sábado, junio 25

El turno del escriba


Liter Espacio / La escritura simbiótica y el narrador fantasma
Por Dulce María González

El Norte

¿Quién escribió en realidad "El turno del escriba", novela ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2005?

El jueves pasado, durante la presentación del libro en Marco, Graciela Montes y Ema Wolf aseguraron que el trabajo fue realizado por ambas, alternándose la escritura de los capítulos.

Lo curioso es que, a diferencia de otros libros escritos a cuatro manos, en "El turno del escriba" no se aprecian rupturas ni cambios de voz. ¿Cómo lograron ese tono uniforme? Movida por la curiosidad, y la oportunidad que me brindaba ser presentadora del libro, intenté resolver el enigma.

"El turno del escriba" es una novela cuyo núcleo temático gira en torno al proceso de escritura. En ella, Rustichello de Pisa, un viejo copista de manuscritos, preso en Génova desde hace 14 años por motivos de guerra, se encuentra con el mercader veneciano Marco Polo y concibe la idea de escribir un libro que narre las aventuras de este último. El viejo Rustichello imagina que valiéndose de este libro logrará su libertad.

El texto será escrito en prisión, en medio de condiciones adversas y a partir de la narración oral de Marco Polo y el posterior trabajo escritural de Rustichello, quien hace la selección de materiales, agrega o suprime detalles, inventa, adereza, etcétera. He ahí la raíz del asunto, un libro escrito por dos personas.

Sin embargo, lo comentaron las mismas autoras, en el texto original que narra las aventuras de Marco Polo sí es posible apreciar las rupturas: hay ahí dos tonos, dos voces, dos visiones del mundo. ¿Entonces?

Siguiendo los pasos de Rustichello en su aventura de convertirse en un verdadero escritor, durante la presentación me dediqué a preguntar a las autoras sobre su propia escritura. Rustichello escribe su libro; Ema y Graciela, el suyo. Del primero conocemos los pormenores, puesto que se narran en la novela. Del segundo caso, el de la escritura de "El turno del escriba", sabemos muy poco.

En esta empresa de conocer lo desconocido había que empezar por el principio. ¿Para quién escribieron?, pregunté, ¿por amor a quién? Ema evadió la pregunta, pero Graciela aseguró que su deseo tenía relación con su mamá, quien murió cuando apenas llevaban 2 capítulos. Enseguida hubo un intercambio de palabras entre ellas, un ponerse de acuerdo, y terminaron hablando ambas de la mamá de Graciela.

Lo mismo sucedía con cada uno de los cuestionamientos. Una de ellas evadía el tema de la propia escritura, la otra respondía, y ambas terminaban hablando de lo mismo. Invariablemente se llevaba a cabo una negociación que nos llevaba a pensar en acuerdos de todo tipo durante el proceso de escritura.

Pero continuaba el problema de la uniformidad de tono. Porque, durante la presentación, sus primeras reacciones eran singulares, personales, y sólo en un segundo momento llegaba la armonía, la sensación de que hablaban el mismo lenguaje. ¿Cómo llevar a cabo ese proceso en la escritura sin borrarse una a la otra?

Les pregunté directamente de qué manera habían logrado esa simbiosis: escribir un libro a partir de un tono que no era el personal de ninguna, pero era de ambas. Respondieron que habían creado a un narrador, a un tercero, a un "otro". Lo dijeron en masculino. Hay un "él" que narra, un fantasma que se hizo realidad en la escritura.

Al llegar a casa recordé que este tipo de ejercicios no es nuevo en la literatura argentina. El ejemplo más conocido es el de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Cásares. Juntos crearon a un tercero llamado H. Bustos Domecq, y éste escribió libros con su propia mano fantásmica. Me viene a la mente "Crónicas de Bustos Domecq", un libro exquisito que leí hace años.

La diferencia con nuestro caso del Premio Alfaguara es que Borges y Bioy Cásares dieron una personalidad a su narrador y le otorgaron un nombre. A partir de esta negociación, la simbiosis entre ambos no tenía posibilidades de fractura, de manera que salían avantes, sin problemas y con la mano en la cintura, cuando se les cuestionaba este tipo de asuntos.

Si se trataba de un texto escrito a cuatro manos, se negaban a responder en lo personal. Había que cuestionar directamente al fantasma si se quería dejar algo en claro, Borges y Bioy Cásares significaban solamente un par de intermediarios.

De esta manera, los acuerdos y negociaciones no presentaban ningún tipo de contradicción. Cuando uno de ellos respondía a nombre de Bustos Domecq, y al otro no le parecía, el segundo argumentaba con un discurso del tipo: "No, te equivocas, recuerda que la última vez que lo vimos dijo esto y lo otro".

En una ocasión se hizo una crítica acerca de cierta falta de armonía en la voz narrativa de Bustos Domecq. Obviamente, lo que se cuestionaba era el trabajo en común de Borges y Bioy Cásares. Sin el menor asomo de duda, Borges declaró que Bustos Domecq era un tipo desagradable y cargado de inconsistencias.

"A medida que pasa el tiempo le vamos encontrando más defectos", aseguró, "el más grave, creemos, es que no tiene ningún inconveniente en cambiar de lealtades. Es decir, que está dispuesto a cambiar su esencia, si la moda lo exige".

Excelente salida, diría yo. Porque, a final de cuentas, ¿qué se le puede exigir a un autor que "lee muy poco; pero siempre dice que ha leído algún libro, para quedar bien?".Para terminar con esto, diría que, independientemente de que "El turno del escriba" es una buena novela, y sólo con el fin de solucionar en la realidad del mundo la simbiosis literaria, quizá haría falta que las autoras dieran más vida a ese "Mark Twin" que usaron como seudónimo en el concurso.