantaseando, eludiendo responsabilidades relacionadas con el mundo de la productividad (una energía tomaba control de sus deseos y hacía justo todo lo que quería y con gusto, claro, todo menos aquello que indicara obligación). Por las noches, el personaje surfea y escribe sus supuestas tarugadas en el blog.

En cuanto a lo que sucede a nuestro personaje durante el día (medieval peasants worked less than you do, anuncia irónicamente el título del texto que nuestro personaje encuentra al surfear), me vienen a la mente las opiniones de los románticos acerca del ocio como caldo de cultivo de la creación. De acuerdo a este punto de vista, es en el vagabundeo de la mente donde surgen las ocurrencias y las ideas geniales. Siguiendo con los románticos, la negación del ocio (el negocio) pone límites a la capacidad de creación y nos provoca permanecer en el mundo con una actitud pragmática.

Georges Bataille distingue dos polos estructurales en el análisis de las sociedades humanas y sus instituciones. Por un lado está lo homogéneo, el campo de la sociedad productiva; por el otro, lo heterogéneo (lo sagrado, la pulsión, lo improductivo) que constituye una existencia “otra”, expulsada de todas las normas. He ahí el concepto de “el real” de Lacan, el “abrevadero de los dioses”, decía un compañero de la Facultad en son de burla.

Por su parte, en su análisis del Fedro de Platón, Derrida aborda el mito de Theuth, el dios de la escritura: droga, y remedio contra la droga. La escritura se inventa como remedio para el olvido, pero es también lo que adormece (escribir medio dormido/a, drogado/a, en trance). Para escapar a este adormecimiento en la escritura (y, supongo, a la concepción romántica de la inspiración) Derrida recupera al que no escribe y que está detrás, aquél que le provoca escribir al escribiente, el que ordena la escritura.

En este sentido, el personaje de atrás no sólo posibilita la escritura (siempre estamos escribiendo para alguien), sino que nos da oportunidad de escapar a la obligación, nos deja libres de las ataduras del mundo pragmático. Y esta libertad, aunada a la sobriedad, por llamarla de alguna manera, del que está detrás, es quizá la condición que posibilita la escritura de grandes textos.

Va el fragmento en el que Julio escribe el acto de escribir:

"...es la sensación del pensar (¿revelación?) que toca las fibras de su ser. La acción sería hacer algo al respecto, o sea, tomar medidas para que las palabras surtieran su efecto. Las palabras esas, como una pintura de David, sólo ocasionan un “qué bonito se ve”. Mas le causan placer y le abren una fisura, una ranura del estuche de Pandora que lleva en sí. Se escurre por la luz que se mete al verse semiabiertas las puertas de la oportunidad, un vector vicioso: es un mal moderno y le llena la cabeza de ideas subvertidas. Se entretiene como un niño en un campo de matorrales jugando a batallas con gigantes..."