sábado, mayo 10

El pozo, la lectura, la búsqueda

Publicado en la columna Literespacio, sección Vida, periódico El Norte de Monterrey.

¿Por qué es tan importante leer?, nos preguntamos al enterarnos de las discusiones sobre la Ley de Fomento para la Lectura y el Libro, vetada por Vicente Fox hace un par de años y recientemente aprobada por el Senado.

Más allá de lugares comunes que a nadie conmueven (decir que "la lectura abre horizontes" y ese tipo de frases huecas), o de los intereses políticos y económicos relacionados con la nueva Ley, está la sospecha de que leer nos ayuda a dar significado a las cosas: saber dónde estamos, qué queremos, para dónde vamos. Aclarar nuestro mapa.

"Usted se encuentra aquí", dice el plano del centro comercial. Y al observar la equis nos situamos. Entendemos qué camino debemos tomar para llegar al cine, al café o a la librería. La otra opción es preguntar a cualquier desconocido y arriesgarnos a que proporcione señas equivocadas.

He ahí una de las ventajas de la lectura: dibuja una enorme equis en nuestro plano personal. El banco a la derecha, el cine a la izquierda. Entonces sí, a movernos hacia alguna parte.

Hay dos novelas sobre la lectura que me encantan. En "El Pájaro que da Cuerda al Mundo", de Haruki Murakami, el protagonista sufre dos pérdidas. Primero se le desaparece su gato. Enseguida, su esposa.

Tomando en cuenta que en el centro comercial de su vida no hay planos, encontrar a su esposa (y a su gato) exige aclarar el mapa. Debe entender dónde está situado él mismo. Entonces, y sólo para empezar, se pone a recorrer los callejones traseros de su barrio.

¿Cómo es el mundo?, ¿qué pasillo toma para buscar a la esposa y el gato? Los signos han estado siempre ahí, pero él jamás se ha detenido siquiera a observarlos. Ha llegado el momento de dar sentido a las cosas. Las suyas. Es por eso que empieza a leer. El calor en el cuerpo. El brillo del sol. Los botes de basura y las paredes traseras de las casas. ¿Cómo se interpreta todo eso?

Los detectivees de las novelas no hacen otra cosa que leer signos. Son lectores modelo. Saben leer entre líneas. Decodifican. Quizá por eso al inicio de la otra novela que digo ("El Libro Negro", de Orhan Pamuk), la esposa del protagonista lee una novela de detectives. Enseguida, tal como sucede en la historia de Murakami, se esfuma.

Aun cuando en la novela de Pamuk no aparece ningún gato, estamos en lo mismo. Una joven pareja. Un personaje que no sabe o a quien no le interesa leer y, en consecuencia, anda perdido en la vida. La esposa que desaparece.

En "El Libro Negro", el joven busca pistas entre las páginas de libros raros y revistas antiguas. Es decir, anda buscando en un complejo proceso de lectura. Sabe que los signos de los libros aluden al mundo e intenta establecer las relaciones. Nos lleva a través de anécdotas, detalles, reflexiones que intentan entender la desaparición y aparición de las cosas.

Hay algo interesante: los personajes de ambas novelas se topan con un pozo y se meten dentro. La lectura los lleva a dibujar el plano de su mundo y, al encontrar la equis que indica el lugar en el que están parados, se introducen en ella.

En Pamuk, el pozo está entre los edificios de la ciudad. Al ver el cielo entre ellos, lo que ve es la boca de una noria. Ha vivido en el fondo y ni cuenta se había dado. En Murakami, se trata de una noria común y representa al cuerpo. Ese misterio. El más grande.

Cuando está en el fondo, apartado del mundo que es apenas un pequeñísimo círculo de luz allá arriba, el protagonista de Murakami descubre un pasaje que abre a otro sitio. Y sospecha que es ahí donde puede encontrar respuestas, que al mover hilos en ese otro lugar, el mundo de afuera se transformará. Muy metafórico.

Tenemos entonces que, mientras el personaje de Pamuk está metido en el pozo de la ciudad, leyendo libros para encontrar el pasaje que lo lleve a su esposa, el de Murakami está metido en una noria, leyendo su interior con el fin de encontrar lo mismo: una puerta hacia la comprensión de su deseo, de sus cosas.

Otra similitud: después de abismarse en sí mismos para realizar la lectura de sus mundos y elaborar sus mapas, ambos personajes salen a la superficie sintiendo que han experimentado la aventura más grande, aunque en la realidad, en los hechos del mundo, no hicieron nada en absoluto. ¿O sí?, ¿será que en el momento en que interpretamos (leemos) empezamos a mover los hilos de la realidad?

Acá, afuera, la gente legisla, protesta, envía mails a favor y en contra, decide o se queja de la nueva ley a partir de argumentos políticos, económicos o basados en la pertenencia a un grupo ideológico.

Más que atender al proceso y las ventajas reales de la lectura (lo que aclararía, entre otras cosas, la forma adecuada de legislar para fomentarla), la discusión pública parece centrarse en los intereses económicos de la industria editorial, que es sólo una parte del asunto. Así son las cosas cuando no nos detenemos a leer, limitándonos a actuar acá, sin mapas, en el mundo.

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