sábado, septiembre 3

Hoy me siento bien

Liter Espacio / Hoy me siento bien
Por Dulce María González
El Norte

Para Nancy Garza, Óscar David y Gabriela Cantú

Un amigo periodista escribió recientemente en su bitácora de internet que no desea convertir esa página en un espacio confesional. Lo dijo después de hacer un recuento personalísimo de su semana. El suyo es un lugar de reflexión en torno al fenómeno literario y quizá por eso entendí su apunte.
En ocasiones es inevitable saltar la barrera periodística y hacer literatura o, dicho en otras palabras, entrar al terreno confesional, que de eso se trata el negocio de las letras. Mentiras confesionales, fantasías confesionales, historias confesionales en torno a eventos que, acaso, jamás viviremos ni por asomo. No obstante, ya los hemos vivido de alguna manera o los experimentamos justo ahí, en el acto de la escritura.
Resulta que ando nada periodística y sumamente literaria. Olvidada del mundo, me he fugado al teatro, al cine, a algún cafecito donde acomodarme sin prisas para escribir cualquier cosa. Este tipo de evasiones resultan provechosas, ya que dan lugar a la subsecuente encerrona: con tanto alimento en el espíritu llega el momento en que una es incapaz de salir a ninguna parte e, inevitablemente, una se pone a escribir. Capítulos de novela, textos para la bitácora de internet, extensas e inútiles cartas de amor dirigidas a los amigos que están lejos y seguro no tendrán tiempo para leerlas.
Supongo que tales fenómenos escriturales se relacionan con la digestión. Después de alimentarnos, llega el proceso de asimilar. Finalmente, y aunque resulte de mal gusto, debemos hacernos cargo del exceso, del residuo, del excedente escatológico que servirá de arranque hacia un nuevo texto, un nuevo viaje, una nueva aventura para traducir a palabras.
Pero estas hondas reflexiones no tendrían sentido si no hubiera llegado el mail de Leticia Damm. Ella es así, alimentadora de gente. Envía textos a sus amigos por el gusto de hacerlo, sin pedir nada a cambio. El de esta mañana es un cuento mínimo de Augusto Monterroso, se titula "Fecundidad" y dice así: "Hoy me siento bien, un Balzac, estoy terminando esta línea". Pensé: Lety es bruja.
Hay quién escribe porque se siente bien, porque el residuo de la vida es sustancioso, evocador. Hay también quien escribe para cuestionarse, para entender o quizá situado a mitad del dolor. Hay quién escribe sin saber por qué y no puede evitarlo. Quienes nos dedicamos a esto, sabemos que hemos pasado por cada una de estas identidades, que hemos probado cada espécimen del mostrador. Pero dejemos estos últimos casos para otro día. Sentirse bien y escribirlo, de eso hablamos.
Me vienen a la mente algunos de los cuentos de Clarice Lispector publicados en la antología de Alfaguara. Desentendida de la tensión dramática o la supuesta responsabilidad de contar una historia, Lispector se detiene más de lo habitual para describir, por ejemplo, la sensación de estar tirada en la cama, echando flojera, en el espacio intermedio entre la vigilia y el sueño: el peso del cuerpo, la delicia al deslizar los pies en la sábana, el bienestar puramente físico, orgánico. Sentirnos vivos de la manera más básica.
Pienso, también, en "Aprendizaje o el Libro de los Placeres", una novela delicada en la cual la protagonista de Lispector va recorriendo cada uno de los sentidos en un afán de empezar de cero: del día de la creación hacia el disfrute de la vida y el mundo. Aprender de nuevo a tocar, a oler, a ver.Darnos el permiso de detenernos ante un estímulo. A eso invita el texto de Lispector.
Hace años vi una adaptación de esa novela en el teatro. Se trataba de un monólogo escrito y dirigido por Yolanda Falcón y actuado por Rosa María Rojas. Una belleza que la extinta Compañía Escénica Luba llevó a cabo con recursos mínimos en la casona de la calle Tapia donde tenía su sede. Después de presenciar aquello, que seguramente entendió a medias, Marijose, que entonces tenía 5 o 6 años, dijo una de sus frases memorables: "siempre sí me gusta el teatro".
El olor del pasto recién cortado que nos recuerda la infancia y es necesario dejar para después, o para nunca, ya que la luz del semáforo ha cambiado.Diez minutos de ese olor. Como personajes proustianos, buscar en nuestra memoria sensitiva hasta dar con el recuerdo. Borrar por unos segundos la cita urgentísima que nos impide disfrutar el instante, la vida, esa sustancia olvidada.
El caso es que, por algún motivo inexplicable, decidí dar unos segundos al minicuento de Monterroso antes de borrar el mail. Entonces recordé la bitácora de mi amigo, los textos de Lispector, y caí en la cuenta de que hacía mucho que no daba un paseo por las calles después de la lluvia (el maldito automóvil). Enseguida cedí a la cursilería de ponerme a escuchar el "Wonderful World", de Louis Armstrong.
No es lo de siempre, estamos de acuerdo, pero es bueno que suceda de vez en cuando.