martes, julio 3

Universos en desaparición


Si alguien asegura que las tormentas que azotaron la ciudad la semana pasada son un castigo de Dios, muy probablemente lo dice en serio. Si otro argumenta razones científicas y se pone a explicar el fenómeno desde la meteorología, seguramente también lo dice en serio. Los humanos interpretamos el mundo desde nuestros particulares códigos de significación.

Cada persona es un universo de imágenes, fantasías, razones, en el momento mismo de voltear a ver la lluvia o una flor. En su mayor parte, ese universo se pierde con la muerte. Como si se borrara un valiosísimo disco duro. El registro de cada vida en particular: fotografías, cartas, diarios, libros, anécdotas, no significa gran cosa al lado de las experiencias reales, los recuerdos, las sensaciones grabadas en la memoria.

En “El tiempo que queda” (Le temps qui reste, 2005), de François Ozon (segunda cinta de su trilogía sobre la muerte), el protagonista toma fotografías de todo lo que ve durante sus últimos días de vida. No podrá llevar esas fotos a ninguna parte ni desea dejárselas a nadie, las toma porque es lo que le gusta hacer. Una fidelidad a su vida (se trata de un fotógrafo) hasta el último momento.

Como nos tiene acostumbrados, Ozon dice mucho más con imágenes que con palabras. La suya es una escritura sutil, planeada, de secuencias muy plásticas y cargadas de significación. La incomunicación de la familia, lo efímero de los sentimientos reales y las relaciones, el incesto, todos estos temas recurrentes en él son presentados por medio de una historia donde se ve la vida de frente. La secuencia final es bellísima: la aceptación de los ciclos de vida, la belleza de la desaparición.


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PD: La gente suele reírse de quienes creen en fantasmas, en muertos que regresan y ese tipo de fenómenos. Basta echar una revisadita a las teorías sobre el tiempo, las dimensiones del universo, etcétera para que esa risa tan racional se congele. En todo caso, la vida en otra dimensión, o de otra manera (sin el peso del cuerpo, el hambre, el fastidio, los olores, el deseo), no resulta una idea tan atractiva.

De todos modos, está el hecho de que los humanos somos demasiado soberbios, creemos que nuestros aparatos de percepción (los 5 sentidos y sus extensiones tecnológicas) lo registran todo, pensamos que la realidad es, de verdad y sin lugar a dudas, como la ven nuestros pobres ojos. En fin. El caso es que todo desaparece y en este hecho inevitable hay una belleza extraña, sublime y a la vez aterrorizante.



(Es obvio: se acerca el día de mi cumpleaños)