sábado, enero 22

Hábitos habitables

Liter Espacio / Baricco y una película china
Por Dulce María González
El Norte

Si me pusiera a hablar de mis hábitos, de seguro el lector se aburriría. Sin embargo, y a pesar de su carácter rutinario, los hábitos personales son lo más disfrutable del mundo. Conozco a un narrador que no puede levantarse de su mesa de trabajo en tanto no finaliza un fragmento completo del texto que escribe. Una vez agotado el desarrollo de la idea en cuestión, suele, por ejemplo, correr al baño. Este hábito le provocaba un hambre tremenda y una debilidad cuando la inspiración lo atrapaba a la hora de comer, hasta que tomó la costumbre de sentarse a la computadora con un platón repleto de pan con mantequilla, o fritos o alguna otra cosa masticable. En efecto, no se equivoca usted: mi amigo narrador es gordito.

En lo personal, y como casi todos los humanos que conozco, vivo a un ritmo veloz, lo que me obliga a programar mis horas de lectura. Esos espacios sagrados tienen la imagen de una ventana: a través de sus rendijas una respira aire fresco. Aguantar la respiración, los sabemos, no es recomendable, por ello procuro respetar los, digamos, "respiraderos", y disfrutarlos al máximo.

El detalle más importante es procurar que el tiempo corra lento o, de preferencia, detenerlo. Este deseo nació hace muchos años y en el intento de lograrlo he probado de todo: yoga, meditación, control mental, ejercicios de respiración. Alguna vez, durante una de sus entrevistas, Ofelia Pérez (que siempre está investigando, o documentando o entrevistando) me preguntó cuál era mi mayor deseo. "Quiero ser japonesa por dentro", le dije, y le expliqué mi interés en la materia.

Para llevar a cabo este hábito debo salirme de la casa. Una poeta muy conocida de Monterrey me contó que ella tuvo que abrir en su estudio una puerta hacia la calle. Cada mañana se despedía de su familia, salía y de inmediato entraba de nuevo a la casa por esa puerta. Yo no tengo estudio y vivo en un departamento pequeño, debido a tales singularidades soy una lectora de café, dado que en las bibliotecas no se permite fumar.

Al llegar al sitio elegido, saco mi libro y me pongo a leer ignorando al tiempo o francamente deteniéndolo. Para ello es necesario hacer un poquito de teatro, observarse desde fuera. Entonces acomodarse a una misma, tomar peso. Es un estado de ánimo que viene de adentro y que es necesario convocar. Asentarse en un lugar, ser simple y llanamente una mujer leyendo.

Transformarse en una mujer que de verdad lee en el vacío exige concentración. "Finge que crees", dicen, "y la fe llegará por sí misma".

Pero no tendría caso escribir estas necedades si no hubieran sucedido, una después de la otra, la película china en la Cineteca y la novela de Baricco.

La película está incluida dentro de la Muestra Internacional de Cine que actualmente se exhibe en la Cineteca de Nuevo León y que finalizará el 29 de enero. Se trata de "La Primavera de una Infidelidad" (Xiao cheng zhi chun, 2002), una versión contemporánea de un film clásico situado en la China de posguerra.

Dirigida por Tian Zhengzheng y basada en un guión original de Fei Mu de 1948, a su vez inspirado en un relato de Li Tianji, la película narra la historia de lo que no sucede, de lo que no se dice.

Dos seres se encuentran en medio de la imposibilidad y lo que sienten permanece contenido, traspasando el cuerpo, pero sin salir jamás al exterior, inmenso en el alma, pleno y totalmente personal, íntimo. La tensión en el film es casi un objeto, casi la expresión concreta de lo humano. Y la fotografía hermosa, la lentitud de las tomas reflejando ese tiempo interno pianísimo, un ritmo en el que los cuerpos y las almas se llenan de sentido.

Seres que viven la experiencia con la plenitud de quien se la guarda y la deja ahí, adentro, enorme. Este tipo de películas, cuando las sabemos disfrutar, logran el tan anhelado deseo y así sucedió el domingo, un día que de pronto, maravillosamente, quedó suspendido.

La novela es "Seda" (1997), de Alessandro Baricco. Ahí estaba yo, en el café, inmersa en mi momento de verme desde lejos. Enseguida leí la cita de la solapa: "Recordó haber leído en un libro que los orientales, para honrar la fidelidad de sus amantes, no acostumbraban regalarles joyas, sino pájaros refinados y bellísimos". Entonces el tiempo se detuvo y comenzó la historia de un francés que se dedicaba al comercio de los gusanos de seda.

La escritura de Baricco es mínima, austera; en ella cada palabra es equivalente a un gesto en el arte oriental. Sus imágenes son fuertes y logran trasmitir la luminosidad que surge cuando la palabra precisa aparece rodeada de silencio, o el vacío pleno que su personaje encuentra allá, al fin del mundo, o la belleza de una seda tan fina que es casi invisible. En "Seda", Baricco se coloca en la frontera entre la presencia y la ausencia, entre el sonido y el silencio, entre lo que es y pareciera estar a punto de no ser.

Por su parte, Hervé Joncour es alguien que observa su destino como ver llover, que camina viendo sus pasos para no pensar, alguien que admira al gran traficante de seda Hara Kei, quien "como por un singular precepto, dondequiera que va anda en una soledad incondicional y perfecta".

Pero, sobre todo, Hervé Joncour es alguien capaz de lograr lo que tantos deseamos, ya que, casi sin proponérselo, "se pone a mirar la llama que tiembla, diminuta, en el farol. Y, con cuidado, detiene el Tiempo por todo el tiempo que quiere".