sábado, marzo 29

Viajes



LITERESPACIO / Viajes
Dulce María González
EL NORTE
29 Mar. 08

Siempre me ha llamado la atención el espacio de las vacaciones. Una grieta se abre en la rutina y enseguida caemos a una tierra extraña. El tiempo se dilata, provocando que los objetos cambien y nuestros espacios muestren detalles inadvertidos.

Los espacios fuera de la rutina son comunes en la literatura y el arte, quizá porque es en ellos donde el humano se enfrenta a su soledad, a su fragilidad, a sus deseos y temores.

Un viaje revelador o una noche de espanto. "El Cielo Protector" de Paul Bowles y el de Bernardo Bertolucci, el "Divorcio en Buda" de Sándor Márai, "La Noche y los Viajeros de la Noche" de Banana Yoshimoto.

En un afán de andar en armonía con los espacios fuera del mundo, estas vacaciones leí un pequeño libro, mezcla de novela corta y relato de viaje, de Michel Houellebecq y vi una película de Andrei Tarkovski que tenía pendiente.

Un viaje a la desolación, el primero, y una noche absolutamente desolada, la segunda. Ambos muy de acuerdo con la atmósfera de la Semana Santa, para quienes aún la viven como el recordatorio de una muerte cósmica, aterradora, fenomenal.

"Sacrificio" (1986), de Tarkovski, es una película difícil de abordar. El mismo realizador se quejaba de que vieran en ella una serie de símbolos a descifrar. Deseaba que el espectador la experimentara, en lugar de interpretarla; o que la contemplara como si fuera un paisaje.

Curiosamente, es posible abordarla desde los tres ángulos: como un poema, como un paisaje de belleza increíble y, dado su barroquismo cargado de simbología religiosa, como un retablo en movimiento que se abre a múltiples interpretaciones.

La experiencia personal e íntima de un hombre que se enfrenta al fin del mundo (por motivos de una guerra nuclear) durante el transcurso de una noche. El terror. El encuentro con una mujer llamada María. El sacrificio como regalo de salvación.

Desde mi punto de vista, todo en "Sacrificio" sugiere, no una nueva lectura de la simbología cristiana, sino una profundamente interior. No se resignifica, sino que se significa desde la historia personal, que nos recuerda que toda vida humana es inmensa, profunda, cósmica.

Si agregamos que Tarkovski murió de cáncer unos meses después de terminarlo, el filme adquiere una dimensión especial. El sacrificio se convierte en algo trascendente, un regalo en la frontera que la misma película muestra al situarse entre lo finito y lo infinito, lo que es y, al mismo tiempo, está a punto de sumirse en algo más grande e incomprensible.

Uno de los elementos más impactantes del filme de Tarkovski es, precisamente, el manejo del espacio. La casa donde vive la familia está situada en un amplísimo espacio vacío. Dentro de ella, los límites entre las diferentes estancias son imprecisos, ya que cambian mínimamente de un ángulo a otro, lo cual provoca que los objetos se muestren extraños, como si de pronto dejaran entrever algo más.

Todo en "Sacrificio" nos lleva a la experiencia en el límite, en la intersección: las tomas larguísimas, el enrarecido manejo del tiempo, las citas bíblicas.

Inmediatamente después de ver la película, leí "Lanzarote" (2000), de Michel Houellebecq, un relato situado en la frontera del milenio, y de nuevo llamó mi atención el asunto del espacio y el tiempo.

El narrador de la historia de Houellebecq viaja hacia Lanzarote, en las Canarias, en un espacio de frontera temporal (el año 2000), y se encuentra con un panorama desolado.

La isla, devastada por la actividad volcánica de 300 años atrás, ofrece un horizonte vacío, un espacio dominado por piedras y guijarros, formaciones caprichosas de montañas y valles en donde no crece una sola planta ni se observa forma alguna de vida.

Contrario a la película de Tarkovski, en el relato de Houellebecq hay una enorme distancia entre el espacio desolado y el alma del observador. A través de un discurso irónico, en ocasiones sarcástico, el narrador se asoma al abismo con desinterés y sin esperanza.

Este tipo de narración desapegada nos lleva a pensar en la objetividad de un ente que es pura mirada, puro instrumento de registro. Es decir, una cámara. Con el detalle de que las tomas nunca son subjetivas. Como si se oprimiera el obturador sin ninguna intención reflexiva o de interpretación.

En "Lanzarote", lejos de abrazar la simbología cristiana en pos de la salvación, el personaje que se encuentra en el límite de la desolación (un compañero de viaje del narrador), abraza la fe de los raelistas ("azraelianos" en el relato), una secta de origen norteamericano que apoya la clonación de seres humanos y cuyos seguidores creen que la humanidad desciende de extraterrestres.

En lugar de quemar su casa (con todo lo que ello implica), como sucede en "Sacrificio", el personaje de Houellebecq la vende y dona ese dinero a la secta. Y en vez de salvar al mundo, va a parar a la cárcel acusado de pederastia, práctica común entre los raelistas.

En ambos casos, el espacio inmenso, inabarcable, sobrecogedor, nos enfrenta al vacío de la muerte. El lugar sin lugar, el espacio sin límites. Paradójicamente, la experiencia nos remite a la vida. Limitada y finita. Espaciada. Irrepetible.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Perdón por la descontextualización y a propósito de tu anterior escrito Narcisismo y Producción el 13 de enero, Milenio todavía le echa la culpa a Rod Stewart. Si Stewart no recuerda haber venido a Monterrey con anterioridad es porque de Monterrey nada se sabe ni siquiera viviendo en el D.F. menos en el extranjero.

rogerleos

Referencia: http://www.milenio.com/index.php/2008/04/02/218027/