sábado, junio 10

Columna


Literespacio / Dietas, debates y Patricia Mercado
Dulce María González
El Norte

En esta época de efervescencia política, me llaman la atención los extremos. Tengo amigos escritores que, dejándose llevar por la pasión, abandonaron lo suyo para echarse un clavado en las aguas del compromiso político y/o la neurosis preelectoral.


Otros se ocupan de mantener armónicas sus vidas privadas en medio de tanto escándalo. Si los humanos de la Edad Media buscaban la paz en la tranquilidad de los monasterios, a través de la oración, nosotros buscamos nuestro centro haciendo una dieta de vegetales crudos, levantándonos a correr por las mañanas, meditando para aquietar la mente, el espíritu, el corazón.


A los hombres del Siglo 20, dice Sloterdijk, no les quedaba otra que vivir en medio de una explosión. Y después de esa pesadez ideológica, social, política, el hombre del Siglo 21 es un ser "en cuyos ojos se reflejan 3 mil años de civilización desde el ángulo de su propio cansancio, de su propia depresión, de sus propias tendencias a replegarse". De ahí el anhelo de ligereza, de descanso.


La vieja Teoría Crítica (léase Vieja Izquierda) ve el mundo capitalista sumido en una permanente decadencia. Incluso quedan algunos que aún creen en soluciones mesiánicas. Por su parte, la derecha se ve a sí misma con una especie de fervor religioso, en el cual el bien está del lado de la tradición, de la continuidad, de lo envejecido, de los zombies. La mayoría, y esto es una lástima, se deja llevar por el desencanto, la indiferencia, la apatía.


El asunto, dice Sloterdijk, es de perspectiva. Dado que se nos enseñó a pensar desde el final, o en un final diferido, es fácil caer en el desconsuelo. No estamos acostumbrados a pensar en los momentos iniciales, en los amaneceres, en las iniciativas. Se nos dificulta ver el mundo "como partiendo de los ojos de un niño al que de entrada se le ha prometido todo". Es por eso que en los debates de los candidatos sólo podemos advertir los extremos: es lo que nuestros ojos están habituados a ver.


En lo personal, me parece interesante el acto mismo del debate; considero que es uno de los signos de nuestra recién nacida democracia. No porque ahí se expongan las propuestas o las ideas fundamentales de los candidatos, ya que es obvio que se trata, en primer lugar, de dirigirse a una masa que espera otra cosa.


Tampoco me apasiona analizar los movimientos estratégicos de cada uno: la administración que hacen de los ataques, las defensas o los intentos de persuadir, de acuerdo al tiempo y la secuencia de turnos. Me interesa porque nos da oportunidad de conocer a los candidatos un poco más, de verlos en pleno ejercicio del diálogo.


Y si atendemos al asunto de los inicios, de las iniciativas, la participación en estos actos de una mujer radical y valiente, convencida de sus ideas, segura de su papel; una mujer que se atreve a declarar su pertenencia a una "izquierda de valores", es ya una esperanza de que los amaneceres son posibles.


Los grandes cambios no pueden llevarse a cabo sin trastocar los viejos órdenes, sin subvertirlos. En este sentido, la participación de Patricia Mercado me parece subversiva, lo cual la convierte en agente de cambio, independientemente de sus expectativas o posibilidades dentro del proceso electoral.


Para empezar, habla de lo que, en el antiguo orden, no estaba permitido: los derechos de los homosexuales, la injusta situación laboral y social de las mujeres, la necesidad de libertad sindical y de participación política de los ciudadanos en las instituciones desde su singularidad.


De esta manera, da presencia a las minorías de las que nadie se ocupa e importancia a temas que, por falta de madurez política y/o por estrategia electoral nadie se permite debatir.


"¿Quién dijo que todo está perdido?", dice una canción que quizá deberíamos escuchar en estos días agitados, mientras degustamos nuestra dieta cruda o hacemos ejercicio en la caminadora. Así sea.

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