sábado, mayo 13

La esperanza


I. No esperar nada


En ocasiones la vida se desdobla. Los sucesos se abren unos en otros y de pronto advertimos su riqueza, su profundidad orgánica. Lo mismo pasa con las manifestaciones artísticas y, sobre todo, con los libros.
Sucede que al estar leyendo "La Pasión Según G. H." (1964), de Clarece Lispector, encontré el punto de arranque de "Lo Anterior" (2004), de Cristina Rivera Garza. Últimamente me ocurre eso: sin ser detective, encuentro detalles que ni siquiera andaba buscando.
En "Experimentos con Uno Mismo" (2003), el pensador Peter Sloterdijk asegura que fue en el Siglo 20 cuando el humano, por decirlo de alguna manera, se convirtió en adulto. Liberado de la autoridad divina, no sólo se hizo cargo de sus decisiones y su destino, sino que empezó a experimentar con su vida. El texto de Lispector es prueba de ello.
Para empezar, se trata de una novela sin anécdota. En el primer capítulo, una mujer entra al cuarto de servicio, dispuesta a limpiarlo, y se topa con una cucaracha. Fin de la historia. Sin embargo, es ahí donde comienza la aventura: un singular encuentro de la mujer con su existencia.
Influida por "La Metamorfosis" ("La Transformación") de Kafka, escrita entre 1913 y 1919, y por el pensamiento de Jean Paul Sartre, Lispector lucha con el lenguaje en su intento de decir la experiencia de existir.
Para lograrlo, considera necesario quitarse de encima la construcción cultural, avanzar a través de las capas de la cucaracha (la historia, las creencias...) hasta llegar a la materia blanca, lechosa, del interior. Al comérsela, G. H. comulga con su sustancia ancestral. El "regreso" de la vida sucede al derrumbarse toda una civilización de ideas. Entonces G. H. accede a la experiencia de "ser", a secas.
En "Lo anterior", Rivera Garza se aventura un poco más. Para ir más hondo, elige un solo tema: el amor. En su historia tampoco se cuenta una historia, sino que se derrumba la historia de amor que hemos heredado de las cortes provenzales del Siglo 12.
En este caso no hay cortejo ni conquista, sólo dos seres a secas, encontrándose. Y cuando logran quitarse de encima todas las ideas sobre el amor, sucede el génesis: empiezan a nombrar el mundo.
"Qué lindo todo eso", me dijo un amigo en su momento, cuando discutíamos la propuesta de Rivera Garza y ninguno de los dos sabía del antecedente de Lispector, "pero a mí me sigue gustando lo que queda del amor cortés: enfrentarnos en esa lucha vida-muerte, conquistar, tomar posesión".
Por mi parte, lo que me hace dudar es el asunto de la esperanza. Para existir a secas es necesario olvidarnos de la trascendencia y sus anhelos, dice Lispector y de alguna manera lo reafirma Rivera Garza.
¿Y dónde queda el deseo, esa enorme fuerza que nos arrastra a actuar, a crear?, ¿cómo puede una meterse a la tarea de construir el mundo sin echar mano de la esperanza?

II. Esperar lo máximo

Como buen nietzscheano, Sloterdijk le apuesta a la esperanza. Para él, es imposible deshacernos de las ideas de toda una civilización. La modernidad es como una escalera eléctrica de la que nadie puede bajarse, aun sabiendo que nos dirigimos a la destrucción.
Los humanos del Siglo 21, dice, vivimos en una constante postergación de la catástrofe. Hay una especie de "mientras tanto" en el espacio que se abre entre el ahora y el fin de todo. Y nos aferramos a ese trozo de esperanza.
Alguna vez comenté aquí una anécdota que me encanta. "Dicen que se va a acabar el mundo", comentó una conocida a su esposo, quien es músico. "¿Tú crees que alcance a sacar mi disco?", respondió él, fingiendo preocupación. He ahí nuestra filosofía de vida; nada despreciable, por cierto.
El jueves 4 de mayo se presentó en el Museo Metropolitano "El Efecto" (Conarte, 2006), segundo libro de poemas de Gabriela Cantú Westendarp, becaria del Centro de Escritores.
Desde mi lugar al fondo del salón, advertí que en la mesa participaban tres representantes de una generación de escritores que está en sus inicios. Además de Gaby, estaban Óscar David López, poeta y narrador, y Pablo García, ensayista y ex editor de Armas y Letras.
Observé entre el público la presencia de Minerva y José Javier Villarreal. A su lado, Silvia Mijares y Miguel Covarrubias, actual coordinador del Centro de Escritores, atestiguaban también el evento. Tres generaciones se unieron esa noche en torno a la aparición de un libro.
Recordé las palabras de una amiga psicoanalista, quien fue alumna del maestro Covarrubias en la prepa: "Me sorprendía la fuerza de su deseo: ¿cómo podía sostenerse escribiendo, publicando revistas, editando libros, en medio de la soledad, de las condiciones adversas?".
Pensé, también, en la seriedad y el compromiso con la literatura de los tres participantes de la mesa. ¿Por qué se empeñan tanto en este arranque de sus carreras?, ¿cómo fue que eligieron un oficio tan ingrato?, ¿de dónde sacan la firmeza, aun sabiendo que no hay garantías de nada?
Sloterdijk tiene razón, es necesario aferrarse al "mientras tanto". Acaso el anhelo de sacar lo mejor de uno mismo sea la mejor manera de experimentar la existencia, aun con la civilización a cuestas.
Publicado en la columna Literespacio del periódico El Norte. Monterrey, México.