sábado, agosto 19

Pequeños seres humanos

Literespacio / Pequeños seres humanos
Por Dulce María González
El Norte
La vida secreta de las palabras

El jueves pasado llegué a la taquilla sin una idea en especial, dispuesta a ver lo que hubiera. En la Ciudad se realiza el Festival Internacional de Cine y no había tenido oportunidad ni de asomarme.
Me encontré con que ese día se proyectaba en esa sala el largometraje "El cielo dividido", de Julián Hernández, que estaba en competencia y, por lo que había podido enterarme, había causado gran expectativa. La otra opción era "La vida secreta de las palabras", de la catalana Isabel Coixet, y con producción de Agustín y Pedro Almodóvar. Me decidí por la segunda.
En primer lugar, porque se trataba de una directora de quien había escuchado comentarios interesantes y no había tenido oportunidad de ver su trabajo. Además, la cinta está protagonizada por Sarah Polley y Tim Robbins, quien nació el mismo año que yo y cuyo trabajo como director, actor y escritor me encanta.
Por último, el título alude a las palabras, lo cual resulta muy atractivo para una escritora fetichista como yo.
El caso es que "La vida secreta de las palabras" resultó ser toda una experiencia. La historia es sencilla: una mujer es llevada a una plataforma petrolera para que cuide de un trabajador accidentado que ha perdido temporalmente la vista.
El accidente ha provocado que esa plataforma situada a mitad del océano sea habitada por unos cuantos. El cocinero, el mozo, dos o tres trabajadores, un oceanógrafo, dos pequeñas plantas sembradas en latas de metal, una oca. Todos los personajes se han alejado del mundo por algún motivo de peso y permanecen aislados en ese pequeño espacio, golpeado por 25 millones de olas.
En medio de aquella atmósfera de soledad, de desamparo, las vidas de esos solitarios se van comprendiendo a partir de gestos mínimos, detalles que en otras circunstancias hubieran pasado desapercibidos.
La sensación sobrecogedora de que el mundo es demasiado vasto para el ser humano, lograda a partir de tomas abiertas de la pequeña plataforma bajo la tormenta, solitaria en la inmensidad del mar, me recordó cintas como "Metrópolis", donde los pequeños humanos semejan hormigas al subir una escalinata de dimensiones titánicas.
O aquellas películas de ciencia ficción como "2001 Odisea del Espacio", de Kubrick, cuando la pequeña nave espacial es apenas un insecto en la esquina de la pantalla, ocupada en su totalidad por la extensión insondable del universo, al tiempo que escuchamos música de Stravinsky.
Es en esa atmósfera de abandono, y una vez que se ha dimensionado el verdadero tamaño del hombre, donde las palabras hacen su aparición. Tanto la historia del hombre accidentado, como de la mujer que lo atiende, aparecen detrás de las palabras que pronuncian de pronto, a partir de un gran esfuerzo y de una situación de intimidad inevitable.
El texto es manejado de manera muy inteligente por parte de Coixet, quien logra mantener la historia en la frontera, de manera que la cinta jamás cae en el melodrama o la manipulación.
No es que las palabras logren curar las heridas o aminorar el dolor de un alma atormentada, es simplemente que se convierten en un puente, un lazo capaz de conectarnos con otro ser humano y compartir lo incompartible, lo que no se dice al decir, y que el otro, no obstante, es capaz de comprender.
El caso es que, desde que leí hace un par de años "Velódromo de Invierno", de Juana Salabert, no me daban un golpe tan fuerte y tan certero. Con este tipo de obras una recuerda dónde está parada. Y de pronto una ve el propio camino ahí, hermoso y terrible, y una toma conciencia de que es necesario caminarlo.
Caminar nuestro camino. Porque a veces, esa obsesión por las metas no nos permite ver ni qué piedra estamos pisando, mucho menos nos deja advertir el paisaje o de qué color amaneció el cielo.
Y mientras, aquí ha terminado el Festival de Teatro y transcurre el de Cine, mientras a Monterrey viene tanta gente, tantas obras y películas a recordarnos la complejidad de lo que ocurre en el mundo y en nuestra existencia personal, el país entero se debate entre el negro y el blanco, dependiendo del punto de vista de cada quien y a partir de un fanatismo en el que los extremos se vuelven idénticos.
En medio de la locura y el desorden acaso sea bueno para nuestras almas distanciarnos un poco, acudiendo al cine o al teatro.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola! Cómo has estado? Muchas sorpresas en este tu "nuevo" blog, mi visita una de ellas, creo.
Me da gusto leerte y sentir que estás bien.
Al encontrarme con "No es que las palabras logren curar las heridas o aminorar el dolor de un alma atormentada, es simplemente que se convierten en un puente, un lazo capaz de conectarnos con otro ser humano y compartir lo incompartible, lo que no se dice al decir, y que el otro, no obstante, es capaz de comprender" pensé para mí que difícilmente encontrarás mejores palabras para definir de una manera simple y directa tu relación con las letras.
Te sigo leyendo, espero no te incomode mi visita por acá. De ser así, recurriré al sigilo.

guilles

Dulce M González dijo...
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
Dulce M González dijo...

Hola, Guille,
gracias por la lectura y el comentario,
abrazo,