sábado, marzo 15

Esta historia


LITERESPACIO / Esta Historia
Dulce María González
EL NORTE
15 Mar. 08

Si no fuera por las máquinas, nuestra especie, que nunca fue más rápida que los caballos ni posee alas, jamás habría tenido las actuales posibilidades de desplazamiento.

Nuestro cuerpo se eleva, colocándose a muchos metros sobre el piso cuando tomamos un elevador; se desliza a tremenda velocidad cuando viajamos por la carretera o en avión. Paradójicamente, nunca como en esta época habían existido humanos que pudieran hacer toda una vida afectiva, laboral y social sin salir de su cuarto.

Resulta difícil imaginar el mundo anterior a todo esto. El de los buzones y las cartas de papel, los desplazamientos a pie o a caballo, el de los humanos que permanecían en su lugar de origen hasta la muerte.

En "Esta Historia" (Anagrama, 2005), Alessandro Baricco narra la época de transformaciones de la primera mitad del siglo 20. Un granjero italiano vende sus vacas y abre un taller mecánico en un momento en que difícilmente se ve pasar un automóvil por la carretera.

A partir de ahí, se cuenta la historia del hijo, a través de cuyos ojos vemos los primeros automóviles del mundo, las primeras motocicletas, los primeros aviones, las primeras películas, el derramamiento de sangre de las guerras que acompañó a dichos inventos. Curiosamente, el personaje se llama Último.

La novela es un deslumbrante despliegue de técnica. Los diferentes narradores cuentan historias que les incumben de cerca, a través de las cuales nos enteramos de soslayo, casi por casualidad, de la historia de Último.

El padre de un compañero de guerra del protagonista intenta lavar la memoria de su hijo, fusilado por traición; una rusa burguesa que huyó de la Revolución Bolchevique habla de la estancia en América de Último a través de su diario. Y cuando nos topamos con un narrador tradicional, éste parece también interesado en contar otra cosa.

Además de los diferentes ángulos desde los que vemos actuar a Último en segundo plano, encontramos en "Esta Historia" una variedad de registros: un diario, un libro de memorias, el discurso fragmentado y repetitivo de un discapacitado.

Todo ello provoca que el lector vaya descubriendo, en los pequeños detalles y los diferentes puntos de vista, las novedades de un mundo del pasado que de pronto pareciera nuevo, asombroso o perturbador.

Es entonces cuando caemos en la cuenta de las máquinas que nos rodean, de la velocidad a la que nos desplazamos, de la manera en que nos comunicamos a distancia y de los horrores de la guerra, que deja de ser un espectáculo ficticio en la pantalla de la televisión.

Lo anterior, en medio de una gran tensión dramática que nos provoca leer sin descanso en espera de que alguien, por azar, nos dé noticias del protagonista. Una estrategia brillante que nos coloca ante una serie de documentos circunstanciales o testigos que tienen sus propios problemas y a quienes no les interesa gran cosa decirnos aquello que, ansiosamente, deseamos saber.

A diferencia de novelas de la primera mitad del siglo 20 como "Manhattan Transfer", de John Dos Passos, "La Colmena", de Camilo José Cela o "La Región Más Transparente", de Carlos Fuentes, en las que un narrador cuenta múltiples historias personales que, juntas, van dando cuerpo a un personaje colectivo llamado Nueva York, Madrid o Ciudad de México, "Esta Historia" cuenta múltiples anécdotas que, juntas, van profundizando en el alma de un solo ser humano, un destino individual que, sin embargo, representa a la multitud.

En la novela de Baricco hay ríos de gente observando una carrera de autos, mares de soldados caminando sin rumbo después de la derrota. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede con las novelas de Dos Passos, Cela o Fuentes, el lector de Baricco anda siempre intentando localizar a uno entre la muchedumbre.

Después de que la narrativa reaccionó a las novelas de análisis psicológico de, por ejemplo, Stefan Zweig, Dostoievsky o Stendhal, y gracias a ello aparecieron las objetuales al estilo Robbe-Grillet o Duras, las multitudinarias de Fuentes y Cela, las fantásticas de García Márquez o Calvino, o las intelectuales tipo Borges o Pitol, pareciera que la literatura contemporánea ha retomado el tratamiento poético del lenguaje y el viejo detalle de la subjetividad.

Era de esperarse este nuevo viraje de autores que, como Baricco, Murakami, Auster, Wei Hui o Coetzee, nos acercan de nuevo al alma individual y al destino de quienes, alejados del protagonismo, experimentan en carne propia los cambios históricos, incapaces de escapar a su atmósfera inmóvil, veloz o sanguinaria.

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