sábado, junio 7

Para espantar el sueño


Publicado en la columna Literespacio, sección Vida, periódico El Norte, de Monterrey.

Me pregunto cómo puede un hombre ponerse en el lugar de una mujer. Escribir en primera persona la historia de una vida no es fácil. Mucho menos si el personaje se parece demasiado a la madre del escritor. Mucho menos si esta joven mujer se suicidó cuando el escritor tenía apenas 12 años.

En la contraportada de "Mi Querido Mijael" (escrita en 1968 y editada por Siruela en 2005), del escritor Amos Oz, los editores afirman que la protagonista es una moderna madame Bovary israelí. Seguramente lo dicen por aquello de que la Bovary estaba encerrada en su mundo de ensueños y eso le impedía hacer contacto con la realidad.

Sin embargo, en la novela de Amos Oz (y aunque Jana, la protagonista, suele refugiarse en fantasías), lo que se narra en realidad es el vacío, el aislamiento que mantiene a una joven madre y esposa dolorosamente exiliada del mundo que la rodea.

Hijo de intelectuales que habían inmigrado desde Europa Oriental, Amos Oz nació en Israel en 1939, cuando el país era administrado por los británicos y Jerusalén, su ciudad natal, era vista como el último rincón de Europa, un refugio al que iban cayendo los judíos que salían huyendo de sus países de origen.

"Mi familia no era esa gente que bromeaba y se reía en la cubierta del Titanic, en los años 40", comenta Oz en una entrevista publicada en Letras Libres en diciembre del 2004, a propósito de la aparición de "Una Historia de Amor y Oscuridad" (2003), otra de sus novelas autobiográficas.

"Sin embargo, ellos estaban entre los arquitectos del Titanic. La música que sonaba, en parte, había sido creada por ellos. El menú, el menú cultural, había sido, en parte, preparado por ellos. Pero fueron echados a patadas a la oscuridad".

En medio de esa oscuridad empieza la historia de Jana, una estudiante de literatura hebrea que se casa con un geólogo al que conoce en la universidad.

Una profunda distancia aparece muy pronto entre ellos y el vacío de Jana empieza a crecer. Rodeada de gente, aislada en su interior, la protagonista se va desprendiendo poco a poco de la vida, al tiempo que realiza sus rutinas cotidianas con desapego.

Su discurso, escrito en tono confesional, pone ante nuestros ojos el abismo del que pende su ánimo, a partir de la descripción de los mínimos detalles hogareños y los movimientos de su alma. Todo ello echando mano de frases cortas, ausencia casi total de adjetivos y adverbios, crudeza, sequedad. Y una precisión extrema al incidir en las emociones, en los detalles.

La escritura, no obstante, es profundamente femenina. Y compasiva. Un terrible suceso por venir flota en torno a la joven pareja y al niño, casi se puede tocar. Pero ellos mismos no lo advierten. Se dejan llevar por la inercia, la cordialidad, la falta de comunicación real, la ausencia de calor humano.

¿Cómo pudo Amos Oz escribir ese dolor tan cercano?

Tres años después del suicidio que conmovió a su familia, Amos Oz se independizó y, en actitud de rebeldía, se marchó a una granja colectiva (kibbutz), "un lugar donde la gente no es complicada y la vida es simple", comenta el autor. Tenía 15 años.

Como suele pasar, tiempo después intentó comprender lo sucedido y hacer las paces. ¿Y qué mejor manera de comprender a los otros que escribiendo, intentando hablar por y desde ellos, escuchándolos?

"La literatura te introduce en la vida privada de las cosas", asegura Oz, "en sus secretos, y entonces es mucho más difícil odiar".

Jana es una mujer diligente, atenta, alguien que nunca pierde los estribos. Pero desea permanecer enferma, alejada, fantasear. Mientras tanto, y como un escenario de fondo que pasa ante sus ojos cargados de imágenes angustiosas, una guerra feroz azota a Europa; Israel se independiza de los británicos; Jerusalén se va transformando en una ciudad cosmopolita.

Al final de la lectura, con todo y las profundas introspecciones del personaje, una se pregunta lo mismo que al terminar de leer "La Campana de Cristal" de Sylvia Plath, o los poemas de Alejandra Pizarnik, o el "Orlando" de Virginia Wolf: ¿Qué fue exactamente lo que llevó a esta mujer al suicidio?

En el caso de la novela de Amos Oz, el que escribe también se lo pregunta. Tal como hacemos nosotros, intenta comprender.

"¿Cómo pudieron dos muy buenas personas, hombre y mujer que se quieren, amables, considerados, civilizados, cómo pudieron producir una tragedia como la que se dio en mi casa, en mi familia?", cuestiona el autor.

Inmediatamente después confiesa: "No tengo la respuesta".

Como todo gran creador, Amos Oz no hace otra cosa que inquietarnos al tejer una delicada red en torno al misterio, su misterio personal que esconde el gran misterio de lo humano, aun sabiendo que el centro de ese secreto permanecerá ajeno, inaccesible.

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