viernes, enero 28

LC: La personaja que todas llevamos dentro

I. Pequeña urbe (the joy of waving down a taxi)

El pasado fin de semana Andrés le dio un golpe al carro. Ahora el carro se encuentra en el taller y yo me siento en Nueva York. Apenas salgo a la banqueta después de asistir a una conferencia, a una clase, al cine, detengo un auto. El gastadero. Una de dos: o la ciudad está saludable y ahora da para que una imagine su vida en la metrópoli, o la mala época está provocando una sobrepoblación severa de subempleados (incluyéndome). Me inclino, obviamente, por la segunda opción. En todo caso, y sea por el motivo que fuere, poco a poco me voy convirtiendo en personaje de Paul Auster.

II. Re: La verdad capada

Tiene razón Julio Sueco cuando dice que la pregunta ¿qué es la verdad? está mal formulada. También acierta al señalar que la manera correcta de preguntar sería: ¿cómo es la verdad? En el post donde apunté esta cuestión mal formulada, Julio habla del periodismo como una práctica en la cual, en términos generales, la verdad es capada.

Aclararé ahora el sentido de mi comentario: una nota informativa, como su nombre lo indica, consiste en informar acerca de ciertos hechos (hablar de la verdad aquí, o de la realidad, me parece peligroso); en cuanto a la opinión editorial, se trata de lo que el editorialista piensa acerca de estos hechos, su interpretación personal. En todo caso, el asunto consistiría en preguntarnos qué tan fiel a los hechos resulta una nota periodística informativa, o qué tan fiel a sus convicciones es un editorialista al externar su opinión. Habría que hablar entonces de la fidelidad al hecho, más que de la fidelidad a la verdad.

Comentario extra: yo diría que ser un buen periodista tiene su arte. ¿De qué serviría decir el hecho de manera fidedigna (dentro de lo humanamente posible, desde nuestra observación como sujetos) sin una estrategia capaz de sortear las limitantes propias del medio (la línea ideológica del periódico, los intereses de la empresa, los gustos y/o caprichos y/o convicciones del jefe editorial)? Un periodista con sentido de ética, pero sin estrategias, sin astucia al decir, perdería su empleo de inmediato y entonces de qué nos serviría su ética metida en un cajón. Conozco buenos periodistas y buenos editores (también los hay malos, corruptos, lambiscones, anti-éticos, etcétera, pero ahora estamos hablando de otra cosa), muchos de ellos son propositivos, se arriesgan hasta donde la tensión de la liga aguanta sin romperse, y muchas veces encuentran maneras inteligentes y novedosas de ser fieles a los hechos y a sí mismos. Hay de todo en este mundo.

Por último, debo confesar que me siento halagada de que alguien con la inteligencia de Julio ponga atención a mi mal formulada pregunta y se tome la molestia de señalar mi error. Y, bueno, no lo puedo evitar: me encanta que Don Julio se refiera a mí con el mote de “Madame Dulx”. En este caso me siento personaje de Flaubert.