sábado, diciembre 23

La Navidad, la cultura y los simios

Literespacio / La Navidad, la cultura y los simios
Por Dulce María González
El Norte

Hace meses leí una nota que me encantó. Hablaba de un experimento con simios y con niños de 3 años.

Dentro de una caja los investigadores colocaron un premio, no recuerdo si era un dulce o una fruta. Realizaron una serie de pasos (golpear la caja con un bastón, rodearla con las manos) después de lo cual la abrieron y tomaron el premio.

En esta primera etapa del experimento, tanto los niños como los simios aprendieron a realizar cada uno de los pasos con el fin de obtener la fruta.

Lo interesante viene cuando repiten lo mismo, pero esta vez utilizando cajas transparentes. En esta ocasión, mientras los niños continuaron realizando los pasos previos, los simios fueron directamente hacia el objetivo: olvidándose de lo demás, abrieron la caja y tomaron el premio.

La conclusión fue la esperada: se dedujo que los simios desarrollan su inteligencia de manera más rápida en una primera etapa de la vida. Se explicó que enseguida llegan a un tope, mientras la inteligencia de los humanos continúa avanzando. Algo así.

Tomando en cuenta que en este momento de nuestra civilización se priorizan el pragmatismo y los resultados inmediatos de nuestras acciones, la conclusión de los científicos es correcta. Sin embargo, tenemos la posibilidad de realizar otras lecturas.

Por mi parte, lo que me encantó del experimento fue el hecho de que los niños continuaran realizando los pasos precedentes, lo cual convierte el experimento en metáfora de lo humano.

Si los humanos fuéramos directamente al objetivo, sencillamente no habría cultura, ni arte, y quizá no hubiéramos desarrollado nuestra creatividad y nuestra imaginación. El mundo humano, el que hemos construido a nuestra medida, no existiría y tal vez nuestra vida no tendría sentido.

Desde mi punto de vista, el desvío que realizó el niño es lo humano. Los humanos nos desviamos del objetivo y es ahí donde encontramos el sabor de existir.

Sin desvío no sería necesario prepararnos para la cena navideña con manteles blancos y flores de nochebuena en la mesa, tampoco serían importantes los platos y los cubiertos. Iríamos directamente sobre los alimentos con el fin de saciar el hambre en un día como cualquiera.

Nuestros desvíos hablan de nuestros sueños, de nuestras ilusiones, de aquello que somos capaces de crear cuando nos olvidamos del objetivo o nos demoramos a propósito en llegar a él. El desvío despierta nuestro deseo, carga de sentido nuestras acciones y proporciona un valor mucho más humano al objetivo.

Esto nos lleva a dos reflexiones interesantes. La primera se refiere al Fórum de las Culturas. Es claro que al emitir nuestra opinión confundimos la preocupación por el presupuesto o por asuntos de política local con la importancia del evento.

"¿A quién le interesa la cultura?", dicen los regiomontanos. He escuchado la frase en la radio, en reuniones, por todos lados. La frase misma es una contradicción, puesto que invariablemente se dice en el momento preciso de "hacer" cultura, de estar inmersos en la cultura.

¿Qué a quién le interesa lo humano? Supongo que a todos, puesto que es lo nuestro, puesto que somos nosotros los implicados.

La segunda reflexión se desprende de la anterior: ¿cómo es posible que, siendo humanos, no nos interesen las humanidades, que siendo creadores no nos interese la creación, el arte?

Admiramos al simio, decimos que es más inteligente. No somos capaces de ver que el niño del experimento somos nosotros, que representa nuestra manera de vivir, la que nos hemos creado a través de los siglos.

Afortunadamente, nos dejamos llevar por la inercia del desvío, por la urgente necesidad de aquello que en nuestras conversaciones negamos. De otra manera no nos detendríamos para celebrar los días de fiesta, para inventarnos rituales que den sentido al trabajo, a la consecución de los objetivos.

Contrario a lo que decimos sin pensar, los humanos vivimos agobiados por el pragmatismo, en espera de un desvío que nos dé oportunidad de mostrar nuestros afectos, reunirnos con la gente que amamos para, juntos, realizar acciones que no sirven para nada, que no son útiles, pero son capaces de cargarnos las muy humanas pilas.

El verdadero valor, el que vivimos más allá de los prejuicios que repetimos en las reuniones, consiste en desviarnos todo lo que sea necesario: humanizarnos. Como un niño que, deseante, demora el momento de conseguir lo que anhela y entretanto disfruta, inventa, sueña.

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