sábado, mayo 24

Sólo mentiras


Publicado en la columna Literespacio, sección Vida, periódico El Norte, de Monterrey.

Esta semana leí una novela de Juan José Millás y la lectura desembocó en una serie de reflexiones. Se desdobló, desbordó, desparramó.

Se llama "Dos Mujeres en Praga" y ganó el Premio Primavera de Novela 2002. Tomando en cuenta mi experiencia con textos que han obtenido premios importantes últimamente, no esperaba gran cosa. Pero la novela de Millás me sorprendió por su facilidad de abrirse a la imaginación.

Hablar del argumento no es fácil. Todo el mundo en el libro cuenta lo que se le pega la gana y nunca se sabe dónde está la verdad.

Los personajes inventan barbaridad y media acerca de ellos mismos y las mentiras se van enredando. El resultado es una historia bastante compleja sobre gente que se inventa historias. Paradójicamente, el autor logra contar cómo es contar, escribe algo cierto.

Luz Acaso contrata a un escritor para que narre su biografía, que inventa al vuelo. María José quiere escribir con la mano izquierda una historia real (a los lectores les interesa la realidad, asegura) y para ello se tapa el ojo derecho y se convierte en zurda. Álvaro Abril anda buscando un buen argumento de novela y viene a caer con el par de mentirosas.

Los personajes desean contar algo de ellos, igualito que nosotros. E inventan la mitad, justo como nosotros, cada vez que nos da por hablar de nuestras vidas. Acomodan los hechos o los modifican, los ven desde cierto ángulo y terminan creyendo que eso fue lo que sucedió "en realidad".

La reflexión más inmediata es muy simple: al contar nuestra vida (traducir a palabras nuestras experiencias, algo que resulta, obviamente, imposible), la inventamos. ¿Para qué la contamos, entonces? He ahí el deseo de estar con los otros y compartir. Comunicarnos.

Otra idea que se me viene a la cabeza: al no estar seguros de nada, construir historias nos ayuda a manejar la angustia. ¿Qué sería de nosotros si no viéramos el pasado como una carretera que conduce al sitio desde el que hablamos?

Pero los personajes de Millás no se conforman con poco y es justo eso lo que los hace entrañables. Desean agrandar sus vidas y para ello las aderezan con detalles absurdos o irreales. Entonces, mágicamente, empiezan a crecer plantas en el desierto de su cotidianeidad.

En la defensa que hace André Gide de Óscar Wilde ("Óscar Wilde", Fontamara, 1999) el poeta narra su encuentro en París, en 1891. Hay que recordar que en ese momento Gide era un joven escritor desconocido, mientras Wilde gozaba ya de una tremenda fama como dramaturgo y, principalmente, como excéntrico personaje de la obra teatral en que había convertido su vida.

Después de la cena, Wilde le preguntó a Gide por lo que había hecho el día anterior. El joven poeta le hizo una relación de sus actividades. "¿Y es verdad lo que dice?", preguntó Wilde al final. Gide le respondió que sí. "Entonces", cuestionó, "¿para qué decirlo?".

"Debe usted comprender que hay dos mundos", explicó Wilde, "aquél que es sin que se hable de él, y que es propiamente el mundo real, y del que no hay necesidad de hablar para verlo. El otro, es el mundo del arte: es del que debemos hablar, porque de otro modo no existiría".

Le dijo, además, que sus labios no le gustaban.

"Quiero enseñarle a mentir para que sus labios se vuelvan hermosos y torcidos como los de una máscara antigua".

Lo que yo agregaría a la anécdota de Gide en este momento lo deja claro Millás en su novela: que cada vez que abrimos la boca, inventamos; que no podemos no mentir cuando hablamos de nuestras vidas; que siempre estamos construyendo el pasado.

De haber vivido a principios del siglo 21 (cuando los hechos de la historia son tomados como lo que son: la narrativa de un punto de vista; cuando lo que sabemos del pasado es sólo que alguien cuenta o contó ciertos eventos, independientemente de su veracidad tan relativa), quizá Wilde hubiera señalado que lo contado por Gide no había sucedido así "en realidad", y a partir de ello era posible transformarlo en arte.

En el fondo, ése fue su comentario. Y es válido para cualquier época.

Volviendo a la novela de Millás y siguiendo con el mundo del siglo 21, quizá no hay mejor manera de reivindicar a la literatura como arte que desnudándola. Mostrar su imposibilidad de traducir lo intraducible, su capacidad de crear otras realidades.

Wilde hizo de la mentira y la falsedad una estética. Su empeño por contar lo que no es cierto es un antecedente de autores que, como Millás, cuestionan la veracidad de lo que decimos; su valor, digamos, documental. De lo otro están invadidas las librerías actualmente.

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