martes, septiembre 4

Tres, dos, uno: la frase

Me encantaría creer que escribimos "para que la muerte no tenga la última palabra" y no por necesidad, pasión, culpa, obsesión, esperanza, desesperanza, necedad.

Me encantaría creer que el sol no se va a apagar, que la especie humana es eterna, que vamos a estar aquí siempre y con nosotros nuestros libros, nuestros amores y odios, nuestros recuerdos y experiencias. Me encantaría creer que el mundo no nos pedirá cuentas, que los árboles permanecerán, y los peces, y el agua, y los animales grandes y pequeños a los que hacemos sufrir.

Me pregunto lo siguiente: ¿cómo hacen los que no escriben, cómo cierran, inscriben, nombran, asimilan la miseria, la esperanza, el temor humano, el rencor, el dolor de los animales?, ¿qué haría yo misma si no escribiera?, ¿tomaría fotos?, ¿cocinaría tamales?, ¿tendría paz?

El domingo fui con Walton al campo y había carretera, lluvia, árboles. Hablábamos de suicidarnos románticamente durante una tarde lluviosa en Praga. ¿Por qué no tirarse a los rieles del metro, al río seco, a un pozo de Doctor González? No, no, en Praga. Una muerte como una catedral como una montaña como una obra de arte. (¿No es siempre así?)

Escribir es una buena opción en tanto se acaba el mundo.