viernes, enero 14

Patrimonio


Para Ana, Fernán y Héctor Dino

Hace un rato le dije a C que no me interesan los patrimonios y de pronto caigo en la cuenta de mi error. De hecho, mi vida ha consistido en sostener un patrimonio simbólico. La vida de cualquier escritor es así: el intento de afirmar lo que está antes de nosotros, aquello que hemos recibido incluso sin elegirlo, y enseguida realizar nuestra parte con libertad: continuar con la obra, hacerlo a nuestra manera.

Pienso en mi abuelo Héctor: abogado, periodista, investigador, literato. Lo pienso como si todo lo que ha pasado con nosotros, con todos los nosotros que nos apellidamos así y por lo tanto recibimos la herencia aún sin elegirla.
Lo pienso como si todos estos años.
Lo imagino.
Como si lo vivido desde su vida y su desaparición se pudiera ver en la imagen de una enorme red, un sistema circulatorio.

En el principio fue el corazón.

Ahí está Héctor González en la foto, con todo su impulso de vida en forma de bomba, de máquina latiente, de órgano impulsor. Y enseguida la sangre hacia todo el cuerpo. Mi papá es quizá una arteria por donde pasó esa sangre: un umbral a lo que venía después: nosotros. Un pasaje. Y para ser tal cosa hubo que contar la vida de ese hombre que estuvo antes, mostrar sus libros, inyectar el deseo y la voluntad.

Hay abogados en la familia. Y escritores. Hay, sobre todo, gente brava y aguerrida, humanos que no se rinden. Para mí, no lo puedo evitar, el importante es mi padre. Su deseo de que yo fuera alguien muy parecida a la que soy. Nada nuevo ni mucho menos espectacular, una historia muy simple.

Se trata no sólo de aceptar la herencia, sino de reactivarla de otro modo y mantenerla con vida. No escogerla, sino escoger conservarla. Firma contra firma. Vivir la herencia en la tensión que nos lleva a asumirla, criticarla, reinterpretarla: transformarla.

Lo mismo sucede, supongo, en una familia de médicos.

PD: Habría que leer la novela de Philip Roth, escribir la propia (lo propio).