miércoles, octubre 24

Dunder Mifflin

¿Cómo será ese mundo?, me pregunto, y descubro que escribí una novela completa imaginándolo (imaginándote). Una no debe escribir de lo que no conoce, dicen. Y sin embargo te conozco. ¿Será? Tantos años, tantas palabras enviadas al destinatario que lleva tu nombre.

Esperar una reacción, un reclamo. Dices bien. Esperar algo que nos salve de esa selva de papeles, escritorios, telefonazos. Entonces la oficina adquiere alma o, mejor dicho, corazón. Nunca he trabajado en una oficina, pero me encanta que la tuya haya adquirido un corazón. Ya sé, soy cursi.

El otoño nos vulnera, dices, nos convierte en niños. El otoño con su aire enrarecido justo al salir del trabajo. El otoño con su viento norte justo al norte de la mañana. El otoño con su espera y sus promesas. El otoño con su cielo nublado, con sus hojas cayendo como cartas a mitad de los pendientes del día.

Aquí estoy, en tu pantalla. Como siempre. Ni más acá ni más allá y sin embargo.