sábado, octubre 11

A mitad del derrumbe


Publicado en la columna Literespacio, sección Vida, periódico El Norte, de Monterrey

Uno de los detalles más significativos del reciente Encuentro Internacional de Escritores, que se llevó a cabo del 29 de septiembre al 5 de octubre, es que mientras la economía del mundo se venía abajo, en el estrecho espacio del Encuentro se hablaba del erotismo, del amor, y de la manera en que estas experiencias se traducen en literatura.

Fue impresionante entrar a esa burbuja el viernes pasado. De las 10 de la mañana a las 12 de la noche nadie pronunció una sola palabra relacionada con el desastre que tenía al mundo sumido en el pánico.

El Encuentro se había inaugurado cuatro días atrás, durante el llamado "lunes negro", y para ese momento el mundo estaba ya de cabeza. Sin embargo, tanto los escritores anfitriones como los invitados permanecían atentos a sus temas.

La atmósfera de concentración y nerviosismo a la hora de exponer el propio trabajo en la mesa, de camaradería en los recesos, de excitación y festejo durante la cena al final del día, todo ello parecía suceder al margen de la catástrofe.

Yo había llegado noqueada, pero apenas me senté a la mesa en mi papel de moderadora, olvidé las noticias económicas. Era evidente que el paréntesis no duraría tanto para ninguno de los participantes. Sin embargo, el espacio del Encuentro se había convertido, por lo pronto, en respiro, en oportunidad.

Por la noche, cuando no hubo poder alguno que nos contuviera de beber y hablar (actividades que van de la mano) y, felizmente, fumar donde nos diera la gana, pensé que, después de todo, la crisis financiera apenas comenzaba y al menos durante esos días podríamos permanecer en ese espacio entre paréntesis.

¿O será que los escritores, cierto tipo de escritores, permanecemos siempre ahí?, me pregunté.

Quizá la respuesta está en la selección de invitados, puesto que en esta ocasión no había grandes lumbreras editoriales (actúan como si anduvieran en viaje de negocios), ni altos funcionarios de instituciones culturales (llegan armados de los garabatos que escriben en sus ratos libres y se la pasan grillando).

Lo que había era escritores que escriben a pesar de lo que sea. Acostumbrados a las dificultades económicas de todos los días, al ninguneo del poderoso mundo del mercado, a las críticas de los adversarios, a las envidias propias de cualquier medio artístico y, en general, a la marginación en que se desarrolla la labor de los ahí convocados, la crisis económica parecía significar un detalle más, algo que quizá empeoraría el conjunto, pero que no tocaría el núcleo del oficio.

Cuando el mundo se cae, queda lo humano más básico. La existencia brilla en medio del derrumbe. Y a los escritores el mundo siempre se nos está cayendo. Quizá por eso a nadie se le ocurrió mencionar la crisis durante el Encuentro. Después de todo, ¿qué o quién puede arrebatarle a alguien la pasión por escribir o el placer de leer un libro?

A sus 85 años de edad, con el deterioro del cuerpo en su contra y la experiencia de vida a su favor, la poeta Dolores Castro no sólo aceptó la invitación al Encuentro, sino que asistió a las mesas, convivió, leyó sus poemas y participó en las ponencias con un texto cargado de lucidez reflexiva y sensibilidad.

Dolores Castro es una mujer incansable. Estudió Derecho y Literatura en la UNAM, Estilística e Historia del Arte en la Complutense de Madrid. Fue fundadora de Radio UNAM, consejera de revistas literarias, conductora de televisión y coordinadora de talleres literarios en toda la República.

Perteneciente a la generación de Luisa Josefina Hernández y Rosario Castellanos, ha sido maestra de literatura en varias universidades y es autora de numerosos libros, entre ellos: "¿Qué es lo Vivido?" (1980), "Las Palabras" (1990), "No es el Amor el Vuelo" (1995) y "Oleajes" (2003).

Constatar el entusiasmo y el coraje que han llevado a Dolores Castro a continuar construyendo su obra dio un toque de esperanza a esa semana tan negra.

Dolores Castro es una imagen deslumbrante de la pasión creadora, del apetito por la vida, del entusiasmo por seguir adelante aun cuando todo nos empuja a darnos por vencidos.

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