sábado, marzo 5

La querida patria

Liter Espacio / El México de Villoro y la macrobandera
Dulce María González
El Norte

Cada tarde, al salir de la Facultad de Medicina y dar vuelta en Simón Bolívar hacia el sur, me pregunto cómo andará la bandera. Empecemos por ahí: un asta del tamaño de un edificio, la enorme enseña patria ondeando sobre el cerro del Obispado, señoreando nuestra ciudad. Cuando una camina por las calles del centro de Atenas no puede dejar de ver la Acrópolis en lo alto, símbolo de la parte espiritual de una cultura, recordatorio de los sueños de sus antepasados. ¿Cuál es el significado de nuestro particular monumento?
Una bandera enorme puede expresar mucho de lo regiomontano. También nosotros somos México, parecería ser el mensaje, o bien: no estamos tan mal como piensan. Todo eso, tomando en cuenta que se trata de Monterrey, se debe expresar a lo grande. Hasta que el tal símbolo se despinta, se cae, se enreda, es retirado de su lugar, vuelto a izar, y así.
Más allá de los intereses políticos de quienes tomaron la decisión de colocar la enorme insignia en lo alto, a muchos nos asombra su capacidad metafórica. En un momento de enfrentamientos entre los diferentes sectores del País, el asunto de la bandera es el recordatorio perfecto del caos.
De acuerdo con el pensador esloveno Slavoj Zizek, los monumentos hablan de lo que sucede al interior de una sociedad en su determinado momento histórico.
"La verdad está afuera", dice Zizek, citando el lema de "Los expedientes secretos X". Y los eventos recientes relacionados con nuestra bandera parecen confirmar su tesis.
Pero vayamos a lo literario, ese otro documento de la realidad. Tenemos, por poner un ejemplo reciente, "El Testigo" de Juan Villoro. Después de recibir el Premio Herralde de Novela, uno de los máximos galardones literarios en lengua hispana, la novela de Villoro salió a la luz bajo el sello de Anagrama a finales del 2004.
No se trata de la gran novela mexicana de nuestro tiempo, al trabajo le hace falta una torsión más en la cuerda, una mayor profundidad en el alma de los personajes, un ir más allá de los hechos políticos y la situación nacional.
No obstante, el texto logra reflejarnos valiéndose de una trama bien estructurada y un análisis de la cultura que da cuenta del trabajo que Villoro ha venido desarrollando desde hace años.
Julio Valdivieso, intelectual mexicano, profesor en la Universidad de Nanterre, regresa al país después de largos años de ausencia. A partir de que pone el pie en esta tierra, y en una historia entre narración detectivesca, nota periodística y ensayo literario, el personaje se ve involucrado en una serie de eventos que dan cuenta de nuestro llamado "momento de transición".
"El Testigo" nos introduce en el ambiente policiaco y el empresarial, da cuenta de la presencia del narco casi como institución, del negocio de las telenovelas y de los reality shows, del caos político, de las ONGs, de la corrupción y las pequeñas causas perdidas. Todo ello visto a través de las contradicciones intrínsecas de la poesía y la vida de López Velarde, el anhelo utópico de la rebelión cristera y, en general, en una revisión de las paradojas históricas que nos preceden.
La novela es un continuo hurgar en el pasado y un intento de establecer lazos con el presente donde, también, un proyecto imposible de nación se traduce en desorden. La renovada asociación entre lo político y lo religioso, entre la apariencia y los sucesos reales; el aparatoso artificio enmarcando las mentiras, las traiciones, los golpes bajos.
Un escenario del absurdo donde nadie se pone de acuerdo y cada quien avanza en la dirección que le conviene.
Hasta aquí todo va bien literariamente hablando. Sin embargo, al inicio de la tercera y última parte del texto, la trama se complica a tal grado que resulta imposible continuar. Quizá por ello Villoro cae en la tentación de escapar de la trampa en que ha caído la narración acudiendo un cierre romántico, muy cercano a la cursilería, en el cual retira al personaje de una realidad sin pies ni cabeza y lo regresa al campo. Ah, si todos y cada uno de nosotros pudiéramos largarnos al campo a sembrar frijoles.
Julio Valdivieso renuncia entonces a ese regreso "oficial" que lo obliga a situarse en medio de la corrupción de nuestras instituciones, deja esta indeseable realidad nacional. Con ello, Villoro abandona las consecuentes trayectorias narrativas de su novela, las deja, digamos, suspendidas, mientras su personaje retorna al último lugar posible: a la tierra, a la mujer elemental, al origen. Un final inverosímil para una trama sin solución.
Y sin embargo, me pregunto, aclarando que mi cuestionamiento no justifica el fallido final de la historia, me pregunto cómo podría el autor imaginar un cierre que de verdad funcionara, tomando en cuenta que su novela aborda este país disfuncional. En este punto vuelvo a nuestra bandera, a lo que develan sus continuos contratiempos, a la inevitable ironía de las solemnidades y desfiguros a que ha dado lugar, etcétera.