martes, septiembre 20

Traducción del enredo que sólo atina a enredar más o peor

Resulta que esa otra mujer no soy yo, sino la que escribe. Sabrás que tiene su propia vida allá, en alguna parte que no es el mundo de la realidad real, un mundo que se inventa y se construye ante el teclado: realidad de símbolos no menos real, aunque diferente (cualquier cosa que signifique todo lo anterior). Esa mujer, decía yo, suele despertar como una bomba en lunes. Le encantan los inicios de semana. Sabe que su cabeza es una nave y que el viaje da inicio justo alrededor de las 8: el viaje de la semana, un trayecto a escribir.
Pero ayer despertó frita, con la nave descompuesta y sin combustible. Sucede que tiene una vida noctámbula singular. Regularmente inicia esa vida frente a la pantalla, pero a veces se traslada al sueño sin darse cuenta y sigue y sigue y no para nunca. De ahí que no descanse: al saltar la frontera del sueño no se da cuenta, la pobre. Y trabaja en otra parte, en vez de descansar en la cama. Yo le digo como decía mi abuela: "no confundas las cosas". (También le digo lo siguiente: “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”.) Pero la mujer en cuestión es taimada y finge no escuchar ni entender nada.
Ahora mismo, instigada por una revista de psicoanálisis y las palabras seductoras de su grupo de estudio, anda chiflada con Dante. Como si tuviera tiempo de sobra o para aventar hacia arriba, la muy bruta. “¿Y luego por qué pasa lo que pasa?” Eso también lo decía mi abuela (que no la de ella).
Explíquese a partir de todo esto el cansancio, el rechinar de goznes de la nave, el horroroso vacío del tanque del combustible.
En todo caso eso fue ayer.
Hoy andamos en otra.
Cada día su angustia, su mujer, su nave.
¿Me explico?