domingo, febrero 20

Des-apariciones

a) Me llamó Eliot al celular preguntando el motivo de mi “desaparición”. En ese momento me di cuenta que Dulce, la “Persona” que vive para escribir (posts, artículos, capítulos de novela, largas cartas a sus amigos) había “desaparecido”. Calderón de la Barca no incluye esa opción en “El gran teatro del mundo”, nadie deja la propia Persona abandonada por motivos de flojera o desgano. Escribir el artículo de ayer fue una experiencia singular: decir la ambigüedad desde la ambigüedad. Decir algo cuando no se es nadie. El hecho es que, de alguna manera, la llamada desde Tijuana me hizo consciente de que había dejado la máscara tirada y, aún sin preguntarme si deseaba hacerlo, la recogí del piso y la coloqué en mi cara: heme aquí.

b) Ahora que ando con lo de los escenarios y las máscaras invité a Marijose al teatro, quizá porque, al abandonar la escena del mundo, a una le da por asomarse a otros mundos, otros escenarios, digamos, menos metafóricos. Nos fuimos a ver “Hamlet”, que le interesa mucho por aquello de los fantasmas. “¿Cómo le van a hacer para que aparezca un fantasma?”, preguntó. “Pues vamos a investigar”, le dije, pero cuando llegamos ya no había lugar para ver la obra ni siquiera de pie.

Argumenté que soy amiga de Sergio García, director de la puesta. No funcionó. Dije que escribo en el periódico. Funcionó de inmediato. Nos llevaron a través del patio del Aula Magna hasta dar con una puerta de metal, subimos 3 o 4 pisos por una escalera totalmente a oscuras, y fuimos a dar a un lugar altísimo, cerca de las lámparas, desde donde podíamos ver la obra como si fuéramos aves. A los 5 minutos me entró el pánico.

Bajé en la oscuridad, a gatas, pidiendo a Marijose que no se acercara al solitario y peligroso tubo del pasamanos. Llegamos a otro pasillo, mucho más abajo, y nos sentamos en el suelo a ver la obra, pero Marijose se dio cuenta que había un enorme cenital dirigido a nosotras. “Este lugar es parte del escenario”, me dijo, “cuando enciendan esa luz nos van a ver aquí sentadas”. “En el instante en que lleguen los actores, nos vamos”, le dije, pero ella se negó argumentando que en ocasiones encienden las lámparas antes de que llegue nadie.

De regreso a casa venía pensando que la vida es una aventura aunque intentemos, como dice la canción, bajarnos. La vida no da opciones del tipo “ser nadie” o “vivir nada”. Eso lo sabía muy bien Calderón, me dije, porque en su obra no hay personajes que se queden sin personaje, ni entes sin máscara observando el mundo a la altura de las lámparas.

Hoy regresaremos en calidad de público, digamos, decente. Quizá eso, junto con la escritura de este texto, provoque de nuevo mi aparición en el mapa.