sábado, abril 2

Comunidades de existencia

Liter Espacio / Agentes libres
Dulce María González
El Norte

En cuanto pisa esta tierra, y sin apenas enterarse, la pequeña Marijose empieza con italianismos: "me da fastidio", en lugar de "me cae mal"; "está arrabiado", en vez de "está enojado". La veo de lejos montada en su bicicleta, la chaqueta cerrada hasta el cuello, la bufanda del Udinese flotando en el aire como bandera. Se dirige al lago con su amiga Anahí. Y ríe, se sumerge en este otro espacio del que también se le antoja apropiarse.

Pienso: hay quienes nacen con esa capacidad de disfrutar sus fragmentos.

El individuo contemporáneo es así, móvil. "La movilización total", llama Ernst Junger al afán de llevar todas las reservas al frente de batalla. En la producción, en la forma de vida, en el trabajo y la cotidianidad se lleva a cabo la guerra, el empuje hacia adelante. Y lo constatamos, observamos la evidencia: la modernidad ha puesto fin a la inmovilidad de las sociedades tradicionales. Esto último lo dice Peter Sloterdijk y hoy tengo ganas de creérselo.

La niña es de aquí y de allá, está naturalmente integrada a su grupo de Monterrey y al de Bordano del Friuli. Me gusta su gusto de ver desde varios ángulos, ser ella misma en cualquier parte.

En la biblioteca del Castillo de Miramar, en Trieste, hay un óleo del Castillo de Chapultepec, en México; también muchas águilas devorando serpientes. En los tapices y las cortinas, labrada en la madera de paredes y pisos, el águila mexicana difícilmente se entiende en este contexto, digamos, romántico. Y sin embargo la vemos con otros ojos, con renovada emoción.

"¿Esa edad tenía cuando se fue a México?", pregunta Marijose al ver el retrato de Maximiliano en la Sala del Trono. "Aproximadamente", le respondo. "¡Era un muchacho!", exclama. "Exacto", le digo, "un joven entusiasta que no tenía idea de adónde iba ni mucho menos la que le esperaba". Que si deseaba apoyar a la Iglesia porque Juárez bla, bla,bla; que si le pidieron esa ridícula "ayuda" los conservadores de nuestra tierra. Lo cierto es que se marchó a un sitio que sólo existía en su imaginación. "¿Y nosotros?", pregunta Marijose, "¿nosotros sí sabemos qué onda?". "Al menos ya no vemos el mundo en blanco y negro", respondo, y en ese momento me viene a la mente la última novela de Tabucchi.

En "Tristano muere" (Anagrama 2004), el protagonista, un héroe nacional, partisano en la Segunda Guerra, se pregunta si ha hecho lo correcto. Después de luchar contra el fascismo tuvo que decidir entre dos únicas opciones: o el comunismo, o la democracia. Eligio la democracia, pero ahora sabe que en ningún lugar estaba la respuesta. En el mundo hay matices, dice Tristano, y quienes nos decidimos por la libertad sabemos que todo era inútil.

Se imagina que aborda a un hombre en la pantalla de la televisión, "una de esas criaturas que se han quedado en la piel y los huesos". "Habla", le urge Tristano, "tu eres un hombre libre. Por eso es que nos hemos batido desde siempre los que amamos la libertad, para que tu puedas expresar tu espíritu libre, habla, mi civilización te lo permite, olvida por un momento que estás desnutrido, que tienes esas estúpidas enfermedades...".

Vivimos en un mundo de tiranías, opina Peter Sloterdijk en su conversación con Carlos Oliveira, y al parecer tampoco esto tiene vuelta de hoja. Pero al menos se ha eliminado una de ellas, la histérica "situación de servidumbre que se apoyaba en una ilusión". Y aunque sigue existiendo un pensamiento de izquierda (el mismo Sloterdijk se sitúa bajo esta rúbrica), actualmente ya no nos creemos que el mundo avanza sincronizado y en una dirección, ahora es necesario pensarlo como un caos donde evoluciones locales y personales avanzan a sus propios ritmos.

En este sentido, también es necesario tomar en cuenta que las estructuras sociales tradicionales tienden a desaparecer, que el individuo es ahora no precisamente un "átomo" aislado en su egoísmo, como se pensaba del sujeto urbano hasta hace muy poco, sino un "agente libre" que se relaciona con otros a partir de elecciones personales y sentimientos de afinidad.

Y es esto, el diálogo, el amor, el trabajo, precisamente porque el mundo no parece ofrecer soluciones claras ni fáciles, es esto lo que nos alienta y nos ocupa en el preciso instante en que existimos. Me detengo a pensarlo y sí, en efecto, es ya bastante.